JAZZ
Cécile McLorin Salvant, abrazada a la rareza
En su concierto madrileño, la intérprete deja atrás a la genial chica empollona para convertirse en una erudita polivalente y ensimismada, de voz sobrenatural
Pedro Calvo 17/11/2021
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Lo antipático que se pone uno cuando se arroja a ponerle pegas a otro. O a otra. La otra se llama Cécile McLorin Salvant y es una intérprete absolutamente original, prodigiosa, fuera de serie. Yo amaba a esta mujer. Amaba su voz, su talento, su gracia. Me enloquecían sus gafas. Y supongo que sus calcetines también me hacían tilín, aunque de esto último acabo de darme cuenta ahora.
Emociones encontradas en este concierto de McLorin en el Auditorio Nacional de Música, dentro del festival JazzMadrid 2021. Emociones en conflicto que me dejaron más perplejo de lo que viene siendo costumbre. “Un viejo amor ni se olvida, ni se deja”, me susurra la Pradera (María Dolores) por detrás de la oreja. Cecilia, me estás rompiendo el corazón.
Con dos bises solicitadísimos por aclamación, McLorin puso el Auditorio bocabajo. A mí, que también me gusta lo raro, me puso la cabeza bocabajo y bocarriba, a veces simultáneamente. El repertorio apuntaba a lo que será su próximo (y sexto) disco, Ghost Song (Nonesuch). Son siete composiciones propias y cinco recreaciones de procedencias diversas, que van desde Harold Arlen y Kurt Weill hasta Kate Bush, Sting y Gregory Porter, pasando por una balada del folk tradicional inglés que trata de unos persistentes llantos amorosos masculinos que hacen a la amada muerta revolverse en su tumba. El tono sentimental es marcadamente gótico, aunque la música sea caleidoscópica.
En su concierto madrileño con avance del futuro, las elegidas fueron Obligation, Thunderclouds, The World Is Mean, Optimistic Voice/No Love Dying y la que da título, Ghost Song. En el video que se publicó pocos días antes, el tema Ghost Song empieza grave y agarrado a la raíz para acabar con un coro casi infantil entonando: “Bailaré con el fantasma de nuestro amor perdido hace mucho tiempo”. Pese a la oscuridad, otro mundo extraño sale al encuentro. Como persona auto encargada de agregar nuevo contenido al repertorio jazzístico, Cécile McLorin afirma de este disco por estrenar: “No se parece a nada que haya hecho antes, se está acercando a reflejar mi personalidad como “eclectic curator”. Estoy abrazando mi rareza”.
Comenzó la noche con la composición propia Fog, de su tercer álbum For One to Love (2015). El amor aparece como la niebla. No siempre. A veces puede ser una aparición luminosa. Vi por primera vez a Cécil McLorin allá por 2014, en la sección Jazz del siglo XXI del Festival de Jazz de Vitoria. Era ya una cantante sorprendente y soberbia, profunda y volátil, con invención ditirámbica y juguetona. La epifanía de una veinteañera sobrada de talento, con un gusto picaflor y unas gafas de pasta enormes.
Aquellas gafas carismáticas eran un modelo del diseñador Emmanuelle Khanh, que se hicieron célebres en los años 80 del siglo pasado porque las llevaban los chavalotes del hip hop Run-DMC. Cécile las escogió por casualidad, pero acabaron haciéndole unas especiales para ella. Esas gafas chocaban casi tanto como las de Porrinas de Badajoz. Hoy las gafas son más discretas, redondas y de metal. Cécile se ha hecho más sofisticada, su música también, ensamblada con barroquismo constructivista. Eso sí, con los pies en el suelo gracias a unos calcetines con suelas antideslizantes.
A lo largo de una década Cécile ha recibido tres premios Grammy y tropecientos honores más. Su estilo se ha ido abigarrando, densificando, entrando en un diálogo interno con las canciones que te trae y te lleva de aquí para allá. Su voz va por tantos vericuetos que puede provocar desorientación, distancia. Así me ocurrió la otra noche. Pero el público estaba encantado con esas canciones que avanzan por gincanas emocionalmente compactas.
Los musicales y el cine son una fuente de inspiración constante en el repertorio de Cécile McLorin. Hubo sesión doble de la película El mago de Oz, enlazando Over the Rainbow con Optimistic Voice. La versión de Pirate Jenny cantó a la venganza con un punto bastante cerebral. No la inventaron así Kurt Weill y Bertolt Brecht, que eran intelectuales de altura y creadores al cabo de la calle. A sus 32 años, Cécile McLorin Salvant deja atrás a la genial chica empollona para convertirse en una erudita polivalente y ensimismada, de voz sobrenatural. Pero yo necesito una brújula, un procesador más potente, Lo que antes era sorpresa jovial ahora me deja barrenando la pelota. Lo mejor, los bises. Volvió al escenario por dos veces con la mascarilla en la mano y me encontré saliendo pasajeramente de dudas, aplaudiendo a rabiar la preciosa balada en francés Le temps est assassin y el poderío crepuscular de Alfonsina y el mar. Cécile McLorin tiene carrete para rato, varios carretes. Un cuentagotas o una máquina de Turing no vendrían mal. No sé si a ella o a mí.
Lo antipático que se pone uno cuando se arroja a ponerle pegas a otro. O a otra. La otra se llama Cécile McLorin Salvant y es una intérprete absolutamente original, prodigiosa, fuera de serie. Yo amaba a esta mujer. Amaba su voz, su talento, su gracia. Me enloquecían sus gafas. Y supongo que sus...
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Pedro Calvo
Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.
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