Transformación
Micro utopías para un futuro inclusivo
Para saltar el muro del fin de la historia y vislumbrar algo de esperanza, la humanidad debe restituir la confianza en las fuerzas del presente
Bernardo Gutiérrez 10/11/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Este texto es una colaboración de ctxt.es con el Transnational Institute (TNI). El texto está enmarcado en el proyecto Ciudades Transformadoras, conformado por el Atlas de Utopías y el Premio Público.
******
Cuando el holandés Gijsbert Huijink intentó instalar placas solares en su casa de Banyoles, en la provincia catalana de Girona, descubrió un laberinto jurídico que criminalizaba el autoconsumo energético. “Si me quería conectar a la red para rellenar las baterías y para volcar mi sobrante tenía que pagar un dineral”, aseguraba Gijsbert Huijink en una entrevista. Huijink cocinó una dulce venganza colectiva: fundó Som Energia, la primera cooperativa energética de España. Con ayuda de su esposa, sus alumnos en la universidad y algunos amigos, Gijsbert puso la primera piedra para cambiar el mercado energético español. Som Energia ha pasado de los 150 contratos iniciales de 2010 a 133.000 en octubre de 2021, y es la cooperativa energética de mayor crecimiento de Europa. Cientos de ayuntamientos han contratado ya sus servicios y decenas de nuevas cooperativas de energía están replicando su modelo.
Som Energia tiene una característica que marca diferencias con buena parte del ambientalismo. No es apenas un proyecto reactivo: es propositivo. No apuesta por la protesta, sino por la acción. No se queda en la defensa de unos ideales, sino que los pone en práctica. No se limita a criticar un orden económico basado en los combustibles fósiles: pone en marcha uno nuevo. No solo denuncia la injusticia de unas normas, sino que experimenta con nuevas formas de democracia. No apuesta por lo individual: busca la sostenibilidad con recetas comunitarias y en red.
Som Energía fue una de las 32 iniciativas que participaron en la primera edición del Premio del Público Ciudades Transformadoras y el Atlas de Utopías, la peculiar coopetición lanzada por el Transnational Institute (TNI) en 2018, que ha completado ya tres ediciones y encarna a la perfección el espíritu que permea a todas ellas. Los proyectos ganadores de este premio son un refrescante mosaico de “utopías reales”. Utopías en marcha, pragmáticas, asumibles. Utopías simples que satisfacen deseos simples, como apunta Rutger Bregman en su ensayo Utopías para realistas. Utopías reales, como las define el sociólogo Erik Olin Wright.
¿Qué características comparten las iniciativas del Atlas de Utopías? ¿Qué horizontes despliegan?
El fin del futuro
Desde que en 1516 Tomás Moro describiera en su libro Utopía una isla con un sistema político, social y legal perfecto, esa palabra ha provocado ríos de tinta. La humanidad comenzó entonces a proyectar sus deseos hacia el futuro. La mitología que explicaba el pasado –mitos fundacionales, leyendas– se canalizó hacia el futuro, creando la utopía. Su forma más exaltante llegó en El principio esperanza, publicado en la década de 1950 por Ernst Bloch, donde se superpusieron los mitos modernos de la utopía, la revolución y el arte. La utopía está en el horizonte. Sirve para caminar.
Sin embargo, desde que Francis Fukuyama proclamase en 1992 el fin de la historia emergió un presente claustrofóbico gobernado por la economía global. El desplome de los gobiernos comunistas, según dicho autor, consagraba a la democracia liberal como única alternativa posible. El futuro empezó a no estar a la altura de las expectativas de tantos siglos utópicos. El futuro perdió brillo inspirador. Los horizontes posibles se difuminaron. Los sueños grandilocuentes de la modernidad se deshilacharon, tal vez por su desmesurada ambición. La utopía se desinfló. Como apunta Franco Bifo Berardi en Después del futuro, la técnica se ha revelado una divinidad despótica que anula el futuro, transformando el tiempo en una ilimitada generación de fragmentos idénticos.
El Atlas de Utopías es una bocanada energizante para un mundo que se quedó sin la gran utopía. Y una prueba palpable de que las “utopías reales” están en marcha. Nos encontramos no ya con una utopía mayúscula, sino con decenas, centenares, miles de micro utopías en red. Micro utopías en las que los encuentros humanos tejen territorios. Micro utopías concretas que activan lo que la socióloga argentina Maristella Svampa denomina “comunidades de afinidad”.Comunidades que se recrean y se reproducen a sí mismas en el proceso de su hacer. Cuando la vecindad de San Pedro Magisterio, un barrio de la ciudad boliviana de Cochabamba, se organizó para la construcción y gestión de una planta de aguas residuales, se reforzó la gestión comunitaria del ciclo del agua y del propio barrio. El proceso se transformó en una herramienta educativa (sesiones en los colegios), de acción política y de cohesión social. La gestión comunitaria del agua desde un territorio desborda a su vez el paradigma de lo público. Las finalistas de todas las ediciones del premio Ciudades Transformadoras, del que se nutre el Atlas de Utopías, son utopías situadas en el territorio y en las comunidades y están ancladas en la esfera más propicia para poner en práctica estas micro utopías: la local.
Del “caminando preguntamos” al “aprender haciendo”
“Caminando preguntamos” fue una de las consignas más célebres del movimiento neozapatista que surgió en el sur de México en la década de los noventa. El “caminando preguntamos” abre el juego a los otros, convida a la lucha. El diálogo es un proceso, no una sustancia: es despliegue y no síntesis. El zapatismo no habla, escucha. No responde, pregunta. Reconoce las particularidades, plantea un lugar para todas ellas. Apuesta por un diálogo polifónico construido con muchos diálogos. En el proceso de escucha zapatista surge un tejido común, una pluralidad de voces, un sujeto muy diferente del nosotros excluyente occidental. De las comunidades de afinidad, de las comunidades de prácticas territoriales, emana un sujeto abierto e inclusivo, en el que todas las personas enseñan y aprenden. La socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui rescata de la lengua aimara la palabra jiwasa, una cuarta persona que funciona como un nosotros inclusivo. El jiwasa se diferencia del nayanaka, que es un nosotros excluyente. Quien escucha jiwasa siente una invitación a unirse, a pertenecer. La cooperativa de San Pedro Magisterio no habría sido posible sin el jiwasa y sin el ayni, la práctica de reciprocidad comunitaria.
Dhaka Water Board Union Cooperative, otra de las iniciativas participantes en la coopetición, brinda una lección mayúscula: el conocimiento de los trabajadores de una empresa es más útil para su gestión que el de los expertos. Cuando el Banco Mundial recomendó privatizar la empresa pública Dhaka Water Supply and Sewerage Authority(WASA) de Dacca, capital de Bangladesh, un grupo de trabajadores se negó. Y consiguió organizar su propio trabajo de forma cooperativa. Con una experiencia de décadas, los trabajadores cambiaron su método: incluyeron consultas a las comunidades afectadas por el agua en la gestión de la empresa, mejorando su eficiencia.
El carácter territorial de la esfera local y las nuevas formas de hacer como la feminización de la política y el trabajo en red trastocan el modo en que la utopía interfiere en la realidad. Las prácticas cooperativas y comunitarias no supeditan su acción a grandes ideales. Más bien es al contrario: de su acción emanan valores. Barcelona en Comú, otra de las finalistas de la coopetición, encarna este espíritu que coloca en el centro las prácticas y la solución en común a problemas concretos. El movimiento social sobre el que opera Barcelona en Comú crea redes inclusivas de personas y ecosistemas de prácticas, no redes ideológicas cerradas. Redes y espacios abiertos a la convivencia en los que cualquier persona puede contribuir a la solución de un problema, como CasaNat en Porto Alegre, Brasil, una de las ganadoras del Premio del Público en 2020. CasaNat es un centro que lucha contra el hambre, la pandemia y la represión del Gobierno de Bolsonaro. Un espacio de organización social y educación en torno al pensamiento sobre la ciudad que fortalece a las comunidades y actúa como una plataforma de respuesta a la pandemia de la covid-19. Una microutopía que funciona como espacio de intercambio, aprendizaje y resistencia.
Resistencia creativa
En su libro Decir no no basta, la periodista canadiense Naomi Klein desmenuza la importancia de la creación y afirmación de un mundo nuevo. La reacción contra un sistema es insuficiente. “El ‘no’ no es suficiente. Debe ser un sí y debe haber confianza en el sí. Hay que proponer una alternativa que genere confianza. Lo primero es diseñar alternativas reales, que no solo sean creíbles, sino inspiradoras y excitantes”. La demanda propositiva de Klein dialoga con una de las frases más míticas de Buckminster Fuller: “Nunca cambias las cosas combatiendo la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo existente”. Un mundo se combate con un mundo. Una visión, con otra visión. Las micro utopías en red, a diferencia de la utopía, visibilizan un nuevo sistema, un nuevo mundo tejido con mecanismos y hábitos de reconocimiento mutuo.
La eco aldea irlandesa Cloughjordan, finalista de la edición 2020 del Premio Ciudades Transformadoras, camina en la dirección del sí holístico de Naomi Klein. Y enuncia un mundo completo. No se limita a denunciar el crecimiento ilimitado y no sostenible de las ciudades, sino que pone en práctica un modelo de transición basado en las comunidades y el consumo de proximidad. Gracias al diseño de bajas emisiones de sus 55 viviendas, a un sistema de calefacción urbana neutral en carbono, a una granja comunitaria, a un centro empresarial ecológico y a una planta de tratamiento planificada de lechos de juncos, Cloughjordan tiene la huella ecológica más baja de Irlanda. El mundo propio de la eco aldea está interconectado y multiplicado por numerosas actividades educativas.
El no no basta. Un sí emitido desde la teoría, tampoco. Tiene que estar habitado por prácticas políticas y ciudadanas, por narrativas, por imaginarios, por símbolos nuevos
Aunque en el sí y la afirmación de un mundo resida la viabilidad del nuevo sistema, existen casos en los que una acción es “no” y “sí” simultáneamente. Algunas de las iniciativas del Atlas de Utopías reúnen la poco habitual característica de la resistencia creativa. Cuando una acción consigue ser “sí” (creación) y “no” (resistencia), la micro utopía visibiliza al máximo la potencia transformadora del nuevo modelo. El caso de las mujeres trabajadoras de la industria beedi (cigarros) en la ciudad india de Solapur hace patente cómo la resistencia contra la especulación y la infravivienda acabó dando forma a un mundo. Tras años de luchas y de organización de cooperativas, las mujeres cigarreras consiguieron fundar la RAY Nagar Cooperative Housing Federation, la mayor cooperativa de vivienda de Asia. En 2015, los gobiernos locales accedieron a construir 30.000 viviendas asequibles para las cigarreras y las trabajadoras textiles en el barrio marginal de Kumbhari. El proyecto incluye espacios al aire libre, así como terrenos para establecer servicios comunitarios, escuelas y hospitales. El Gobierno estatal y el federal contribuyeron con la construcción del tendido eléctrico, una subestación eléctrica y tanques de agua. Kumbhari renace con los nuevos servicios públicos y la apertura de nuevas tiendas. El mercado de verduras Kranti Chowk es uno de los más vibrantes de Solapur.
Desbordando el principio esperanza
El filósofo Bertrand Russell, a su manera, llegó a declinar la definición categórica de la utopía: No es una utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivas y activas. Tras el derrumbe del gran relato de la utopía moderna, el gran potencial de lo utópico no reside tanto en la concreción y la descripción de una realidad cerrada por venir, como en posibilitar que el mundo esté necesariamente poblado de mundos, como insiste desde hace décadas el neozapatismo. Un mundo que pueda ser habitado por la esperanza. Tal vez por eso, Ernst Bloch se esforzara tanto en estudiar la esperanza que persiste hasta en situaciones terroríficas gracias a lo que denomina “imágenes deseo” o “imágenes anhelo”. Imágenes que sirven de prototipos para pasar fronteras. Imágenes cargadas de emociones. Emociones positivas que, aunque no conduzcan a acciones tan urgentes como las negativas, acaban abriendo y ampliando el rango de pensamientos y acciones.
De las iniciativas del Atlas de Utopías emanan “imágenes deseo” que, de alguna manera, hacen deseable un mundo nuevo. Ya sean niños participando en la limpieza de un río en Cochabamba o un grupo de cigarreras yendo en autobús público a su fábrica de Solapur, las “imágenes deseo” desplazan el horizonte de lo posible. Emocionan. Y ensanchan, conectando las micro utopías en red puestas en marcha por las más diversas comunidades. El sí de Naomi Klein es inviable si apenas es un modelo teórico. El no no basta. Un sí emitido desde la teoría, tampoco. El sí tiene que estar habitado por prácticas políticas y ciudadanas, por narrativas, por imaginarios, por símbolos nuevos, por valores compartidos, por emociones, por nuevos sentidos comunes, por visiones del mundo, por sistemas económicos alternativos. Los espacios acogedores para el encuentro, un nosotros abierto (el jiwasa de los aimaras), los lemas agregadores (el “somos el 99%” de Occupy Wall Street) y las emociones positivas compartidas desbordan el principio esperanza de Bloch. La acción colectiva multiplica la esperanza hacia un futuro que puede ser habitado en común. Y hay menos incertezas en ese futuro, porque está controlado por las comunidades.
Por ello, escribe Andrea de la Serna en el artículo Un común por venir, no debemos ya depositar las esperanzas de la revolución en un horizonte futuro, sino generar las condiciones para darnos el horizonte que queramos. Para saltar el muro del fin de la historia y vislumbrar algo de esperanza, la humanidad debe restituir la confianza en las fuerzas del presente. Cuando aparezca un desvío, por pequeño que parezca, tenemos que potenciarlo, alimentarlo, hacerlo respirar. Organizar encuentros, cuidarnos en comunidad, crear “imágenes deseo” en todas partes.
Birgitta Jónsdóttir, poetisa y fundadora del Partido Pirata islandés, destaca la importancia de enunciar un futuro poblado de imágenes y visiones de esperanza: “Si la gente tiene que elegir entre miedo y esperanza, suele elegir esperanza. El futuro no va a ser una única visión, será un collage de visiones. Necesitamos un pensamiento inclusivo sobre el futuro”.
Este texto es una colaboración de ctxt.es con el Transnational Institute (TNI). El texto está enmarcado en el proyecto Ciudades Transformadoras, conformado por el...
Autor >
Bernardo Gutiérrez
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí