Diario itinerante
La polémica tesis de la revolución molecular disipada
La nueva teoría de la conspiración ha conseguido muchos adeptos en la derecha latinoamericana, y española, desde Eduardo Bolsonaro hasta José María Aznar
Andy Robinson 1/06/2021
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“Resistir revolución molecular disipada”, tuiteó Álvaro Uribe, al inicio de la extraordinaria –para él alarmante– oleada de protestas masivas en Colombia. Es una nueva teoría de la conspiración –con bastante bagaje intelectual– que ya ha conseguido muchos adeptos en la nueva derecha latinoamericana y española, desde Eduardo Bolsonaro hasta María Corina Machado, pasando por José María Aznar.
Para averiguar más, la semana pasada hablé por teléfono con el principal difusor de la teoría de la revolución molecular disipada (algunos prefieren decir difusa), el intelectual chileno ultraconservador Alexis López Tapia, que ha asesorado a políticos y militares ultraconservadores en Chile y Colombia, aplicando el concepto foucaultiano para denunciar supuestos elementos subversivos en el movimiento de protesta en Chile, en 2019, y ahora en Colombia. En estos momentos, López Tapia es el teórico en boga para el uribismo más atemorizado y ha sido contratado para dar clases a los militares colombianos. Tal vez, como me dijo la elocuente periodista colombiana María Jimena Duzán, el recurso a las teorías post leninistas de López Tapia es la “señal de que Uribe se ha quedado sin argumentos, que es un buey herido o, mejor dicho, un león herido, y que estamos ante un cambio de paradigma, no solo en Colombia, sino también en el resto de América Latina y tal vez en Estados Unidos”. Yo coincido con eso. Por eso, si no se actúa con astucia en las calles, la reacción del poder de la oligarquía latinoamericana, así como del poder imperial (los asesores de Biden siempre repiten que Colombia es el aliado más fiel de Washington y Biden ayudó a diseñar el Plan Colombia) puede ser muy dura.
Cuando estuve en Chile en octubre de 2019, en medio de una espectacular movilización masiva ciudadana, sentí que estaba presenciando, por primera vez en mi vida, una revolución
Puede resultar extraño ver en este blog una entrevista con un ideólogo de la derecha que ha sido calificado como neonazi, aunque él lo niegue. La justificación, creo, es que hay que entender la estrategia del adversario. Es más, al igual que López Tapia, cuando estuve en Chile en octubre de 2019, en medio de una espectacular movilización masiva ciudadana, sentí que estaba presenciando, por primera vez en mi vida, una auténtica revolución. Así lo escribí en este libro, cuya edición actualizada está a punto de publicarse en inglés, cuando aún estaban frescas en mi memoria las imágenes de las protestas en Santiago. López Tapia lo confirma aquí, con la diferencia de que para él la revolución hay que detenerla en seco.
¿Qué es la revolución molecular disipada?
Es un término que procede de una obra del filósofo francés Félix Guattari, aunque para poder hacer un análisis de ese modelo hay que añadir a otros autores. Por ejemplo, a Michel Foucault y sus ideas sobre la microfísica del deseo. Se trata de una revolución nueva, basada en categorías diferentes de las de las revoluciones del siglo XX, que se fundamentaron en la conquista de los medios de producción, o sea, Marx clásico.
¿En qué se diferencian?
Según Foucault y los deconstruccionistas, la vieja estrategia revolucionaria ya no valía. Para que una persona fuese un revolucionario con conciencia de clase, hacía falta que estuviese alienada y que, con la ayuda del partido, tomase conciencia. Bajo la óptica posmarxista, el posmoderno abandona esto y se plantea, como vehículo revolucionario, los movimientos sociales frente al partido. No es una revolución de una organización vertical, como el partido comunista, vanguardia del proletariado, sino que son grupos radicales dispares los que pretenden ir deconstruyendo el orden mediante la violencia. No hay líderes visibles. Es una expresión de rabia contra el sistema opresor tal y como ellos lo ven; puede ser masiva, pero no es vertical, aunque dentro pueden existir grupos verticales, como las FARC de la disidencia o los sindicatos.
¿Cómo definiría la motivación de esos grupos?
No son objetivos y racionales; son subjetivos y emocionales. Cualquiera puede convertirse en la vanguardia ideológica que va radicalizando el lenguaje. Ya no se habla de clase social, sino de una categoría de ser marginal, anormal. No es peyorativa. El sujeto revolucionario ya es toda la gente que se siente marginada o anormal.
¿Pero definirlo así no es criminalizar a cientos de miles, a millones de personas, es decir la mayoría?
No estoy criminalizando las protesta en sí, pero estos grupos han aprovechado la cobertura de las protestas masivas y legítimas en Chile, en Paraguay y en Colombia. La mayor parte de la gente no está cometiendo actos de violencia. Pero cuando la protesta se vuelve tan masiva, logra dar cobertura a esos grupos. Yo no criminalizo las protestas, solo quiero explicar cómo actúan esos grupos radicales y violentos.
¿Por qué la disipación?
En términos de actuación, las acciones son moleculares, individuales y son fluidas, dispersas y disipadas. El objeto es disipar el Estado con el fin de reemplazar el orden sistémico . Son grupos radicales los que ejecutan las acciones y luego se disipan y se dispersan. Lo genial de la idea –no quiero elogiarla, pero es genial– es que no requiere que una persona adquiera la conciencia de clase revolucionaria. Ahora, con este modelo, basta con que tengas cualquier colectivo que pueda aprovechar los pliegues sistémicos. Por ejemplo, colectivos como los LGBT o indígenas están en la vanguardia, porque son conscientes del rol que representan.
¿Hay algún ejemplo de revolución molecular disipada que haya logrado su fin?
Algunos dicen que el movimiento del 68 en París. A mi juicio, eso es anacrónico porque entonces ni Foucault ni Derrida ni Guattari habían elaborado el concepto. Para mí, el movimiento que ha tenido más resultados es el de Chile en los últimos dos años. Ya han logrado la constituyente con la mayoría hegemónica del ala izquierda radical en la Asamblea.
¿O sea que lo de Chile ha sido una revolución?
No fue una revolución, es una revolución. Recuerda que la revolución francesa empezó con una reforma constitucional.
¿Y en Colombia lo será?
Sí. Es muy parecido. Esto va para largo. Ya se habla de pedir un cambio constitucional.
Pero en Colombia hay elecciones presidenciales en 2022, ¿pueden ser una salida?
Pues no son una salida. Porque ni con Gustavo Petro de presidente se lograría detener ese proceso. Porque no es vertical, sino molecular. Y en Chile, después de las elecciones, tampoco se va a detener, gane quien gane.
¿Cuál es su ideología? ¿Es cierto que defiende la dictadura de Pinochet y que es usted neonazi?
Ideológicamente, correspondo a una forma de nacionalismo. Se me acusa de ser de ultraderecha, pero no es cierto, es un error garrafal. No soy ni ultraliberal ni ultraconservador. Soy nacionalista. Eso sí, mi familia proviene del nacionalsocialismo chileno. Si se conoce la historia de Chile, eso no es ser nazi.
¿Qué medidas ha recomendado al gobierno colombiano de Iván Duque y Álvaro Uribe y las fuerzas del orden?
No fui a Colombia para decirles a las fuerzas armadas o a la policía que tenían que reprimir. Lo que intenté decir es que no tienen la formación necesaria para hacer frente a ese tipo de modelo. Las democracias no están capacitadas para afrontar una cosa así, y tal y como hemos visto en Chile. Son imposibles de parar. Y eso va a ocurrir en otros países y en Europa también.
¿Defiende declarar el estado de excepción?
Hay que actuar rápido. Sebastián Piñera debió declarar un estado de excepción a principios de 2019 y suspender determinados derechos, de acuerdo con la Constitución. Con un estado de sitio y un toque de queda habría podido pararlo. Como no lo hizo, habrá un continuo desgaste sin que pueda pararlo. Si quieres detener esto y lograr que el conflicto no escale, hay que aplicar las medidas constitucionales ya. Lo antes posible. Eso es lo que hay que hacer en Colombia.
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Las ideas de López Tapia resultan bastante radicales, delirantes tal vez, sobre todo si se tiene en cuenta que, tanto en Chile como Colombia, la derecha tiene delante un movimiento ciudadano de enorme envergadura, cuyas reivindicaciones son ampliamente compartidas por la población. Este es el marco del análisis en el que se mueve la derecha en el poder, enfrentada, por una parte, a la pandemia y, por otra, al recuerdo de los logros sociales obtenidos durante los gobiernos de izquierda. La oleada de estallidos sociales empieza a adquirir el carácter de una insurrección intercontinental, según explica Óscar Rivera Guardiola, filósofo colombiano del Birkbeck College en Londres, en las antípodas del espectro político de López Tapia, pero consciente también él de que estos son tiempos revolucionarios.
La brutal reacción del poder que se ha visto en Chile y Colombia puede resultar también intercontinental. Tal vez, continental. Hace ya más de dos años que los gobiernos de la derecha en América Latina (y en Madrid también) emplean un lenguaje conspirativo y extremista para denunciar las protestas y a la izquierda de la izquierda, y lo hacen identificando, de forma paranoica, a un “enemigo interno”, supuestamente asesorado desde Caracas y La Habana. Lenín Moreno, el expresidente de Ecuador, denunció que había agitadores con el propósito de desestabilizar la democracia ecuatoriana, tras la explosión de protestas en Quito, en 2019. Piñera declaró “una guerra contra un enemigo implacable”, durante las gigantescas protestas en Santiago el mismo año; la primera dama chilena, Cecila Morel, advirtió sobre una “invasión extranjera alienígena” en las protestas. Luis Almagro, secretario general de la OCDE, denunció “un complot de las dictaduras cubana y boliviana para financiar, promover y apoyar el conflicto” en Ecuador y Chile, en 2019. Karen Longaric, canciller del gobierno provisional en Bolivia tras el golpe de Estado contra Evo Morales, justificó el aplastamiento de las protestas de Senkata y Sacaba que acabó con el asesinato a tiros de más de 20 personas por la policía y el ejército, con el argumento de que “no podíamos ignorar la injerencia de Venezuela”.
Eduardo Bolsonaro, el hijo del presidente brasileño, denunció un complot de radicales de izquierda, y amenazó con activar un estado de excepción, aprovechando leyes de los años de la dictadura militar (1964-85) en Brasil, en caso de que hubiera protestas violentas. No habrá que perder de vista esta amenaza cuando las protestas lleguen a Brasil.
Líderes de la extrema derecha venezolana, como María Corina Machado –aliada de Vox en España–, también suscriben la teoría de la revolución molecular. Machado, en una conferencia en la que participaba con Aznar en Madrid, calificó las elecciones venezolanas de 2019 de “operación peligrosa (…) del terrorismo y del crimen organizado internacional en (…) alianza con el socialismo”, y advirtió de que esta ya amenaza la democracia en países como Argentina, Chile e incluso España. Ha llegado a identificar el Grupo de Puebla, un foro multilateral que integra a diferentes partidos progresistas en la región, entre ellos presidentes y expresidentes de Argentina, Uruguay y Brasil, como el artífice de la revolución molecular. También señaló que puede llegar a España de la mano de Podemos.
“Resistir revolución molecular disipada”, tuiteó Álvaro Uribe, al inicio de la extraordinaria –para él alarmante– oleada de protestas masivas en Colombia. Es una nueva teoría de la conspiración –con bastante bagaje intelectual– que ya ha conseguido muchos adeptos en la nueva derecha latinoamericana y española,...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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