SANGRÍA FRÍA (I)
Sobre la pandemia y el feminismo
Seis escenas de verano de dos señoras perplejas
Carlos García de la Vega 15/07/2021
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Patio oblongo en dos alturas de una casa humilde de un barrio obrero de cualquier parte de España. Al patio se sale por la pequeñísima cocina de la casa. Nada más salir, una mesa de plástico blanca cubierta con un hule viejo y amarillento y seis sillas –todas diferentes– a su alrededor en una especie de terraza elevada dentro del patio. Bajando tres escalones longitudinales se extiende una superficie tres veces más larga que la anterior, delimitada por un muro de metro y medio rematado con trozos de vidrio rotos fijados con argamasa. El patio linda con otros similares del vecindario por los tres costados. Hay dos tumbonas de playa y entre ellas un carrete de cable de madera pintado de azul que hace de mesa, sobre él reposa una jarra de sangría y dos copas de balón de publicidad de una marca de ginebra. En el patio también hay una manguera enrollada colgada de la pared, una higuera plantada en un alcorque circular abierto en la solería de terracota y una hamaca de crochet de muchos colores que cuelga del árbol y de un hierro oxidado en el rincón derecho. Hay muchas macetas de todos los tamaños. Ya no da el sol, pero el calor sigue siendo sofocante. MARI está sentada de lado en una de las hamacas en la parte de abajo. Da vueltas con una cuchara de madera a la sangría. CONCHA está sentada en una de las sillas junto a la puerta de la cocina y lleva puesta una mascarilla quirúrgica azul.
MARI. ––¿Quieres hacer el favor de venir un poco más cerca que no te escucho bien desde ahí arriba? Déjate la mascarilla si quieres, pero chica, no sé, estamos las dos vacunadas ya, tampoco creo que tengamos que ser más papistas que el Papa.
CONCHA. –– Me da miedo, Mari. Me da miedo. Lo paso muy mal.
MARI. ––¡Pero si estamos fuera, aquí hay ventilación y todas esas cosas! Además, que yo no veo a nadie nunca. Estoy todo el día aquí sola. No sé cómo quieres que coja yo el bicho, como no sea uno de los insectos de la higuera…
CONCHA. –– Si es que tienes razón, pero mujer, es que vivo asustada. Es poner las noticias y tener que tomarme un Lexatin. Yo creo que lo hacen a propósito, es como si necesitaran que viviésemos muertas de miedo para que no nos demos cuenta de las cosas que hacen por detrás. Seguro que nos están robando hasta la ropa interior.
MARI. ––Eso siempre, Concha. No hace falta una pandemia.
CONCHA. –– También es verdad.
MARI. –– Baja, anda. No me hagas levantarme para ponerte un vaso de sangría. Vente a la otra tumbona y levantamos un poco las piernas.
CONCHA. –– Bueno, bajo… pero la separo un poco más de ti.
MARI. –– Como quieras, Concha, como quieras (resignada).
Con la majestad que da la artrosis, CONCHA se levanta de la silla y baja los tres escalones con mucha dificultad y apoyándose en la pared. Mientras, MARI le ha servido una copa de sangría hasta arriba de hielo y fruta. CONCHA retira un poco la otra tumbona y se deja caer para sentarse. No se quita la mascarilla. Sorbe la sangría con una pajita, que MARI tenía preparada porque conoce a su amiga, que se mete por un lado del protector facial. Son como dos nuevas ricas disfrutando de su particular resort de barrio obrero.
MARI. ––Anda que estás para grabarte, menudo circo estás montando.
CONCHA. –– Qué fría está la sangría, Mari. Qué rica.
MARI. –– Gracias, hija. En verano viviría solo de gazpacho y sangría. Como si fuese una turista alemana. (Ríen).
CONCHA. –– Turistas no sé yo si va haber este año tampoco. ¿Tú has visto en la tele los brotes, los rebrotes y la madre que los parió? Es como el cuento de nunca acabar. Qué ruina.
MARI. ––Yo padezco mucho por mis nietos, en qué momento nos había parecido que ya se estaba acabando todo y ahora, los pobres, sin vacunar, y otra vez esta espada de Sófocles encima.
CONCHA. ––De Damocles.
MARI. ––Bueno eso. Ya me podía haber tocado a mí de joven que no había tanta posibilidad ni yo tenía tantas inquietudes.
CONCHA. –– Ahora dicen que van a cerrar otra vez el ocio nocturno, muy bien me parece.
MARI. ––Toman medidas como si estuviesen jugando al mus, como de farol todo el rato
CONCHA. –– Yo ya les he dicho a mis hijos que no quiero verlos hasta nuevo aviso. ¿En qué momento nos han cambiado el mundo para que nuestra familia se haya convertido en una amenaza?
MARI. ––Bueno, siempre ha habido maridos que lo eran e hijos que callaban y miraban para otro lado.
CONCHA. –– No estoy hablando de eso, Mari. No te pongas feminista que ya sabes que no me gusta.
MARI. ––No, tranquila, yo me callo. Pero que me calle no significa que no piense lo que pienso. Y que las dos hayamos sido tontísimas toda la vida, todo el día en casa.
CONCHA. –– Yo lo hice por decisión propia.
MARI. ––Concha, por favor. Yo me callo, pero no me tomes el pelo, que nos conocemos hace cincuenta años.
CONCHA. –– Mucho le haces caso tú a la cajera esa, a la Montero, menudo braguetazo. Te llena la cabeza de pajaritos.
MARI. ––Qué Montero ni montera. De feminismo me empezó a hablar mi nieta en el confinamiento, por videollamada. Tantas horas sola, casi me vuelvo loca, y me venía muy bien su compañía Al principio era tan reacia como tú, decía entre mí, pero qué dice la niña, está como endemoniada, pero ahora me doy cuenta de que tiene más razón que una santa en todo lo que me dice. Y ya quisiéramos muchas tener la formación de la ministra.
CONCHA. –– Sí, vaya: como la Rociíto.
MARI. –– Ya sabes que de eso no podemos hablar, que acabamos discutiendo.
CONCHA. –– Es verdad, pero no me llames negacionista.
MARI. ––No, no tranquila. (Bebe). Hablando de negacionistas, ¿sabes que el hijo de Remedios y su novia dicen que no se quieren vacunar?
CONCHA. –– No me digas.
MARI. ––Como te lo cuento. La pobre Reme está muy asustada porque dice que nunca pasa nada hasta que pasa.
CONCHA. –– Eso siempre, con todo.
MARI. ––Ya, bueno, pero yo la entiendo. Es como si te duele la cabeza y no te tomas una aspirina. Un poco puñetero por su parte.
CONCHA. –– Allá ellos, yo qué sé. (Silencio). Mari, ¿crees que vamos a sobrevivir a la variante Delta y a todas las demás que vengan?
MARI. –– Pero qué boba eres, Concha, claro que sí. Hazme caso que verás tú que sí.
CONCHA. –– Pienso mucho en la gente que se ha ido.
MARI. –– Y yo, Concha, y yo, no creas que no. Pero tengo que pensar que todo va a ir bien porque, si no, no puedo tirar del carro. (Silencio largo, beben las dos).
CONCHA. –– Qué fría está la sangría, Mari. Qué rica.
Patio oblongo en dos alturas de una casa humilde de un barrio obrero de cualquier parte de España. Al patio se sale por la pequeñísima cocina de la casa. Nada más salir, una mesa de plástico blanca cubierta con un hule viejo y amarillento y seis sillas –todas diferentes– a su alrededor en una especie de...
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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