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El otro día escuché por primera vez una de esas expresiones en inglés que la gente suele utilizar para darse ínfulas y constatar que tiene mucho más mundo que tú, personas que parecen multiplicarse en ciudades pequeñas como en la que yo vivo ahora. Se trata del self talk, una manera intelectualoide de referirse a la capacidad que todos tenemos para hablarnos a nosotros mismos. Al principio, ya digo, lo atribuí a un intento de sobresalir en una conversación banal, un chorrito de psicología positiva y más bien barata para demostrar que, además de ser una persona más instruida, también conocía las herramientas para ser más feliz.
Pero luego le di un par de vueltas: ¿cómo me trataba yo? ¿qué conversaciones conmigo mismo solía tener? Pongamos como ejemplo una noche, cualquiera en la que no toque, en la que L. y yo pedimos para cenar comida basura. Mi diálogo interior sería más o menos así: “Eres un cerdo y sigues vivo porque en el mundo tiene que haber de todo, te has pasado una hora en el gimnasio para meterte entre pecho y espalda una hamburguesa, una ración gigante de patatas y, eso sí, una Coca Cola Light, Me das asco”.
No sé exactamente lo que en ese preciso instante se dice L. a sí misma, pero sí conozco lo que me suelta a mí, por lo que me figuro no será demasiado diferente: “Yo la comida la voy a disfrutar, me paso el día aguantando a dos fieras y soportando tus payasadas, así que a mí déjame de dietas y de historias”. Ante tamaña argumentación, lo único que le queda al otro es agachar la cabeza y arrastrar los pies –y la barriga hinchada– hasta la cama.
Pensé en eso y, ante la inminente llegada del primer clásico de imitación (sin Cristiano, sin Messi, sin Ramos, sin Griezmann…), me puse a pronosticar. No soy muy ducho en esto de las cábalas, pero me cuesta imaginar un escenario distinto al de una victoria más o menos tranquila por parte del equipo merengue, algo similar a lo que ocurrió en el Atlético-Barça. Y, pensándolo detenidamente, no existe una diferencia tan grande –uno a uno– entre las plantillas de ambos. Si bien es cierto que la marcha de Messi deja un boquete deportivo y emocional de bíblicas proporciones en el conjunto blaugrana, el Real Madrid también ha perdido a jugadores trascendentales y únicamente ha fichado al experimentado Alaba y al esperanzador pero aún aturullado Camavinga. Diría, pues, que, en lo deportivo, el Madrid parte con una pequeña ventaja que se compensa por su condición de visitante el próximo domingo 24 de octubre.
Pero las sensaciones son otras bien distintas y creo que en parte es por el dichoso self talk. No conozco a un club en el mundo que se hable a sí mismo con mayor aplomo, firmeza y optimismo que el Real Madrid. Esa conversación interior, lejana en realidad a la autocomplacencia, la traslada de manera inmediata al exterior con un innegable impacto entre su afición.
El relato varía de manera veloz según las circunstancias. Hace unas semanas, Carlo Ancelotti era uno de los mejores entrenadores del mundo por hacer jugar al equipo tedioso y conservador de la pasada temporada como los ángeles y, por contraste, Zinedine Zidane (sí, el tipo que ganó tres Champions consecutivas) tan sólo era un advenedizo con algo de fortuna pero sin ningún conocimiento táctico. Después vinieron dos inesperadas derrotas ante el –este sí– advenedizo Sheriff y el Espanyol, y el foco se ha posado ahora sobre la silueta de funambulista de Karim Benzema. Ojo, a mí el francés sí que me parece un digno opositor al Balón de Oro, un futbolista excelso, diferente, tal vez el mejor falso nueve del mundo, que al final ha sabido atenuar la marcha del máximo goleador de la historia del club blanco, Cristiano Ronaldo.
Pero ese no es el tema ahora. Si no fuera Karim, el futbolista del momento sería Vinicius (ya lo fue hace unas semanas), Miguel Gutiérrez o el mismísimo Luka Jovic. Si por cualquier cosa nada en el presente funciona, en Chamartín se aferran con fuerza al pasado o, en su defecto, a un futuro prometedor. En el Madrid nunca hubo un debate importante sobre el estilo en el césped: el estilo es ganar o, al menos, ilusionar al personal con un futuro fulgurante en el que se pueda ganar; solo así se entiende la turra casi diaria con Mbappé. Cualquier cosa con tal de no claudicar, cualquier excusa es válida para autoconvencerse primero, y convencer a los demás después. Ahí radica en gran parte el sustento de esa proverbial resistencia a la rendición que presentan los blancos y que cada poco –la última vez fue en San Siro ante el Inter– emerge en los medios: no es que el Madrid siempre vuelva, es que en realidad nunca se ha ido.
En el otro extremo tenemos a jugadores que nos dicen que esto es lo que hay, a un señor que se pone las gafas de leer para confirmar que, efectivamente, no hay más cera que la que arde, y a un presidente desconcertado que confiesa haber llegado a pensar que el mejor jugador del planeta se quedaría en el Barça sin cobrar. La diferencia es sencillamente abismal: uno se habla de modo lastimero y compasivo, como si fuera un enfermo terminal en cuidados paliativos, mientras que otro se dirige a sí mismo con la arrogancia del que se cree inmortal.
Escribo esto antes del Barça-Valencia y de la jornada de Champions. No sé lo que pasará finalmente, pero estoy seguro de que, aunque el marcador del Camp Nou indique lo contrario, el Real Madrid no va a perder este clásico.
El otro día escuché por primera vez una de esas expresiones en inglés que la gente suele utilizar para darse ínfulas y constatar que tiene mucho más mundo que tú, personas que parecen multiplicarse en ciudades pequeñas como en la que yo vivo ahora. Se trata del self talk, una manera...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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