En primera persona
Leer es comparar
El autor, profesor de literatura comparada en la USC, se defiende de las acusaciones de antisemitismo recibidas por titular su seminario “Auschwitz/Gaza: un campo de pruebas para la literatura comparada”
César Domínguez 25/08/2021
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Soy profesor titular de literatura comparada en la Universidade de Santiago de Compostela (USC) desde 2003. Mi especialidad es la literatura comparada, esto es, el estudio de la literatura en su dimensión internacional, una disciplina que cuenta entre sus fundadores contemporáneos con figuras de la talla de Erich Auerbach, judío-alemán que el régimen nazi desposeyó de su cátedra en Marburgo tras la aprobación de las leyes raciales, y George Steiner, judío-francés cuya familia logró refugiarse en Nueva York tras huir de París, ciudad que un mes más tarde fue ocupada por los nazis. Fue Steiner quien afirmó que “leer es comparar”, “todo acto de recepción de una forma dotada de significado… es comparativo”, (“¿qué es la literatura comparada?”) Dada su consuetudinaria apertura al diálogo, el multilingüismo y el entendimiento de las culturas, no es arbitrario que la refundación de la literatura comparada (seguramente no hay símbolo más importante para esta disciplina que la idea judía del libro como hogar en la diáspora) tuviese lugar en los Estados Unidos por parte de intelectuales judíos y otras comunidades que huyeron de la persecución del fascismo y el nazismo en Europa.
No es arbitrario que la refundación de la literatura comparada tuviese lugar en los Estados Unidos por parte de intelectuales judíos y otras comunidades que huyeron de la persecución en Europa
Durante los últimos años he ofrecido a mis estudiantes de grado un curso titulado “Holocausto”. En dicho curso, el alumnado leyó, en sus lenguas originales o en traducción, obras de Primo Levi, Jorge Semprún (uno se pregunta cómo es posible que L’Écriture ou la vie no sea de lectura obligada en la educación secundaria española, como lo es Se questo è un uomo en Italia), Ledicia Costas (novelista gallega que presenta la situación de la prostitución de mujeres en los campos de concentración nazis), Jorge Volpi (escritor mexicano que en Oscuro bosque oscuro aborda la corresponsabilidad universal de los genocidios, sea donde sea que tengan lugar), los dibujos realizados por niños en Theresienstadt, Bernhard Schlink, quien en Der Vorleser retrata el drama generacional de los hijos de progenitores alemanes que vivieron la Segunda Guerra Mundial, o Philip Roth, quien en su relato “Eli, the Fanatic” ilustra la difícil situación a la que se enfrentaron los refugiados judíos de campos de concentración a su llegada a los Estados Unidos, incluso por parte de judíos asimilados que hicieron de ese país su hogar en décadas precedentes. El curso perseguía diversos objetivos: introducir al alumnado en los rudimentos de la disciplina, familiarizarlos con un corpus literario poco conocido para ellos (su experiencia lectora no suele ir más allá del Diario de Anna Frank y filmes de Hollywood) y, en consonancia con la voluntad ética de la literatura comparada, comprender la Shoá como el genocidio del siglo XX que acabó con la esperanza en la propia humanidad (y la poesía misma según Theodor Adorno) pero que, al mismo tiempo, originó empresas tan nobles como los tribunales penales internacionales. La procedencia tan diversa de las obras y sus lenguas –desde Alemania hasta México, pasando por Galicia, Francia, Italia y los Estados Unidos– era una mínima muestra en las catorce semanas de duración del curso de que el Holocausto representa el núcleo de nuestra memoria cultural transnacional.
Para el próximo curso 2021-2022 decidí modificar el curso, con un nuevo título y nuevas lecturas: “Auschwitz/Gaza: un campo de pruebas para la literatura comparada”. A diferencia de mi curso anterior, cometí un serio error: anunciarlo en las redes sociales. Con dicho anuncio no perseguía ni publicidad ni incrementar la matrícula (es lo menos importante que se me ha achacado), pues el alumnado es fijo en la medida en que sólo pueden cursar esta materia quienes están previamente inscritos en un conjunto de materias (el llamado minor). Los académicos utilizamos las redes sociales para que nuestros colegas nos aconsejen, nos sugieran lecturas literarias y teóricas, etc. De esta forma pude saber de obras que no conocía. Pero de forma inmediata comenzaron a llegar, a mí y a las autoridades académicas (incluso al ministro de Universidades, Manuel Castells) denuncias y difamaciones que me presentan como antisemita, judeófobo y promotor del terrorismo islámico. La denuncia más temprana (20 de agosto) fue realizada por la Asociación Galega de Amizade con Israel (AGAI), que me acusa a mí, así como a mi universidad, de banalización de la Shoá y de atentar contra la definición del antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo de Holocausto (IHRA), adoptada por España de forma “jurídicamente no vinculante”, en concreto, de incurrir en “establecer comparaciones entre la política actual de Israel y la de los nazis”. Debo señalar que para dicha difamación la AGAI se basa únicamente en el título del curso, pero no en los contenidos, que desconoce y que en su opinión no son relevantes, ya que sostiene que antisemitismo y banalización están ya presentes en el título del curso.
La postura de la AGAI es compartida por algunos, tanto a título individual como en nombre de asociaciones. Su argumento se basa en que se establecen comparaciones, algo que se deduce del nombre “literatura comparada”. Ciertamente, esta disciplina nació en el siglo XIX en Francia centrada en la comparación de obras literarias en lenguas distintas. Pero esta es ya una definición desfasada en la medida en que, como he indicado, hoy día hay consenso académico en entender la disciplina como el estudio de la dimensión internacional de la literatura, incluidas sus relaciones con otras artes (pintura, música, cine, etc.) y esferas de conocimiento (religión, filosofía, economía, derecho, etc.). Ello no significa, con todo, que la comparación sea totalmente ajena a la disciplina en tanto que la comparación es un acto lógico básico de la mente humana (se ha demostrado que también de otras inteligencias animales). Lo que es incuestionable es que comparar no significa establecer paralelismos sumarios y asimiladores que borren las diferencias. Comparar también es explorar cuáles son las diferencias entre los elementos comparados, en qué consisten dichas diferencias y por qué son importantes (hay una corriente teórica al respecto que ha surgido hace pocos años en China, la llamada “teoría de la variación”).
Comparar también es explorar cuáles son las diferencias entre los elementos comparados, en qué consisten dichas diferencias y por qué son importantes
Es normal que el público en general, incluidos quienes velan por el recuerdo del Holocausto, no tengan conocimiento de los fundamentos teóricos y metodológicos de la literatura comparada. Pero, antes de hacer acusaciones tan graves como las realizadas, ¿no deberían haberse interesado por los contenidos del curso y preguntar qué significa la matriz Auschwitz/Gaza? (Por cierto, en mi curso anterior utilicé la matriz Lisboa/Auschwitz: si el terremoto de Lisboa de 1755 generó a nivel europeo una reflexión sobre el “mal natural”, Auschwitz generó a nivel global una reflexión sobre el “mal radical”. Es una matriz de reflexión; ¡No una comparación de Auschwitz con Lisboa!) Ninguno lo ha hecho, pese a mis reiteradas peticiones. Insisten en que el título es meridianamente claro en su antisemitismo y judeofobia. Nadie ha acudido a la web de la USC, en la que los contenidos del curso son de público acceso. Como se recoge en dicha web oficial, el primer objetivo es introducir al alumnado en los fundamentos de la literatura comparada. El segundo y último es: “La materia se configura como un seminario que aborda ‘Auschwitz/Gaza’ como símbolo de ‘zonas de indistinción’ (Giorgio Agamben) o ‘zonas de indeterminación’ (Elizabeth A. Povinelli)”. Agamben, hijo de armenios (otra comunidad que ha sufrido genocidio), define “zonas de indistinción” como el “estado de excepción … en el que la vida desnuda y el régimen jurídico entran en un límite de indistinción” (Homo sacer). En lo personal, creo firmemente que eso sucedió en Auschwitz y sucede en Gaza (no hay un único responsable), como también en otros lugares del mundo. Pero, como profesor, mi tarea no consiste en transmitir al alumnado mis creencias y opiniones, sino promover que discutan obras literarias y teorías, según sus propias creencias y opiniones, a escala internacional. En las discusiones de clase, habrá opiniones a favor y en contra, pero siempre argumentadas, y todas serán objeto de diálogo. Es obvio que ese límite de indistinción en Auschwitz y Gaza es inconmensurable, “incomparable” si se quiere, pero es que la literatura comparada también atiende lo incomparable, como otras disciplinas comparatistas (pienso en el Derecho comparado), al decir de Marcel Detienne. Se me ha acusado de yuxtaponer Auschwitz y Gaza interesadamente a favor de la causa palestina, cuando podría haber escogido el caso bosnio (antes del curso “Holocausto” ya impartí un curso sobre literatura y guerra en la exYugoslavia) o ruandés. Es cierto, pero no satisfaría a todos. ¿Acaso no hay pensadores –judíos incluidos– que no aceptan que el siglo XX sea el siglo de los genocidios, en plural, porque el único genocidio es la Shoá y, por tanto, es incomparable? Yo, como profesor de literatura comparada, debo interrogar qué significa incomparabilidad, y hacer que mi alumnado también se lo pregunte. Pero, en última instancia y más importante, hay escritores que han vinculado, de forma afortunada o desafortunada –eso no nos toca a los investigadores en literatura decidirlo, para ello están los premios literarios–, ambas experiencias. La escritora palestino-estadounidense Susan Abulhawa así lo hace en su novela Mornings in Jenin, como también Elias Khoury en Children of the Ghetto. Primo Levi nos habla en Se questo è un uomo de que los prisioneros judíos en peores condiciones eran llamados Muselmänner (musulmanes). Elie Wiesel afirmó que, si en su momento vio cómo niños judíos fueron arrojados vivos al fuego, ahora veía el uso de niños musulmanes como escudos humanos. Y Amos Oz tituló uno de sus ensayos más conocidos Israel, Palestina y paz. ¿Con sus gruesas denuncias y acusaciones la AGAI y otras asociaciones y foros judíos e israelitas están diciendo que no podemos ni debemos estudiar estas obras, comentarlas, aprender de y con ellas, incluso para disentir? ¿O se trata de imponer una variante de lo políticamente correcto estadounidense, que veta la lectura en las universidades de Huckleberry Finn, a menos que sea en ediciones expurgadas de los calificativos del esclavo Jim?
Lo cierto es que en toda esta campaña de difamación pienso que hay una clara dimensión patrimonialista. Confrontar “Auschwitz” y “Gaza” como detonador de reflexión crítica se considera un crimen antisemita. Holocausto y Nakba no pueden estar en la misma frase, excepto si quien lo hace son académicos vinculados a prestigiosas universidades de Israel. Es el caso de Bashir Bashir y Amos Goldberg, editores de un valioso volumen (original hebreo de 2015, traducción inglesa de 2018) titulado The Holocaust and the Nakba: A New Grammar of Trauma and History (Columbia University Press), una inspiración básica para mi investigación. En lo que se me alcanza, ni Bashir, ni Goldberg, ni sus colaboradores han sido difamados por antisemitismo, judeofobia y promoción del terrorismo islámico, ni sus universidades han sido “repudiadas”, como sí lo están haciendo con la USC con motivo de este curso al amparo de que, según la AGAI, yo, y con ello la USC, hemos traído la “vergüenza a Galicia”.
Nadie me ha contactado, nadie ha revisado los contenidos, nadie ha pedido aclaraciones. Unánimemente, afirman que el título del curso equipara Auschwitz con Gaza
Carece de importancia mencionar aquí las acusaciones y difamaciones a título individual. Las hay más hirientes y de mayor difusión, como las que proceden de (supuestos) medios de comunicación, pero que crean noticias a partir de tweets sin (querer) contrastar con las fuentes.
Finalmente las hay desoladoras: las de asociaciones que velan por la memoria del Holocausto, a la cual, modestamente he querido contribuir en las aulas y la investigación, como las de la AGAI o el Simon Wiesenthal Center, que solicita del ministro Castells la intervención de la USC debido a un curso cuyo “contenido esperable” es una banalización del Holocausto que puede contribuir a la violencia contra los judíos.
Nadie me ha contactado, nadie ha revisado los contenidos, nadie ha pedido aclaraciones. Unánimemente, afirman que el título del curso “Auschwitz/Gaza: un campo de pruebas para la literatura comparada” equipara Auschwitz con Gaza, identifica la política israelita con la de los nazis y banaliza el Holocausto. Como nos ha enseñado Victor Klemperer, el lenguaje (y su manipulación) es un campo básico de investigación. Últimamente se han discutido las consecuencias de la banalización del término “fascismo” cuando se aplica indistintamente urbi et orbi. Tal vez sea esto lo que esté sucediendo aquí, la banalización del término “antisemitismo” a partir de “acusaciones falsas, … perversas”, de las que la IHRA por cierto reniega. No apelo a la libertad académica que, obviamente, tiene sus límites. Pero sí apelo a que estas asociaciones (y otras) basen sus denuncias en datos fehacientes, no suposiciones, deducciones simplistas o afirmaciones sin base científica (como las relativas a la comparación en la literatura comparada). Y si comparten que, en su deber social, las universidades deben también hacernos conscientes sobre el sufrimiento humano, mantenerlo vivo en la memoria y corresponsabilizarnos en los términos de Hannah Arendt (harían bien en leer su definición de “banalización del mal”), me pongo a su entera disposición para hacer efectivo este objetivo. Por propia iniciativa, decido anular el curso porque esta campaña no augura que pueda tener lugar un diálogo real.
Soy profesor titular de literatura comparada en la Universidade de Santiago de Compostela (USC) desde 2003. Mi especialidad es la literatura comparada, esto es, el estudio de la literatura en su dimensión internacional, una disciplina que cuenta entre sus fundadores contemporáneos con figuras de la talla de Erich...
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