centenario
Posteridad de Baudelaire
Las rebeliones culturales de los siglos XX y XXI encuentran aún una fuente de inspiración en Baudelaire, el poeta del mal que pronosticó la ruina de Europa
Mario Campaña 24/07/2021
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En la conferencia ‘Situación de Baudelaire’, dictada en Mónaco en 1924, Paul Valéry conjeturaba que el “favor póstumo” de que entonces disfrutaba Baudelaire se debía no solo a su valor poético sino además a la concurrencia de dos circunstancias excepcionales: el descubrimiento que Baudelaire hace de Edgar A. Poe, y la hegemonía en Francia del romanticismo cuando Baudelaire llega a la edad adulta. Hacia 1840 Lamartine, Hugo, Musset, Vigny son los grandes maestros.
Esas dos circunstancias fueron sin duda influyentes en el forjamiento de la personalidad y la estética de Baudelaire, y es comprensible que en 1924 destacaran particularmente ante los ojos de Valery. Baudelaire era entonces un gran maestro, algunos de cuyos poemas se contaban ya entre los mayores de la poesía francesa de todas las épocas; era además alguien a quien se reconocía el singular mérito de haber “engendrado” a poetas tan importantes como Verlaine, Mallarmé y Rimbaud, nómina a la que pronto iba a sumarse Lautréamont.
Para explicar semejante posteridad de Baudelaire, quien Saviano considera capaz de contribuir a “profundizar más en nuestro presente”, a las razones de Valéry habría que agregar otras
En 1924 la mirada de Valéry no podía identificar aún la importancia que poco después se reconocería a Baudelaire en la interpretación del fenómeno llamado Modernidad; ni el significado que la estética del mal iba a tener en el siglo XX. Hoy, en 2021, en el bicentenario del nacimiento de Baudelaire y a la vista de la trágica historia humana del siglo pasado, las dos circunstancias excepcionales mencionadas por Valéry en 1924 son insuficientes para explicar la indeclinable vigencia de Baudelaire, atestiguada por la resonancia del bicentenario en la prensa europea y latinoamericana y las numerosas ediciones y reediciones de Baudelaire que se suceden este año. Un ejemplo: Roberto Saviano titula “Baudelaire il rivoluzionario (che parla al nostro presente)” su artículo del 18 de marzo de este año publicado en Il Corriere della Sera, en que comenta Baudelaire è vivo, una nueva traducción italiana de Las flores del mal cuya peculiaridad consiste en acompañar con notas históricas, técnicas y biográficas cada uno de los poemas del libro. Saviano dice: “¡Este es el Baudelaire decisivo para nosotros! […] Tenemos un Baudelaire para hoy, pero todavía más para mañana”.
Para explicar semejante posteridad de Baudelaire, la de un hombre fallecido hace 154 años a quien Saviano considera capaz de contribuir a “profundizar más en nuestro presente”, a las razones de Valéry habría que agregar, creo, otras; entre ellas, dos antes antes mencionadas, vinculadas entre sí: el desarrollo de la modernidad, que encuentra en Baudelaire uno de sus grandes intérpretes, y la eclosión del mal, radical en el siglo XX. De la primera se han ocupado numerosos autores. El mismo año de 1924 apareció el primer manifiesto surrealista, en el que Breton situaba ya a Baudelaire entre los ancestros del movimiento. En 1937 Breton declaraba cómo él sintió el “llamado irresistible de Baudelaire”, y en 1941 invocaba “la gran tradición de la poesía moderna heredada de Baudelaire”. En 1938 Walter Benjamin sitúa ya de modo definitivo la vida y la obra de Baudelaire como clave para entender el fenómeno de la modernidad occidental; ese año dos estudios ya clásicos: «El París del Segundo Imperio en Baudelaire» y «Sobre algunos temas en Baudelaire».
En cambio, de la segunda circunstancia excepcional, la que relacionaría el mal y la rebelión con la posteridad de Baudelaire, apenas se ha hablado. Si a un lector de hoy este vocabulario, el del mal, le pareciera ajeno, caduco o sospechoso por su procedencia teológica, y calificara de anacronismo su consideración, habría que recordarle que Hannah Arendt escribió que el mal había de ser el asunto dominante de la vida intelectual europea en la segunda mitad del siglo XX, que Enmanuel Levinas planteó que “quizá el hecho más revolucionario que hace a nuestra conciencia del siglo XX […] es la destrucción total del equilibrio entre teodicea explícita e implícita en el pensamiento occidental”, y que Jeffrey Burton Russell, un gran historiador de la religión, sostuvo que “el problema del mal no declina con el tiempo, y en el siglo XX es más acuciante que nunca”. Si Levinas tiene razón, se puede decir que en nuestra época tiene lugar un debate orientado a hacer posible una historia en que la libertad, la inclinación humana hacia el mal y la máxima evitación del sufrimiento sean compatibles.
La originalidad y mayor potencia de Baudelaire consiste en ligar el mal con la belleza
Como se puede prever, Baudelaire no fue el primero en introducir el tema del mal en la literatura. El historiador Marcel A. Ruff sostiene que alrededor de 1730 y 1750 se produce la primera fase de lo que él llama “la primera ofensiva del espíritu del mal” en la cultura francesa. Según Ruff, a partir de esa época “el mal ocupa un lugar cada vez más grande en las obras de ficción y es introducido y explotado de un modo cada vez más consciente y sistemático”. Tampoco es excepcional el uso de Baudelaire de la noción de mal en el siglo XIX: Balzac la tuvo como una de sus preocupaciones, como se ve en algunas de sus obras de inspiración “mística”, Beatriz o Louis Lambert, por ejemplo. Y el mal ha seguido alimentando la literatura francesa después de Baudelaire, como demostró Myriam Watthee-Delmotte en el volumen Le mal dans l'imaginaire littéraire français 1850-1950, y aun hoy está presente, según la revisión de Scott M. Powers en Evil in Contemporary French and Francophone Literature.
La originalidad y mayor potencia de Baudelaire consiste en ligar el mal con la belleza. En 1861, en uno de los proyectos de prefacio para la segunda edición de Las flores del mal, Baudelaire anotó: “Poetas ilustres habían compartido por mucho tiempo las provincias más floridas del dominio poético. A mí me pareció agradable, y tanto más agradable cuanto la tarea era más difícil, extraer la belleza del mal”. El vocablo mal del título y de una de las secciones tiene una dimensión metafísica y ética, pues alude a la condición humana y al mundo histórico, social, político y moral; y una dimensión estética, ya que Baudelaire encuentra en el mal una cierta fascinación que lo lleva a admirar el crimen, como en el caso de Lady Macbeth, a admirar en Satán “el más perfecto tipo de belleza varonil” , a hablar “del gusto del infinito que, por todas partes, en el mal mismo se proclama”, y, en fin, a valorar “la belleza […[ que viene del mal”. Baudelaire hace pues una enmienda general a la sociedad francesa y occidental, no solo al sistema político, social o económico sino además a sus valores, a su ética, su religión y su estética.
Baudelaire encuentra que el Mal o el pecado no tiene su origen en la caída, como en el relato bíblico, que Baudelaire no sigue: en Las flores del mal la serpiente no está en el jardín sino entronizada en el corazón de los seres humanos, como consta en el poema ‘El Anunciador’. El pecado (la serpiente) impide a la voluntad elegir con libertad sus actos según la norma moral, y lo inclina a actuar según su propio interés. El mundo, es decir la ciudad moderna, convierte la realidad en alegoría, con lo que se desvanece el sentido. Atraídos o fascinados por la serpiente, por las tentaciones del progreso, los humanos buscan su salvación en los escenarios que les ofrece la ciudad, pero son incapaces de trascender el perímetro existencial y metafísico de su destino.
Para él, el pecado del género humano en la modernidad es la falta de sentido, el vacío, el desaliento, la falta de interés en nada, la muerte: lo que él llamaba ennui
De todos los males, Baudelaire destaca uno, que él menciona en el primero y magistral poema que inaugura el libro, el que presenta su estética y su retrato del género humano en la modernidad, el poema en relación al cual debe ser leído todo el libro y la obra de Baudelaire. Ese pecado o mal señero es la falta de sentido, el vacío, el desaliento, la falta de interés en nada, la muerte: lo que él llamaba ennui, que en castellano se traduce generalmente como ‘tedio’, o ‘hastío’, con lo cual, en mi opinión, no se aprecia el alcance y profundidad del verso y el poema. Junto a los mayores pecados, dice el poema: “¡Hay uno más feo, más malvado, más inmundo! […] / ¡Es el sinsentido!, el ojo cargado de un llanto involuntario / sueña con la guillotina fumando una pipa”.
Voilà la acusación de Baudelaire: el más inmundo de los pecados en el mundo moderno es el sinsentido, la destrucción del sentido de la vida. Frente a eso, no hay redención posible: “La Rançon” o ‘El rescate’ puede hacer pensar que lo hay, pero es un error. Ese poema forma parte de “Les épaves”, ‘Los pecios’, en el apartado de “Piezas diversas”. Dice que para pagar su rescate el hombre tiene “dos campos de toba profundos y ricos”: el arte y el amor. Pero recordemos que “Los pecios” son textos publicados por el editor Poulet-Malassis en una edición hors commerce, como “piezas poéticas […] a las cuales Charles Baudelaire no ha creído conveniente darles un lugar en la edición definitiva de Las flores del mal”.
Al final, a los seres humanos solo les queda la rebelión y la muerte, que protagonizan las dos últimas secciones de Las flores del mal. La rebelión contra el mundo y Dios, simbolizada por Caín y Satán, figuras del mal, y San Pedro también, por la traición. En este apartado Baudelaire da a su obra un marcado acento político, por sus menciones a los exiliados, los mártires y los ajusticiados, directa referencia a la represión del Segundo Imperio de Luis Napoleón Bonaparte.
La experiencia del mal en Occidente no tardaría en explotar de un modo estruendoso en el siglo XX, como jamás antes en la historia humana. Después de la Primera Guerra Mundial, Freud concluye que los seres humanos están estructurados sobre dos instintos contrapuestos, Eros y Tanatos, amor y destrucción, vida y muerte. La conclusión del padre del psicoanálisis es que los dos son esenciales e irrenunciables. Tanatos, el mal, es inextinguible. Los campos de concentración y exterminio significaron la irrupción de formas del mal que superaban la capacidad de asimilación de la conciencia.
De los pensadores del siglo XX que se ocuparon del mal, Hannah Arent es quizá quien llegó más lejos. Sus libros más conocidos, Los orígenes del totalitarismo y La banalidad del mal: Eichmann en Jerusalén no contienen lo más maduro de su pensamiento sobre el Mal. Después de Eichmann, Arendt trató de entender cada vez más y mejor lo que había escuchado y presenciado en Jerusalén, concentrando sus preocupaciones en el análisis del juicio, particularmente del juicio moral, buscando herramientas que permitieran entender el fundamento de los asesinatos concebidos como deber, incorporados a la consciencia y la vida moral y ejecutados por personas normales sin convicciones ideológicas firmes ni motivaciones malignas de una sociedad avanzada de Occidente. Los resultados se concentran en las conferencias de Arendt sobre Kant y en su libro inconcluso La vida del espíritu, aún en fase de evaluación.
Arendt ya había alcanzado en Eichmann una conclusión asombrosa: “Únicamente la pura y simple irreflexión –que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez– fue lo que le predispuso [a Eichmann] a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”. Luego, basándose en la teoría del juicio de Kant, Arendt entiende que la facultad de juzgar del juicio estético se puede aplicar a los hechos morales y políticos. El juicio moral puede aspirar a la universalidad si aplica las máximas del juicio estético: 1: pensar por sí mismo; 2: pensar en el lugar de cada uno de los otros; 3: pensar siempre acorde consigo mismo. Arendt utiliza el concepto de “mentalidad amplia”, de Kant, que consiste en “reflexionar sobre el propio juicio desde el punto de vista universal que uno solo puede determinar colocándose en el punto de vista de otros”; su máxima es: “considerar un asunto desde diversos puntos de vista, teniendo en cuenta los criterios de los que están ausentes”.
Basar el comportamiento moral en costumbres, eslóganes, pautas, consignas y lemas es incidir en un acto de “dejación culpable de su capacidad de juzgar” para refugiarse en una moral colectiva que exculpa al individuo e impide la emergencia del principio moral. Eichmann insistía en que actuó en obediencia, en cumplimiento de su deber y ley: por tanto, renunciando a su capacidad de juzgar. La falta de reflexión, el seguimiento rutinario de estereotipos, frases hechas, eslóganes y códigos estandarizados, que reemplazan a la capacidad de juzgar de modo independiente, esa forma de destrucción del espíritu humano es la forma del mal que Arendt descubre en el paradigmático caso Eichmann –en el que por lo descrito podríamos reconocernos nosotros mismos–, que ilustra la transformación experimentada por el mal en nuestro tiempo.
Las rebeliones culturales de los siglos XX y XXI encuentran aún una fuente de inspiración en Baudelaire, el poeta del mal que pronosticó la ruina de Europa y nos propuso el paradigma de la rebelión. El mal y su rebelión, su inversión de valores, es una de las claves ocultas de la posteridad de Baudelaire. El mal moral y social, el los marginados, los exiliados, los ajusticiados; y el metafísico, las figuras de Pedro, Caín y Satán, quizá el militante o apóstol, el proletariado, la contrarreligión basada en el libre conocimiento del bien y del mal. Hay que cambiar el sistema, dice Marx; hay que cambiar la vida, dice Rimbaud.
En la conferencia ‘Situación de Baudelaire’, dictada en Mónaco en 1924, Paul Valéry conjeturaba que el “favor póstumo” de que entonces disfrutaba Baudelaire se debía no solo a su valor poético sino además a la concurrencia de dos circunstancias excepcionales: el descubrimiento que Baudelaire hace de Edgar A. Poe,...
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Mario Campaña
Nacido en Guayaquil (Ecuador) en 1959. Es poeta y ensayista. Colaborador en revistas y suplementos literarios de Ecuador, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Francia y España, dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, pero reside en Barcelona desde 1992.
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