Privilegios
Las vacunas de la selección nacional: igualdad y prioridad
Si la gobernanza ética del deporte está comprometida con la lucha contra el fraude y el dopaje, garantizar la inmunidad a este selecto grupo de de deportistas no parece muy diferente de otras formas de adulterar la competición
Alberto Carrio Sampedro 14/06/2021
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El debate entre prioridad e igualdad de oportunidades es tan antiguo como el hambre. En tiempos de pandemia, la distribución equitativa de bienes escasos cobra especial relevancia al convertirse en un problema de vida o muerte. Primero fueron los respiradores y el acceso a las UCI. Después vino el debate sobre cómo priorizar la vacunación en atención a diversos factores como el riesgo de las personas vulnerables o la utilidad social de la medida. Y ahora, en medio de esta entente en equilibrio inestable, aparecen los chicos del fútbol abriéndose paso a patadas en medio de la plaza pública.
No es un problema del fútbol, se apresurarán a corregirme, no sin falta de razón. Es cierto, no es fútbol, pero es el fútbol. No me detendré ahora en explicar la diferencia, que merece un análisis más detallado. De todos modos, a buena entendedora sobran las palabras.
No se trata, además, de cualquier equipo de fútbol sino de la selección española, La Roja, que así, en singular, parece desatar pasiones casi tan desmedidas, pero en dirección inversa a la de su plural. En cualquier caso, la vacunación prioritaria de este selecto grupo de deportistas solicitada por el ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, y confirmada por la ministra de Sanidad, Carolina Darias, se justifica, al parecer, en la garantía de la igualdad competitiva y el buen lugar en el que debe quedar la representación nacional. ¡Hay que echarle pelotas!
No hay duda de que Rodríguez Uribes es perfectamente consciente, como buen filósofo del derecho, de los problemas éticos que suscita la prioridad concedida a este selecto grupo de futbolistas. En una discusión ética medianamente seria esto sería equivalente a penalti y expulsión, por decirlo en términos futbolísticos y no recurrir a argumentos filosóficamente más alambicados. Pero claro, jugamos en casa y tenemos el árbitro y la hinchada a nuestro favor. Son muchos los intereses en juego, desde la Corona a los patrocinadores, pasando por la hostelería. Sin olvidarnos, claro está, de la esperanza de recuperar la Plaza de Colón para celebraciones patrias sin fisuras partidistas, como ocurría antaño cuando la rojigualda servía para cubrir por igual todas las vergüenzas bajo aquel grito identitario que proclamaba el orgullo de ser español, español, español.
El problema del nacionalismo en el deporte es una cuestión seria
Aunque solo sea por el placer de ver repetida la jugada argumentativa conviene analizar el privilegio futbolero con un poco más de detenimiento. De acuerdo con Rodríguez Uribes y Darias, la prioridad se justifica por razones excepcionales. Los integrantes de la selección española no son un grupo de riesgo ni les corresponde la vacunación por franja de edad. En otras palabras, los chicos de la selección nacional son unos privilegiados. Pero esto ya lo sabíamos. La razón de otorgarles prioridad en la vacunación consiste ahora en garantizar que la continuidad en la competición dependa de ellos mismos y, de paso, en promover el buen nombre de España en el ámbito internacional. No es un mal argumento en términos prácticos porque apela al corazón antes que a la razón. Pero convendrán conmigo en que no deja de llamar la atención el cinismo y la oportunidad con los que se exhibe.
En primer lugar, resulta llamativo que se apele ahora a estos criterios y no se haya hecho antes. Hace menos de un mes, por ejemplo, cuando las jugadoras del F.C. Barcelona lograron clasificarse para disputar y ganar la final de la UEFA Champions League. Único equipo español en todas las categorías en conseguirlo. Cabe preguntarse si no interesaba entonces garantizar la igualdad competitiva o, quizá, si el problema está en que el fútbol femenino no nos representa. Es cierto que el FC Barcelona es un club y no un selecto grupo nacional de futbolistas. Pero entonces es necesario explicar el estrecho vínculo que se establece entre el nacionalismo patrio y el deporte en general, y el del jogo bonito en particular. No vaya a ser que aparezcan de nuevo acusaciones de intento de nacionalización por parte de la izquierda de entidades privadas, como la Real Federación Española de Fútbol.
El problema del nacionalismo en el deporte es una cuestión seria. Empieza uno con las banderas y acaba encontrándose con un jardín en medio del terreno de juego que dificulta notablemente el pase de la pelota y la justificación de la prioridad. Entre otras cosas porque se sustenta en un argumento de pendiente resbaladiza que puede extenderse fácilmente a otros sectores. Piénsese en lo que ocurre con muchas personas jóvenes que compiten en el ámbito internacional, pero en vez de hacerlo a patadas lo hacen con la cabeza, como sucede con las competiciones universitarias, por ejemplo. ¿Debemos colegir acaso que estas tampoco nos representan? O quizá ocurre que no estamos interesados en garantizar que puedan asistir y competir con las máximas garantías.
En realidad, nos encontramos ahora ante el uso interesado de una oportunidad competitiva que no es tal. El problema de la prioridad de la vacunación de los y las deportistas que participan en macroeventos deportivos, como el campeonato UEFA Euro 2020 o Tokio 2020, ambos pospuestos por la pandemia, viene de largo. A principios de este año, tanto Thomas Bach como Aleksander Ceferin, presidentes del COI y la UEFA, respectivamente, se apresuraron a garantizar la celebración de estos macroeventos. Pero ninguno de ellos quiso comprometerse públicamente sobre la vacunación prioritaria de atletas. Sabían perfectamente que era un asunto complicado que ponía en riesgo los compromisos éticos asumidos por las organizaciones deportivas y los pilares de la gobernanza ética del deporte, como recogen sus propios códigos. Por no mencionar las opiniones encontradas que se suscitaba entre los y las deportistas. Pero, sobre todo, eran conscientes de que no tenían ninguna competencia para imponer la vacunación obligatoria. A partir de entonces, se intentaron varias vías de presión a través de las federaciones estatales que, como es lógico, tampoco se atrevieron a levantar la voz cuando morían miles de personas cada día mientras las UCI de los hospitales vomitaban el hastío e impotencia del personal sanitario. Se optó así por recurrir a la pantomima del dos por uno. La feliz idea de financiar dos dosis de vacuna por cada una suministrada a deportistas, que ni siquiera resultaba creíble para el presidente Bach cuando hizo público el anuncio, sabedor de que el acuerdo al que había llegado el COI con las autoridades rusas y chinas no incluía las vacunas aprobadas por la Agencia Europea del Medicamento ni por la US Food and Drug Administration.
Entonces, como ahora, se sabía que la mejor estrategia consistía en esperar. La vacunación iría haciendo su efecto y llegaría el momento en que no sería tan arriesgado atreverse a romper la lanza del privilegio en favor del deporte. ¿Pero es esta realmente una decisión en favor del deporte? ¿Si es así, por qué no ocurre lo mismo en otros ámbitos deportivos y en particular en el deporte no profesional? Sucede, sin embargo, que son tantos y tan grandes los intereses en juego, tan importantes las cifras multimillonarias por derechos de retransmisión televisiva, de imagen y patrocinio que no se puede permitir que la celebración de estos eventos se vaya al traste de nuevo por los efectos de la pandemia.
Nada hay de malo en ello. Pero conviene llamar a las cosas por su nombre. Al fin al cabo, si la gobernanza ética del deporte está comprometida con la lucha contra el fraude y el dopaje, garantizar la inmunidad a este selecto grupo de de deportistas no parece muy diferente de otras formas de adulterar la competición tratando de asegurar algún tipo de ventaja competitiva. Al fin y al cabo, bien sabemos que cuando la ética deportiva compite con el furor nacional el fair play sale a patadas del terreno de juego.
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Alberto Carrio Sampedro es doctor en derecho y profesor de Filosofía del derecho en la UPF.
El debate entre prioridad e igualdad de oportunidades es tan antiguo como el hambre. En tiempos de pandemia, la distribución equitativa de bienes escasos cobra especial relevancia al convertirse en un problema de vida o muerte. Primero fueron los respiradores y el acceso a las UCI. Después vino el debate sobre...
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Alberto Carrio Sampedro
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