ACTOS LITÚRGICOS
Metanfetamina en la distopía
¿Estamos preparados para que mundo real e internet se toquen? La respuesta es no. La respuesta es, también, que da igual porque es irremediable que acabe pasando. Es el momento, por tanto, de hacer algo
Manuel Gare 15/12/2021
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No querría yo convertirme en la Anairis tecnológica de CTXT y venir a gritar aquí que internet en 2021 es una cosa insoportable, que se nos ha ido completamente de las manos, que estábamos mejor con los zumbidos del Messenger, las fotos chonis en Tuenti, el muñeco del Habbo y los diarios en Blogspot. Y bueno, no lo voy a hacer: no solo porque nunca he sentido especial simpatía –mucho menos nostalgia– por esas plataformas, sino porque no creo que estemos tan mal. Aún así, ¡aún así!, tenemos algún que otro problemilla en esta nuestra vasta red que convendría atajar más pronto que tarde.
Tendemos a obviar –prácticamente negar– que internet es una reproducción bastante fiel de nuestro mundo físico; movimientos invisibles de dinero y comportamientos anárquicos incluidos. Evidentemente, las características de internet han favorecido todo tipo de nuevos discursos, lo que ha cambiado nuestra manera de expresarnos y comunicarnos con el otro. Esto, que lo entiende todo el mundo, nos ha llevado a construir una imagen de la red alejada de la realidad, como un cajón de mierda en el que vamos depositando todo lo que no estamos dispuestos a asumir en nuestro día a día de carne y hueso.
Meta es el mayor conglomerado de redes sociales del mundo: a Facebook –la red social, que sigue llamándose igual– hay que sumarle WhatsApp e Instagram
En los últimos años hemos hablado de cámaras de eco en internet, como si se tratara de una conducta distinta a la de los círculos sociales de nuestro alrededor. De radicalización en internet, como si fuera algo diferente a lo que ocurre en nuestras instituciones político-religiosas. De discursos de odio en internet, como si los inmigrantes no fueran señalados a pie de calle. En fin, constatarlo es fácil: todos conocemos a algún familiar, el de los comentarios racistas y homófobos en las cenas de Navidad, que llena sus estados de WhatsApp de, ¡sorpresa!, contenido racista y homófobo.
El partido adalid de la libertad para lo mío, el PP, presentaba recientemente una proposición de ley que busca obligar a las plataformas a identificar a sus usuarios con un documento oficial. La propuesta vendría a posibilitar la identificación, por ejemplo, de un usuario que insulte a un diputado en redes, abriendo la puerta al modelo de control y represión –glups– chino-comunista. Rafael Hernando decía en Twitter que el anonimato en las redes “sólo sirve para favorecer la actividad delictiva”, una declaración tronchante viniendo de alguien del PP.
En mitad de este intenso y aburridísimo debate, el humano-robot Mark Zuckerberg ha salido al paso de los numerosos escándalos de Facebook cambiando el nombre de su empresa matriz por Meta; clásica estrategia de rebranding para tapar pufos. Recordemos que Meta es el mayor conglomerado de redes sociales del mundo: a Facebook –la red social, que sigue llamándose igual– hay que sumarle WhatsApp e Instagram. Son, además, los dueños de Oculus, la rama dedicada a gafas de realidad virtual, precisamente donde Zuckerberg ha puesto el foco en este proceso de maquillaje.
Mediante un vídeo conceptual, el creador de Facebook presentaba hace unos días el “metaverso”, una hibridación del mundo real e internet en la que conviviremos con hologramas y las notificaciones del móvil ocuparán la mitad de tu campo de visión. Aunque para la inmersión completa hará falta un modelo de gafas de realidad virtual Oculus conectadas a un ordenador con la suficiente potencia gráfica, Meta ya trabaja en incorporar ciertas funcionalidades en unas Rayban, al estilo del fallido proyecto de Google Glass, que integraba un proyector en unas gafas un poco ridículas.
La realidad virtual que propone Meta, más allá del brilli-brilli, es otra mercantilización más de nuestros datos y de nuestra manera de acceder al ocio
Con este teatrillo de desarrollo tecnológico-humanista cool, Zuckerberg intenta dejar atrás el irreparable daño causado por Facebook a nuestras sociedades vía propaganda y difusión de odio. Por desgracia para todos, Facebook/Meta no ha hecho absolutamente nada por dar solución a los problemas de sus plataformas ya existentes. La desinformación y la violencia real –no la de llamar gilipollas a un político que seguramente lo sea– siguen presentes en sus redes sociales, del mismo modo que lo están en Twitter, Youtube y otras.
La realidad virtual que propone Meta, más allá del brilli-brilli, es otra mercantilización más de nuestros datos y de nuestra manera de acceder al ocio, hasta el punto de que a raíz del anuncio otras grandes empresas han salido a la palestra para anunciar su participación: Nike, Samsung, Dropbox, GameStop… No estamos aquí por casualidad: el papel de las criptomonedas –un mercado cuya capitalización bursátil acaba de alcanzar los tres billones de dólares– y de los tokens digitales NFT, ambos en boga, será crucial para el tipo de compras y transacciones que veremos en el futuro.
Pero no todo pasa por Zuckerberg. Algunas iniciativas que ya contemplaban el metaverso antes del anuncio de Meta arrojan esperanza: las propuestas para el metaverso de empresas como NVIDIA o Niantic parecen apostar por liberar la tecnología y hacerla más accesible. Está por ver qué es exactamente el metaverso, si la evolución natural de internet hacia un modelo más democratizado o la proliferación de pequeñas parcelas de poder controladas por los mismos de siempre, lo que favorece que los ricos se sigan haciendo más ricos a costa de las clases bajas.
He aquí la cuestión: ¿qué vamos a hacer con toda la mierda que tenemos guardada en el cajón? ¿Estamos preparados para que mundo real e internet se toquen? La respuesta es no. La respuesta es, también, que da igual si estamos preparados o no, porque es irremediable que acabe pasando. Es el momento, por tanto, de hacer algo. Si algún partido, institución, gobierno, unión de países está pensando en proteger a la población de los abusos neoliberales de las tecnológicas, que empiece a hacerlo y que no vuelva a equivocarse: propuestas como las del PP nunca protegerán al usuario en un medio como internet.
Con internet convertido hoy en un estercolero de nuestros miedos y fobias, y en plena cúspide de la decadencia hacia la que nos dirigimos como especie, lo esperable es una suerte de distopía de drogadictos consumidos por las dinámicas abusivas de empresas como Meta/Facebook. En Ready Player One, la novela de Ernest Cline, el caos reina en un mundo devastado por el cambio climático y la población está completamente empobrecida, pero, a cambio, tiene acceso a una realidad virtual que suple todo lo demás. Parece un buen espejo en el que no mirarse.
No querría yo convertirme en la Anairis tecnológica de CTXT y venir a gritar aquí que internet en 2021 es una cosa insoportable, que se nos ha ido completamente de las manos, que estábamos mejor con los zumbidos del Messenger, las fotos chonis en Tuenti, el muñeco del Habbo y los diarios en Blogspot. Y bueno, no...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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