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La comidilla de las redes sociales hace unas pocas semanas (¡pasan tan rápido!) fue la presencia de Iván Redondo (hasta hace unos meses gurú, jefe de comunicación o spin-doctor del gobierno) en un programa de “máxima audiencia”. No es que el público reunido ante sus pantallas esperara que se revelasen grandes secretos de Estado (hubiese sido un escándalo), pero sí una perspectiva de la política actual, reflexiones maduradas en las cercanías (y amarguras) del poder, o por lo menos las agitaciones de una inteligencia estratégica, situada cerca de donde se decide por dónde se complicará o se aliviará nuestra vida.
El resultado fue del todo decepcionante, Redondo recordaba a uno de esos novelistas que se toman en serio la boutade de Flaubert de sostener una novela de trescientas páginas a pura fuerza de estilo, ocurrencia que suele precipitarse en el desastre; y ya no digamos cuando en el caso del spin-doctorel estilo rozaba el apuro: balbuceos, frases epatantes, chascarrillos, muletillas en inglés, y, como no, citas de series (¡y sin mencionar la fuente!).
Estupor y risas, de acuerdo. Pero entre risas puede que salten algunas alarmas. ¿Cómo se había podido infiltrar aquel hombre en La Moncloa? ¿Es que nadie había advertido lo etéreo de su pensamiento? ¿Si este era el jefe, cómo serán los demás? Las preguntas son atendibles, pero un tanto impertinentes, y sospecho que fruto de una imprecisión semántica: sinónimos como táctica, estrategia, estratagema, maniobra o ardid serán sinónimos, pero no significan lo mismo.
Imagino que lo que se le pide a un spin-doctor es que ejerza de lo que en el patio del colegio llamábamos un “listo”. Una cabeza rápida para comprender la situación del juego y sacar una ventaja rápida, derivada de la contingencia. Un sujeto bien perfilado en el ecosistema social y con una utilidad clarísima. La última persona con la que consultaríamos asuntos de táctica y estrategia: a quién votar para delegado o qué carrera elegir.
La cuestión aquí (bueno, una de las cuestiones) es cómo ha podido sobredimensionarse hasta tal punto un aspecto importante, pero secundario, de la política como la “comunicación”. Y la pregunta se vuelve más urgente cuando no se trata de una comunicación neutra o supeditada a la ambición y a la extensión de las políticas, sino una suerte de criterio decantado (la comunicación del “listo”) que refrenda solo aquellas políticas que admiten expresarse en mensajes breves, contundentes, de calado demagógico y cortoplacistas hasta el delirio, en la medida en que todos sus cálculos se basan en la impresión o el efecto inmediato. La comunicación “del listo” no afecta solo a los partidos de gobierno, también los partidos de la oposición parecen entregados a cómo “comunicar” sus reiteradas negativas a cualquier propuesta del ejecutivo. Es de suponer que, temerosos de que no se entienda que son “oposición”, la comunicación del “listo” les confunda con unos tibios o unos vendidos. Se presume durísima la competencia entre oposiciones. Estamos pocos metros por encima del grado cero de la inteligencia conocido como “zasca”, pero alarmantemente cerca de la toma de decisiones.
Y ahora me temo que no me queda otro remedio que hablar de una serie, pero es que viene muy al caso, y prometo no hacerlo más. Se llama The Thick of It y entre otras cosas trata de cómo la comunicación jodió la política. O por lo menos una clase de política. Seguimos las aventuras de un spin-doctor psicópata rodeado de ministros y consejeros que bordean la incompetencia, bregados en el sistema de ascenso de los grandes partidos (el servilismo puntual). Una manera de ver la serie es desesperarse con los políticos, y entender que más allá de su tono agresivo Malcolm Tucker (el spin-doctor) trata de mantener a flote al partido, amenazado por el ridículo. Pero a medida que la serie avanza y abandona su tono de sátira vanguardista para adentrarse en algo más amargo también admite ser ‘leída’ como una figuración de cómo la necesidad de comunicar a diario termina haciendo con los políticos y las políticas lo que se dice que los jíbaros hacían con las cabezas de sus enemigos. Una comunicación de “listos” segrega una política de timoratos, aterrorizados por el efecto que causarán al desvelarla.
El final de Tucker es muy parecido al de Redondo (y no debe considerarse spoiler lo que responde a las leyes gravitatorias de la política de partidos), pero el día de su despido, asediado por esa prensa que tan bien conoce, ávida de rebañar unas últimas palabras, Tucker tiene la elegancia (o la resignación) de callarse. Alejado de la esquina de las decisiones, al “listo” no le queda nada por comunicar: ni sobre la política, ni sobre el mundo ni sobre nuestras vidas. Y el mes que viene nos preguntaremos sobre lo que la comunicación ha dejado fuera de la política.
La comidilla de las redes sociales hace unas pocas semanas (¡pasan tan rápido!) fue la presencia de Iván Redondo (hasta hace unos meses gurú, jefe de comunicación o spin-doctor del gobierno) en un programa de “máxima audiencia”. No es que el público reunido ante sus pantallas esperara que se revelasen...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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