En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
The road of excess leads to the palace of wisdom
En su prólogo a Poesía completa, Borges se refería a Blake como uno de los hombres más extraños de la literatura. Lejos del lugar común, la frase del argentino resulta sorprendentemente certera, tan precisa en su elogio como ambigua en sus posibilidades críticas. ¿Dónde radica la extrañeza de William Blake? ¿Perfila un movimiento excéntrico o concéntrico? ¿Existe una extrañeza pura, específicamente textual? La extrañeza es un modo habitual de acercamiento a las biografías literarias y, sin embargo, en su obra rebasa el personaje y las anécdotas, volviendo casi irrelevantes las reflexiones sobre sus circunstancias contextuales. Aludir a Blake como un autor extraño tiene que ver, más bien, con reivindicar cierta posición de radical asombro ante sus textos, una heterodoxia lectora a la altura de un corpus delirante, hereje e iluminado. Extraña es su producción de sentido, su relación con las fronteras estéticas y morales, su intensidad imaginativa (su religión es, de hecho, la religión de la imaginación). Y extraña es también, en consecuencia, la parábola que su obra describe con respecto a un presente terrorífico, en el que los límites entre la realidad y la fantasía, la mentira y la verdad, lo posible y lo imposible, pese a sus transgresiones aparentes, se nos muestran más férreamente definidos que nunca.
El origen de mi interés por la trayectoria de Blake sigue también caminos imprevistos y contrahistóricos, poco habituales al hablar de una obra que ocupa un lugar tan central en la tradición literaria. La primera vez que escuché hablar de él fue en la película Dead Man de Jim Jarmusch, un wéstern particularísimo en el que el protagonista, llamado también William Blake, inicia un descenso a los infiernos como fugitivo de la ley. La visión de un Johnny Deep fantasmagórico, atravesando las llanuras salvajes del Oeste y repitiéndose, como píldoras de sabiduría ancestral, algunos de los Proverbios del Infierno, saturó mi (todavía) adolescente sentido estético. También la obsesión por los proverbios articulaba una de mis obras literarias favoritas de los últimos años, Sobre los huesos de los muertos de Olga Tokarczuk, título que proviene precisamente de uno de ellos: “Guía tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos”. Esta lectura actualizó mi curiosidad por los poemas de William Blake y por su apertura a otros espacios de pensamiento visuales y verbales distintos al de poema. Su presencia en la filmografía de Jarmusch o en la literatura de Tokarczuk, más allá del plano de la evidente referencia intertextual, parecía operar como una adopción de su método de conocimiento poético, su incorporación en otro tiempo y en otros medios: una visión desordenada y excesiva de los lenguajes. De este modo, ambos textos relanzaban su obra hacia direcciones totalmente singulares.
La pregunta por la actualidad de William Blake tiene, en los últimos tiempos, una primera y monumental respuesta si acudimos al ámbito editorial. Hace unos meses, La Felguera publicó La visión eterna, una edición valiosísima de sus cartas, ensayos, grabados, entrevistas o manifiestos, traducidos por Javier Calvo e inéditos en su mayor parte. En la obra se observa con una claridad extraordinaria cómo los textos a priori no literarios de Blake son finalmente los que acaban llevando hasta las últimas consecuencias este método de conocimiento poético: si somos rigurosamente coherentes con él, solo podemos acceder a la verdad en elaboraciones, prácticas y fenómenos poéticos distintos del poema, marginales al poema. El poema, como formato altamente codificado, acaba lastrando las posibilidades del pensamiento poético para anticipar la realidad. Hay algo de esto, de escepticismo ante el poema como depositario de lo poético, en la incansable inconformidad de Blake para con los géneros, un espíritu creador que La visión eterna alienta y reproduce.
En una época en que lo visual ostenta la hegemonía cultural, la visualidad en sus poemas se nos revela como una categoría menos visible que visionaria
Tres años antes, la editorial Estática se estrenaba también con la publicación de Una visión del Juicio Final y otros textos, un compendio de cartas y escritos de Blake sobre literatura y arte. De nuevo, los textos particulares funcionan como una perspectiva a la vez total y parcial de su trayectoria: una puesta en abismo de sus obsesiones que, al mismo tiempo, las sublima y las trasciende, siguiendo quizá la convicción de Blake de que todo conocimiento es a la vez particular y general. Ambas obras enmarcan los indiscutibles esfuerzos de recuperación, reconocimiento y relectura del autor desde las coordenadas de nuestro siglo, un panorama cultural especialmente atento a las disidencias estéticas y a la creación en los márgenes, sean estos simbólicos o literales.
Otra respuesta posible al interrogante acerca de la vigencia de Blake proviene, de forma quizá más oblicua, de la radicalidad de una poética que continúa generando desafíos a los lectores actuales. En una época en que lo visual ostenta la hegemonía cultural, la visualidad en sus poemas se nos revela como una categoría menos visible que visionaria, escasamente accesible pero profusa en sus potencialidades. Una forma de conocimiento que pone la mirada al servicio de lo profético, algo que el ejercicio poético aborda desde una posición privilegiada. Así, sus textos continúan ofreciéndonos una resistencia a las sucesivas usurpaciones de la palabra poética, no ya por la autoridad eclesiástica como en el siglo XVIII, sino por otras estructuras y dinámicas represivas que la despojan también de su margen de acción y de pensamiento en imágenes. Entre ellas, una profunda crisis de la imaginación, provocada en parte por una sobreexposición a visiones estériles o disuasorias; o por una excesiva confianza en la naturaleza narrativa y lineal de las imágenes, en su carácter antipoético. Su obra celebra los desvíos que estas producen en su significación, un desplazamiento que suele acontecer en su obra mediante la poetización del extravío y de la pérdida y a través de la resistencia a los sentidos convencionales.
Las visiones poéticas y pictóricas de Blake han perdido el vínculo con su referente, aluden a realidades místicas o sobrenaturales, que o bien se emplazan en un momento incierto o bien suspenden cualquier forma de representación temporal. Por esta razón, contribuyen a las inclinaciones naturales del poema: se abren a la paradoja, a la negación y la contradicción, se desdicen a sí mismas. Repensar la cultura visual desde la visualidad de Blake implica, por tanto, reflexionar sobre las posibilidades que las imágenes nos brindan para el elogio del exceso, la alucinación y la incoherencia, una impugnación de la literalidad y una celebración de que “lo que hoy es evidente, una vez fue imaginario”, como escribía Blake, un imposible político y textual.
Esta iluminación anticipatoria del arte a la que hacía referencia Ernst Bloch en el ya clásico El principio esperanza, o más bien su iluminación destemporalizada y carente de territorios en el caso de Blake, excede el marco de sus textos escritos, para encontrar un espacio fundamental de reflexión en sus pinturas y grabados, muchos de ellos compuestos para acompañar la lectura de los poemas y subrayar aún más la precariedad de sus sentidos posibles. Este es el caso de los Augurios de Inocencia, a los que luego se añadieron las Canciones de experiencia, y del resto de sus llamados libros iluminados, cuyos grabados dialogaban con los poemas desestabilizando, horadando o neutralizando las interpretaciones específicamente verbales. A pesar de cierta jerarquización inevitable que el lector establece entre el signo lingüístico y la representación visual (no hay más que ver cómo buena parte de las antologías de la obra de Blake a lo largo de los siglos han desatendido sistemáticamente estos paralelismos entre poesía y pintura), los poemas y los textos pictóricos se afanan en la continuidad: las imágenes del poema colaboran con las imágenes plásticas, como creadas en un mismo trazo.
Para estos fines, Blake desarrolló una técnica propia para el grabado, que consistía, en oposición a los procesos de grabado tradicional, en dibujar y escribir directamente sobre las planchas con un resistente al ácido, para después estamparlas en relieve sobre el papel. Este hallazgo, que causó gran controversia entre los aguafortistas del momento, da cuenta de su aspiración a alcanzar nuevos milagros expresivos, técnicos y comunicativos, que rebasaran el ámbito de estas relaciones usuales entre pintura y poesía. Pese a lo desconcertante que pueda resultar pensar la oscura obra de Blake desde cierto empuje utópico, el diálogo que se establece entre el lenguaje poético y el visual arrojan luz sobre cierta futuridad todavía a conquistar, a partir del cuestionamiento de las barreras entre los géneros y de los mundos que estos pueden proyectar en su fricción. Los caminos del exceso no son siempre, necesariamente, los caminos de la megalomanía: hay, al contrario, un exceso vinculado en específico con la precisión y lo minúsculo, un exceso que no funciona por acumulación sino por sustracción.
Blake, que era espiritista, sabía que la poesía convoca al mismo tiempo a espectros y fantasmas: la tensión decisiva entre el límite y su exceso
En su magnífico grabado El fantasma de una pulga, Blake trabaja en la más pequeña escala, no solo por el formato del cuadro sino por la escala del insecto representado. La aparición de un fantasma es un motivo infrecuente en su poética, más dada a los espíritus y a los espectros (“Mi espectro, como bestia salvaje, vigila mi camino de día y de noche”). Pero, desde nuestro presente hauntológico, ¿cuál es la diferencia? ¿De qué nos habla esta pulga fantasma por sinécdoque? Quizá a pesar de lo inasible, el fantasma tiene una cierta definición física, un cuerpo que, aun ausente (o precisamente en la tensión entre su ausencia y la presencia), está determinado: sea humano o animal, el fantasma tiene fronteras. El espectro, por su parte, es la pura imprecisión, nos sitúa en una perspectiva imposible. Blake, que era espiritista, sabía que la poesía convoca al mismo tiempo a espectros y fantasmas: la tensión decisiva entre el límite y su exceso.
The road of excess leads to the palace of wisdom
En su prólogo a Poesía completa, Borges se refería a Blake como uno de los hombres más extraños de la literatura. Lejos del lugar común, la frase del argentino resulta sorprendentemente certera, tan precisa en su elogio como...
Autora >
Rosa Berbel
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí