ROSSO DI SERA
Casado, Berlusconi y la ambigüedad con el fascismo
De por qué las misas franquistas y los lados buenos de la historia no son nada casuales, y cómo lo que hoy te da consensos mañana puede acabar devorándote
Alba Sidera 30/11/2021
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Vista desde Italia, la asistencia de Pablo Casado a la misa por Franco el 20-N parece muchas cosas, pero desde luego no un descuido. Toda la secuencia de hechos desde ese día repite un esquema que aquí conocemos de memoria y que se podría resumir en jugar a la ambigüedad con el fascismo para sacar tajada. Consiste en hacer o decir alguna cosa “de fascista”, hacerse el despistado y activar una campaña de victimismo. La patentó con éxito el inigualable Silvio Berlusconi, sagaz entre los sagaces, que abrió el camino que Matteo Salvini y Giorgia Meloni han podido recorrer con la alegría con la que los gorrinos se revuelcan en el fango.
Sucede siempre así después de una fascistada: los medios afines compran que se ha tratado de un descuido, un malentendido o una exageración. Incluso agencias y medios no de derechas titularon que Casado había asistido a la misa por el alma del dictador “por casualidad”. Como quien tropieza y aparece dentro de un homenaje franquista sin querer. Los medios no afines, por otro lado, evidentemente presentan la fascistada como un escándalo, dándole amplia cobertura para denunciar un hecho que genera profunda indignación. Todo el mundo habla de ello. Los políticos ambiguos con el fascismo, entonces, tienen los elementos necesarios para iniciar la campaña de victimismo.
Es decir, lo que repite Berlusconi desde inicios de los noventa: que la izquierda vive obsesionada con el fascismo cuando en realidad ya es cosa del pasado, que los medios de izquierdas (todos los que no le ríen las gracias) crean falsas polémicas para desprestigiarle, etc. Y que comunismo o libertad. Sí, fans de IDA, también en esto Berlusconi es el original. “¡Sois los apóstoles, misioneros y guerreros de la libertad que evitarán que el comunismo llegue al poder!”, decía el magnate en mayo de 2003, en un discurso televisado antes de las elecciones municipales. Un Berlusconi de semblante grave repetía con cadencia épica que su principal misión era vencer el peligro del comunismo, “el hecho más criminal de la historia del hombre”, contraponiéndolo a la libertad.
La ambigüedad funciona porque hay posibles electores a quienes no les molestaría que el coqueteo de Casado o Ayuso con el fascismo fuera real
La estrategia de la ambigüedad con el fascismo no funcionaría sin la ayuda inestimable de los medios. Todos. Una de las primeras veces que recuerdo haberme planteado el dilema de qué hacer al respecto, de sentirme parte del engranaje, fue el 27 de enero de 2013. Berlusconi la hizo sonada: ensalzó a Mussolini en la ceremonia en recuerdo de las víctimas del Holocausto, en Milán. ¿Puede haber provocación más atroz? Nada más llegar, se detuvo a hablar con los periodistas para soltar su habitual discurso revisionista del fascismo, el de “Mussolini hizo tantas cosas buenas” y los malos fueron los alemanes. El escándalo internacional fue mayúsculo. Pero en Italia se presentó mayoritariamente como un debate entre dos puntos de vista, en el que una gran cantidad de ciudadanos veían en las palabras de Berlusconi una defensa del país, una liberación de culpas. Por supuesto el magnate siguió punto por punto la estrategia. Al cabo de unas horas dijo que no le habían entendido, que la izquierda quería hacer campaña a su costa calumniándolo, que cómo iba a banalizar él el exterminio de judíos si era “un gran amigo de Israel”.
Escribí la crónica con una indignación doble: por el hecho en sí y porque al final la noticia del día no fueron los testimonios de los supervivientes del Holocausto a los que entrevisté sino las insultantes declaraciones de Berlusconi. Qué gran vendedor de titulares es. Para hacernos una idea de la magnitud: el septiembre de 2003 soltó en el británico The Spectator que “Mussolini no mató a nadie”, sino que “solo mandaba a la gente de vacaciones más allá de la frontera”. No fue ningún desliz. Esta visión revisionista-patriótica del fascismo que consiste en afirmar que Mussolini era un buen gobernante que se juntó con malas compañías (Hitler) es hegemónica en la derecha italiana desde Berlusconi, para vergüenza de, por ejemplo, tantos democristianos que fueron también partisanos. Por eso, que Casado asista a una misa en honor a Franco, o que Ayuso diga que si te llaman fascista es que estás en el lado bueno de la historia, aquí en Italia no impacta mucho; ya lo hemos vivido. Ejemplos hay a paladas: en mayo de 2010, saliendo de una cumbre de la OCDE en París, Berlusconi, siendo primer ministro, se comparó con Mussolini –de quien dijo estar leyendo sus diarios– para asegurar que, como il Duce, a pesar de las apariencias, en realidad no tenía poder. “Yo, como Mussolini, ‘solo puedo decidir a dónde dirigir mi caballo’”, afirmó sin ruborizarse para ejemplificar la soledad de los “jefes de gobierno”.
La estrategia de la ambigüedad funciona porque hay posibles electores a quienes, en efecto, no les molestaría que el coqueteo de Casado o Ayuso con el fascismo fuera real, al contrario. Para los que lo verían mal, ya existe la campaña de victimismo que lo relativiza. Pero sobre todo funciona porque los sectores más amplios de su potencial electorado pueden permitirse el lujo de no considerar el fascismo y sus derivados actuales como un peligro real para ellos. O al menos así lo creen. En realidad, el fascismo es un veneno que tarde o temprano carcome a todos, también a sus blanqueadores.
Casado, toma nota: coquetear con el imaginario fascista, pactar con la extrema derecha y comprar su marco a la larga beneficia sólo a la extrema derecha
Y esto, como casi todas las lecciones políticas, se puede aprender también gracias a Berlusconi. Pasarse décadas blanqueando el fascismo, alimentando el monstruo, trae consecuencias. El magnate pactó con la extrema derecha y los post-fascistas para llegar al poder, y aún hoy las tres formaciones son una coalición en la que todos se necesitan. Pero los ahijados crecieron y se terminaron comiendo al padrino. Forza Italia pasó de ser el eje central de la coalición al partido con menos peso. En verano de 2019, cuando Salvini estaba en la cúspide de su popularidad, Meloni era la estrella floreciente y Forza Italia ya casi irrelevante, Berlusconi hizo uno de los discursos más reveladores, a mi entender. Lo hizo solo para los suyos y pasó desapercibido. Fue en una convención de Forza Italia en la que estalló contra los ahijados ingratos que acaparaban todas las atenciones. “En 1994 decidimos meternos en política acompañados de aquellos a los que todas las otras formaciones habían impedido desde el inicio de la república entrar en el gobierno”, declaró. “¡Nosotros llevamos a la Lega y a los fascistas al poder! Fuimos nosotros los que los legitimamos!”, gritó un Berlusconi que, en su reivindicarse, confesaba no sólo haber legitimado el fascismo y la extrema derecha, sino su frustración por verse superado por los que tenían que haber sido meros instrumentos de su ambición. “¡Que sin nosotros no existirían, es que no existirían!”, siguió gritando el magnate. Casado, toma nota: coquetear con el imaginario fascista, pactar con la extrema derecha y comprar su marco y su agenda a la larga beneficia sólo a la extrema derecha. Berlusconi enseña: de tanto legitimar el fascismo, el fascismo te engulle.
Vista desde Italia, la asistencia de Pablo Casado a la misa por Franco el 20-N parece muchas cosas, pero desde luego no un descuido. Toda la secuencia de hechos desde ese día repite un esquema que aquí conocemos de memoria y que se podría resumir en jugar a la ambigüedad con el fascismo para sacar...
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Alba Sidera
Periodista especializada en la extrema derecha y el análisis político. Vive en Roma desde el 2008, donde trabaja como corresponsal. Autora del libro 'Feixisme Persistent'.
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