Reportaje
La descentralización del turismo en Mallorca: de visitantes en los 80 a vecinos en 2021
La exclusividad, el alojamiento vacacional y la globalización de la información son los principales factores que fomentan la turistificación de zonas residenciales de la isla
Margalida Fullana Cànaves 23/07/2021
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“Fui la niña más feliz del mundo, porque vivía en un oasis”. Margarita nació y creció en S’Estanyol, un pequeñísimo pueblo costero situado al sur de Mallorca, habitado, hace unos 65 años, por una docena de familias que mantenían una estrecha relación con el mar. “Casi todos, si no éramos familia, éramos amigos”, recuerda. Había una escuela con unos nueve alumnos –todos ellos hijos de marineros–, el asfalto brillaba por su ausencia y el olor a pino inundaba cada esquina. “No había ni un turista, si aparecía alguno era porque estaba perdido”, añade entre risas.
Es domingo, pero, en este pueblo de apenas 15 calles, las campanas de la iglesia suenan sin parar para avisar a unos pocos de que la misa ya empieza. Es una zona muy local, con dos bares, tres restaurantes pequeños y una panadería. Su mayor atractivo, para alguien que no lo lleve en el corazón, puede ser hasta fugaz, pues las aguas que lo bordean no son tan apetecibles como las que se ven en otras zonas de la isla. Los vecinos solo conocen una casa con licencia de alquiler vacacional y no hay ningún anuncio de S’Estanyol en Airbnb.
Unos tres kilómetros al este, bordeando la costa, se encuentra Sa Ràpita, una zona de veraneo tranquila, que en 2019 sumaba tan solo 870 residentes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Tiene unos 12 restaurantes, una farmacia, un estanco, dos locales para comprar productos de primera necesidad y una de las llaves de la playa más famosa del archipiélago: Es Trenc, a la que también se puede acceder por Ses Covetes. En este caso, sí se pueden solicitar alojamientos en portales de alquiler turístico, con precios de hasta 566 euros la noche.
Aunque no hay hoteles ni atracciones turísticas más allá del mar, los vecinos son conscientes de que, durante los últimos años, la presencia de visitantes ha subido. “Creo que hay más turistas que antes, pero no en exceso”, señala Cristina, una maestra mallorquina de 24 años que veranea desde pequeña en Sa Ràpita. Como ella, muchos vecinos del lugar creen que, por ahora, los turistas solo están de paso, que paran para comer de camino a la playa o porque son ciclistas y se detienen a desayunar…
“No pienso que sea ni positivo ni negativo, pero sí que creo que, en un futuro no muy lejano, puede provocar una gentrificación de la zona, que haga que los precios de las viviendas se hagan inaccesibles para la gente de la isla”, comenta Cristina. De hecho, la última calle de Sa Ràpita, que está cerca de la entrada a la playa, lleva varios años presidida por dos enormes grúas que se dedican a construir chalés de lujo, cuyo precio alcanza los 700.000 euros. ¿Qué hacen viviendas de esta categoría en un pueblo donde la principal actividad es recorrer la orilla en bici?
Si bien esta parte de la isla aún no huele de cerca el impacto que puede tener la descentralización de la actividad turística y la promoción de otro tipo de turismo que no sea el de borrachera, hay otros pueblos que ya conocen de primera mano los inconvenientes de no concentrar a todos los viajeros en Magaluf y S’Arenal. Algunas de estas zonas, como destaca el catedrático en Geografía de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), Onofre Rullan, bien podrían ser Valldemossa, Deià y Fornalutx, que anotan ya unos altos niveles de turistificación.
“Este tipo de turismo se parece mucho al de los 60, que inicialmente solo hacían un hotel y no pasaba nada, pero lo que está pasando ahora en algunos pueblos de la Sierra de Tramuntana es la punta de lanza de un proceso que, a medio o largo plazo, supondrá una transformación total de la isla”, advierte este profesor, que también es especialista en Sostenibilidad y Territorio. “Ahora vemos olivos, almendros, campos de cereales, pero, si todo se enfoca al sector turístico, estos paisajes terminarán siendo decorado para otro tipo de actividad económica”.
Pero, ¿por qué zonas que hace unos años no eran turísticas, lo son cada vez más? El vicedecano de la Facultad de Turismo de la UIB, Tolo Deyà, detecta tres factores principales. En primer lugar, recalca que ha habido un cambio significativo en el comportamiento de los viajeros. “No hablamos de los visitantes de los 80 y los 90, que no eran muy experimentados, sino que cada vez son más expertos”, explica. “Se han ido desarrollando nuevos modelos de comportamiento, y ahora los viajeros quieren dejar de ser turistas, para comportarse como residentes”, añade.
En las encuestas de satisfacción que se realizan tras finalizar un viaje, en general, uno de los aspectos negativos que critican los visitantes es la presencia de otros turistas
De hecho, como apunta Deyà, en las encuestas de satisfacción que se realizan tras finalizar un viaje, en general, uno de los aspectos negativos que critican los visitantes es la presencia de otros turistas. “Al turista no le gusta coincidir con otros viajeros, le gusta tener más exclusividad, vivir una experiencia que no sea igual a la de sus compatriotas”, asegura este experto. Según el profesor, durante los últimos años, ha empezado a ganar relevancia el concepto ‘experiencia’, que hasta ahora había estado siempre muy ligado al marketing.
En segundo lugar, remarca que la aparición de alojamiento vacacional también ha jugado un papel importante. “Ha hecho que el turista pase a ser un vecino más”, indica. “Antes, llevaban una vida paralela a la de los residentes, pues dormían en un hotel, se paseaban en autocar… Sin embargo, ahora, viven en la casa de al lado y se mueven en coches de alquiler”, describe. “Van al mismo super, al mismo restaurante, y da la percepción de una cierta invasión, pero no porque haya más turistas, sino porque cada vez tienen una vida más parecida a la nuestra”, añade.
Por último, y como es bien sabido, remarca la relevancia de la globalización de la información. “No hay secretos para nadie, no existen calas escondidas o parajes desconocidos”, lamenta Deyà. De hecho, cada verano, a través de las redes sociales, surgen iniciativas ciudadanas para pedir a los residentes que no añadan la localización en sus publicaciones. “Antes era imposible que llegaran a estos sitios, pero, hoy en día, disponen de GPS, redes o incluso el propio arrendatario, que les puede recomendar rincones poco transitados”, explica.
Aunque desestacionalizar el sector y huir del turismo de borrachera para promocionar otros tipos de actividad turística, como deporte, cultura y gastronomía, entre otros, puede conllevar muchos beneficios económicos para los que viven de ello, son varias las organizaciones que lamentan las desventajas para los residentes. De hecho, uno de los principales ‘contras’ es la subida del precio de la vivienda, pues cuanto mayor es la turistificación de la zona, mayor es el coste del alquiler y de la compra de casas, lo que repercute en los planes de muchos.
En este sentido, el documentalista Carles Bover, que en Destrucción creativa de una ciudad habla de la gentrificación que padecen algunos barrios de Palma, recuerda que el hecho de “limpiar la cara” a algunas calles del centro de la capital para promocionar el turismo, movió a muchas familias hacia vecindarios más periféricos. A estas reivindicaciones, se unen plataformas como Ciutat per a qui l’habita y Terra Ferida, que recientemente han denunciado el incremento de la vivienda turística en Santanyí, que es el segundo municipio con la mayor subida de España.
La solución no es fácil. Para Rullan, no se trata tanto de la forma de turismo, sino de la cantidad y sus usos. “Es un tema de densidad de uso, cuando haces ocho pisos o tres hoteles no pasa nada, el problema viene cuando habilitas 500 casas de alquiler turístico y 40 hoteles”, subraya. “No hay un uso mejor o peor, pero hay que tener en cuenta que la cantidad afecta, sobre todo cuando los hijos de los valldemosinos tienen que irse a vivir a Palma porque ni pueden permitirse pagar un alquiler en el pueblo en el que nacieron, este es el indicador del problema”, advierte.
Para Deyà, el camino tampoco es recto. “Los cambios que se han producido en el modelo turístico son sociales, el turista quiere tener experiencias menos homogéneas y menos masificadas”, dice este experto. “Es difícil prever que irá a menos, porque está claro que irá a más, serán turistas más nómadas, que se comportarán cada vez más como residentes”, explica. “Hemos estado de acuerdo en que la masificación no es buena y hemos pasado a los planes más pequeños”, asume. Por suerte, o por desgracia, “al ser una isla, la capacidad de alojamiento es limitada”.
“Fui la niña más feliz del mundo, porque vivía en un oasis”. Margarita nació y creció en S’Estanyol, un pequeñísimo pueblo costero situado al sur de Mallorca, habitado, hace unos 65 años, por una docena de familias que mantenían una estrecha relación con el mar. “Casi todos, si no éramos familia, éramos amigos”,...
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Margalida Fullana Cànaves
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