Resistencias
Ese horizonte que era nuestro
Las que venimos de esta historia de diáspora innombrada, las que perdimos el lugar de enunciación, somos los brazos que faltan, pero que pueden unirse al esfuerzo colectivo. Porque esta es también una lucha por la memoria
Brigitte Vasallo 29/10/2021
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En Chandrexa de Queixa hay un cementerio donde todo el mundo se apellida Vasallo. Ese lugar donde no habitan los vivos es el único sitio al que pertenezco sin duda alguna, el único espacio que me permite sentir esa sensación que relata la gente que es de algún lugar. Formar parte no depende únicamente de la voluntad de una… eso solo lo cree quien tiene un lugar en el mundo. Las hijas de las diásporas vamos siendo con lo que podemos, como nos dejan, a trozos, a ratos, a trompicones.
Entre 1950 y 1970, seis millones de personas en el Estado español abandonaron su lugar de origen, bajo las condiciones de un régimen fascista
La pertenencia no es un hecho individual, tampoco funciona con el “si quieres, puedes” neoliberal. La pertenencia se hace colectivamente, y sucede sin palabras, haciéndose. Son las palabras las que a menudo no nos dejan ser. Lo que se nombra es, paradójicamente, lo que niega la existencia. Hay perteneceres que están siempre cogidos por los pelos, siempre en deuda, como pidiendo perdón, siempre reclamado de esfuerzo, de integración, de buena ciudadanía y siempre bajo estrecha vigilancia.
Me he nombrado charnega desde que he entendido estos procesos, como me he nombrado marimacho. Porque ambas palabras apuntan a espacios fuera de la identidad, espacios bastardos que señalan carencias y excesos simultáneamente. Como el color turquesa, que rodeado de verdes parece azul, y rodeado de azules parece verde, yo parezco catalana entre gallegas y gallega entre catalanas. Pero no soy más mezcla que cualquiera. La diferencia es que mi mezcla no tiene lugar.
El milagro
Entre 1950 y 1970, seis millones de personas en el Estado español abandonaron su lugar de origen, bajo las condiciones de un régimen fascista. Fueron las manos y los lomos de aquello que se ha llamado “el milagro español” como si fuese obra de la virgen o de los tecnócratas. En un país que persigue y castiga la memoria, y que nos ha inoculado el miedo a través de mensajes disuasorios de “esto no toca”, “ya pasó”, “no fue tan grave”, “hay miles de cosas peores”, en un Estado donde persiste la vergüenza de la miseria, no hemos podido hacer un nosotros de aquel proceso. Hasta me atrevo a decir más: no hemos hecho un nosotros porque los que ganaron la guerra siguen siendo los dueños del relato. Por supuesto, de las estirpes que ganaron la guerra y siguen siendo fascistas. Pero falta la autocrítica de las estirpes que la ganaron y ahora son progres, que miran la miseria como un objeto de estudio, como un discurso y no como un legado.
El milagro español fue el desmantelamiento de un mundo, de la ruralidad, de las comunidades pequeñas, de formas de vida que habían sido útiles para la gente y para el entorno durante siglos. El capitalismo industrial siempre ha sabido venderse bien. Propone un modelo insostenible y ataja cualquier intento de mirar hacia otro lado con imágenes de un pasado mucho peor sin señalar nunca los poderes responsables de que fuera peor. La reforma agraria de 1932 pretendía hacer justicia con ese mundo rural, sin acabar con él, sino tratando de acabar con las causas innaturales de la miseria en tierra fértil. Ese fin de un mundo es el contexto de aquella diáspora, más allá de los lugares geográficos de los que salimos o a los que llegamos. Tenemos un relato sorprendentemente común.
Chandrexa de Queixa contra Goliat
Este verano he cruzado la Península por carretera y a cada parada me he topado, como una premonición, con los grandes proyectos eólicos y sus resistencias. Lugares pequeños que siguen estando, donde la gente se ha organizado para proteger lo que es suyo, y es nuestro: el paisaje, la tierra, la forma de vida, la memoria, y unas comunidades que no se limitan a pensarse en sus formas humanas. Realmente es el pueblo contra los eólicos, contra las leyes, contra las trabas administrativas, contra el lenguaje jurídico, contra la trampa de la parcelación de los grandes parques eólicos y fotovoltáicos en parques más pequeños pero colindantes y, en muchas ocasiones, contra los propios ayuntamientos. Lo que hace que una energía sea verde, sostenible, no es solo su materia prima, sino su método de extracción y de distribución. Son empresas ligadas al capital especulativo, los mismos de la burbuja inmobiliaria. Los grandes proyectos de energías renovables convierten las tierras de cultivo y ganadería en polígonos industriales que alimentan el consumo energético de ciudades que están a miles de kilómetros cuando no exportan esa misma energía a lugares con tan buena fama ecológica como Noruega. Y no escogen el campo por casualidad: lo hacen porque allí queda poca gente para resistir y los que fuimos de allí ya no estamos.
En nuestro caso, en el caso de Chandrexa de Queixa, según informa el diario Nós, la empresa promotora es Wind Hero s.l., administrada por Antonio Mascaró Gomila, que también fue director adjunto de la Banca March. Su fundador, Juan March, financió con ingentes cantidades de dinero el golpe de Estado franquista, y fue clave en su victoria. Ese mismo capital fue el que nos sacó de nuestras tierras, y ese mismo capital es el que ahora viene a llevarse lo único que queda de nosotras, que es la tierra misma.
Hay infinitos motivos para sumarnos a las resistencias locales que se están alzando contra este desastre que extiende sus brazos por todo el planeta. Las que venimos de esta historia de diáspora innombrada, del expolio, las que perdimos en ello el lugar de enunciación, somos los brazos que faltan, pero que pueden unirse al esfuerzo colectivo. Porque esta es también una lucha por salvar nuestra memoria, por un horizonte que un día fue nuestro y que hoy debería ser de todas.
En Chandrexa de Queixa hay un cementerio donde todo el mundo se apellida Vasallo. Ese lugar donde no habitan los vivos es el único sitio al que pertenezco sin duda alguna, el único espacio que me permite sentir esa sensación que relata la gente que es de algún lugar. Formar parte no depende únicamente de la...
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Brigitte Vasallo
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