En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Mario Benedetti decía que tenemos que defender la alegría como un derecho: “Defenderla de dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de las endemias y las academias”. Algunas personas de Porto Alegre se tomaron tan en serio los versos del poeta uruguayo que fundaron en 2012 el colectivo Defesa Pública da Alegria. Atravesaron las revueltas masivas de junio de 2013 y las protestas contra el mundial de fútbol defendiendo “la alegría como una trinchera, un principio, un destino”. En sus actos reivindicativos, que solían definir como maniFESTAção, había bolas gigantes de jabón, disfraces, colores, irreverencia, pachangas de fútbol, deseos de vida. Alegría.
Siete años después, desde un futuro con sabor a distopía cyberpunk, el filósofo Peter Pál Pelbart denunciaba desde São Paulo cómo el bolsonarismo se había apropiado de la irreverencia y la vitalidad. En su texto “Espectros de la catástrofe”, criticaba el conservadurismo de la izquierda “ante el fascismo”. Mientras la izquierda apela al orden en medio de una pandemia atroz, la extrema derecha ofrece una alternativa para habitar el caos con entusiasmo. Desafían a la muerte, al statu quo. Se ríen a carcajadas de la cobardía de quienes rehúyen de la acción. “¡Nos convertimos en el partido del orden y el progreso! –escribía Peter– ¡Es necesario más, mucho más! ¡¡Y otra cosa!! Más invención táctica, más insubordinación efectiva, más dispositivos aptos para fabricar valores diferentes, más cuerpo a cuerpo, más máquinas de guerra artísticas, comunitarias, éticas”.
Las lecciones del Brasil de Bolsonaro no son una anécdota residual. Son una alerta estruendosa que llega desde un futuro-presente. Un futuro que ya se extiende sobre parte del planeta. Hace unos meses, en la Comunidad de Madrid, una derecha ultra apisonó a las izquierdas con mensajes simplones que asociaban la libertad a estar con gente en la terraza de un bar. Conectó con el deseo de sociabilidad perdida y se apropió de un estilo de vida alegre que no era exclusivamente suyo (más bien lo contrario). Mientras tanto, las fuerzas progresistas se limitaron a defender a regañadientes un precarizado Estado del bienestar y un restrictivo orden pandémico. Pocas veces la caricatura dibujada por los enemigos de la izquierda encajó tan bien con la imagen proyectada por ella.
La melancolía de la izquierda
En su ensayo La melancolía de la izquierda, el historiador Enzo Traverso traza un itinerario entre las muchas derrotas de la izquierda y las diferentes formas de sortearlas. Huyendo de la narrativa épica de los gloriosos triunfos revolucionarios, Traverso visibiliza un río subterráneo que justifica y hasta ensalza los fracasos. Rosa Luxemburgo ya escribió que en las derrotas “hemos fundado nuestra experiencia, nuestros conocimientos, la fuerza y el idealismo que nos animan”. Y Traverso parece querer sacar a las izquierdas de un bucle de autocomplacencia e incomprensible feliz amargura. No hay fórmula ni linealidad en ese melancólico derrotismo. Tal vez una atmósfera común que provoque ciertas secuencias comportamentales: llega la derrota, la izquierda se relame en ella, aparece un valor-dogma-iluminación (el Che Guevara diciendo a sus verdugos en 1967: “Hemos fracasado, pero la revolución es inmortal”), cuaja una superioridad moral sobre quienes por cualquier motivo han votado a la derecha. Despreciamos a nuestro vecino porque votó a quien recorta la sanidad pública (“debe de ser retrasado mental”). Estigmatizamos a quienes abarrotan los mítines de Vox bajo el emocionante lema La España Viva. Ellos aplauden cuando un locutor cita los diferentes tipos de quesos y embutidos del país como si se tratara de la alineación del equipo de fútbol que disputa la final de un mundial. Se abrazan. Ríen. Comen. Nosotros... protestamos y pensamos que “han ganado, pero somos superiores”.
Las extrema derecha y sus variantes trumpistas (como la que se disfraza de centro derecha en la Comunidad de Madrid) se esfuerzan por esconder cualquier desvío de la realidad. Diseminan el culto a la fuerza bruta, el ímpetu viril, la libertad sobre cuatro ruedas y el resentimiento tóxico para ocultar cualquier otro mundo posible. Cualquier forma de vida, cualquier posibilidad de “alegría otra”. Especialmente eso. Si las izquierdas no tienen la imaginación suficiente para vislumbrar caminos ilusionantes y deseables, nada como sumergirse en el pasado. Episodios inspiradores no faltan: los Yippies organizando una fiesta para conmemorar el fin de la guerra de Vietnam (aunque eso no hubiera todavía ocurrido); la colorida campaña por el no en el referéndum que puso fin a la dictadura chilena; la alianza de los colectivos LGBT en las huelgas de los mineros británicos contra Margaret Tatcher en 1984; la PAH transformando sucursales de bancos en divertidas playas; un bloco de carnaval ocupando el palacio el gobernador en Río de Janeiro. O la fiesta Cierra Bankia que el colectivo En Medio montó en una sucursal. Armados de confeti, cava, bola de discoteca y bafles, un grupo de fiesteros transformó el momento en el que una clienta cerró su cuenta en una auténtica parranda. La fiesta Cierra Bankia –argumentan sus organizadores– “acertó a transformar el cabreo popular en un chispazo de diversión sin reducir ni un ápice la crítica a los recortes y la privatización del dinero público”.
Tampoco faltan ejemplos en el campo de la política representativa. Los luminosos carteles electorales del PSOE en 1979 y 1982 chocan de lleno con la gris seriedad de la última campaña de Ángel Gabilondo en la Provincia Madrid. Y tal vez expliquen su estrepitoso fracaso. El aluvión electoral que llevó al triunfo a la confluencia municipalista Ahora Madrid en 2015 contiene también gotas de inspiración. La investigadora Julia Ramírez-Blanco, en su reciente y fenomenal ensayo 15M: El tiempo de las plazas (Alianza), destaca el carácter festivo y lúdico de algunos actos de la campaña no oficial de la candidatura. De entre el conjunto de acciones, memes, creaciones gráficas y audiovisuales, Julia rescata el contenido del evento El Fiestón por la democracia en Madrid. Los protagonistas de aquella candidatura nunca lo reconocerán, pero su éxito tuvo más que ver con una espíritu festivo de la campaña no oficial que con la comunión con un programa electoral: “Nuestra venganza será ser felices. El próximo #24M comienza el cambio. Baila en tu plaza. Baila por Madrid. Ve con amigos. Lleva confeti. Y purpurina: Un ingrediente básico: ilusión. El FIESTÓN durará cuatro años (y los que vengan)”.
Los tiempos cambian, dirán unas. No estamos para fiestas, corearán otros. Peter Pál Pelbart le pide a la izquierda más. “Más arrojo en el pensamiento, más irreverencia filosófica, política, erótica, más pies-en-la-tierra, más pies-en-la-calle, más pies-en-las-estrellas”. Y tiene razón. Y es un gran desafío: entre otras cosas, porque ese más debe contener a su vez algunos menos. La celebración debe adaptarse al ritmo pandémico, a los tiempos de duelo. El deseo de vida no puede ser una onda expansiva de vidas insostenibles y contaminantes. Tal vez el primer paso de la Defensa Pública de la Alegría sea encontrar formas humildes de agradecimiento a la vida. Una alegría sin ostentación ni superioridad moral con quien no esté en condiciones de disfrutarla. Un regocijo plácido que celebre la vida en común y las condiciones materiales y los derechos y los servicios públicos que la posibilitan. Defender la alegría, como escribió Benedetti, de los apellidos y las lástimas, de las vacaciones y del agobio, del azar y también de la alegría.
Mario Benedetti decía que tenemos que defender la alegría como un derecho: “Defenderla de dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de las endemias y las academias”. Algunas personas de Porto Alegre se tomaron tan en serio los versos del poeta uruguayo que fundaron en 2012 el colectivo
Autor >
Bernardo Gutiérrez
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí