Diario itinerante
Historias de Río: negacionismo en Ipanema, sensatez narco en las favelas
En Brasil ya han muerto 338.000 personas por covid-19. Los traficantes que dominan los barrios marginales imponen medidas de control mientras Bolsonaro ataca a los gobernadores y alcaldes que decretan confinamientos o restricciones
Andy Robinson 10/04/2021
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Mientras que Jair Bolsonaro recalcaba que “no habrá cierre” y su hijo Carlos denunciaba judicialmente al alcalde de Río de Janeiro por cerrar las playas, de las favelas que trepan por las montañas detrás de Ipanema y Copacabana llegaban noticias de gobernantes mucho más sensatos.
Una serie de comunicados y vídeos emitidos por los grupos de narcotraficantes que controlan diversas favelas anunciaron la prohibición de fiestas, bailes funk y churrascos (barbacoas). “Para evitar la diseminación del virus y proteger a todos, no habrá ningún tipo de evento en nuestra comunidad”, se anunció en un comunicado firmado por Tropa do Pivete, capo de los traficantes en la favela del Barro Vermelho, en São Gonçalo.
En la favela de Muquiço, en la zona norte de Río, se informó, mediante altavoces, de que habría represalias contra los vecinos que no lleven mascarilla. En la favela del Faz quem quer, en Rocha Miranda, se colgaron carteles que anunciaban la prohibición de todos los bailes, churrascos y otros eventos.
Los mismos carteles aparecieron en la favela Complexo da Maré, cerca del aeropuerto internacional y en las favelas del enorme municipio de Duque de Caxias, a 30 kilómetros del centro de Río.
Puede resultar extraño que los grupos armados de la economía paralela del narcotráfico en Río –Primeiro Comando da Capital (PCC), Comando Vermelho (CV) y otros– sean más responsables que el presidente del país en esta pandemia.
Pero, con casi 50.000 personas hacinadas por kilómetro cuadrado, las favelas son extremadamente vulnerables a la nueva ola de covid. Ya han muerto casi 4.000 personas, de una población censada de 1,4 millones en las 763 favelas, según el Panel Unificador de las Favelas. Conforman uno de los muchos puntos negros de una pandemia que, azuzada por el negacionismo delirante de Bolsonaro, ya alcanza un total acumulado de 13 millones de contagiados y 338.000 muertos –21.000 solo en Río–.
Los “traficantes” –armados hasta los dientes con ametralladoras AK-47 y que controlan los “morros” desde las atalayas más estratégicas de las favelas– no pueden permitirse ser tan temerarios con las vidas de sus conciudadanos como la familia presidencial en Brasilia.
Con menos del 3% de la población mundial, Brasil ya registra una de cada tres muertes a escala planetaria, aunque su tasa de letalidad –muertes por 100.000 habitantes– es solo ligeramente superior a la de España.
Al igual que otros presidentes –y presidentas– dispuestos a torear al virus en busca de votantes terraplanistas, Bolsonaro y sus hijos basan la estrategia de reelección en un ataque frontal contra las restricciones y los alcaldes y gobernadores responsables de adoptarlas. Sobre todo, contra el presidenciable gobernador de São Paulo, João Doria, pero también contra el alcalde de Río, Eduardo Paes.
Cuando Paes anunció el mes pasado un confinamiento que incluía el cierre de las playas, abarrotadas durante las fiestas de fin de año y carnaval en un preludio veraniego de la última ola letal, Carlos Bolsonaro –cabecilla del llamado gabinete de odio, que difunde noticias falsas y teorías de la conspiración negacionistas en las redes bolsonaristas– declaró: “No es tolerable que se niegue el acceso a las playas, necesarias para hacer actividad física y generar empleo”. Luego tuiteó la teoría original –concebida en alguna marisquería de Barra da Tijuca o tal vez en el Barrio de Salamanca de Madrid– de que “los confinamientos generalizados causan más muertes”.
Bolsonaro ya ni siquiera compensa el impacto mortal del negacionismo con subsidios para que la gente pobre no se vea forzada a salir de casa para trabajar y vender en calles plagadas del virus. Durante los primeros meses de la pandemia, los 600 reales (90 euros) mensuales entregados a cada persona mayor de edad por el programa federal de ayuda de emergencia a los brasileños más pobres ayudaban a los vecinos de las favelas a quedarse en casa. Pero ahora el Estado federal solo entrega 300 reales mensuales por familia.
“El auxilio de 300 reales no da para comprar una tercera parte de la canasta básica”, dice Camila Rocha, hija de una de las miles de trabajadoras domésticas que se desplazan todos los días desde las favelas a los distritos de lujo de la zona sur, donde limpian las casas de cariocas confinados. “Estamos luchando por conseguir ayuda para que las trabajadoras domésticas puedan estar en cuarentena”, añade Rocha que ha participado en una campaña de arte para recaudar fondos para las favelas.
Mientras que Jair Bolsonaro recalcaba que “no habrá cierre” y su hijo Carlos denunciaba judicialmente al alcalde de Río de Janeiro por cerrar las playas, de las favelas que trepan por las montañas detrás de Ipanema y Copacabana llegaban noticias de gobernantes mucho más sensatos.
Una serie de comunicados...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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