Crónicas partisanas
Fotografía espacial
Tras dos años combatiendo la incertidumbre con sensacionalismo y una resignación más propia de sociedades doblegadas por el fundamentalismo religioso, el resultado es que el hartazgo lo canalizan el partido de los señoritos y un anuncio de embutidos
Xandru Fernández 12/12/2021
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¿Creían los europeos de la Edad Media que la Tierra era plana? La respuesta es no. Quizá con matices, pero un rotundo no. Y sin embargo es habitual pensar que sí y que la revolución de la ciencia moderna consistió en demostrar que la Tierra es esférica y no, como fue el caso, que se mueve.
Es muy significativo que una de las razones por las que muchos estudiantes creen que nuestros antepasados del siglo XIII eran incapaces de pensar la esfericidad de la Tierra sea que no podían verla desde el espacio. Es como si creyeran que la Tierra es esférica porque así nos la muestran las fotografías de los satélites. El mito solo se deshace cuando les hacemos notar que la primera fotografía de la Tierra desde el espacio es de 1947 y que, por tanto, ni Galileo ni Newton ni Laplace pudieron recurrir a la imagen como prueba de sus teorías astronómicas.
Esta revelación es una especie de sacudida intelectual para muchos adolescentes. Invita a pensar nuestra relación con el discurso científico con mucha más suspicacia. Hasta tal punto identificamos la verdad científica con la evidencia y esta, haciendo honor a la etimología, con la posibilidad de visualizar hechos incontrovertibles, que de pronto no parece que haya mucha diferencia entre la convicción de que la Tierra es esférica porque así es como la vemos y la convicción de los terraplanistas de que no lo es porque no es así como la ven. No son posiciones tan antagónicas como nos gustaría creer: las dos se sustentan en una concepción naif y simplista del conocimiento científico. Inducen a pensar que la razón científica no es un rasgo cultural tan prominente en nuestras sociedades como nos gusta presumir.
Las convicciones tejidas a toda prisa y sin esfuerzo teórico se deshacen con mucha facilidad. También la confianza en las instituciones que las fomentan. Así, al principio de la crisis sanitaria de 2020 la mayoría de las sociedades del planeta se plegaron dóciles a las instrucciones de las autoridades porque se las suponía arropadas por la comunidad científica y se creía que en esta había consenso sobre la covid-19. Sólo así cabe interpretar la mansedumbre con que nos encerramos en casa en marzo de 2020 y aceptamos que el ejército patrullara las calles de nuestros pueblos y ciudades rociándolas con bálsamos de Fierabrás. “Cuando los expertos están de acuerdo, la opinión contraria no puede ser tenida como cierta”, escribió Bertrand Russell. También añadió que “cuando entre ellos no se ponen de acuerdo, ninguna opinión puede ser considerada como cierta por un profano”, pero en eso le hicimos menos caso.
El paso de los meses y la poca firmeza de las instituciones generó una desconfianza que, como es lógico, acabó dando alas a descreídos del más variado pelaje. En ese momento crítico habría bastado con que los intelectuales y medios de comunicación se condujeran con un mínimo de responsabilidad y, en lugar de tomar partido en un escenario de polarización que poco o nada tenía que ver con el saber científico, rebajaran las expectativas de los gobiernos de saberlo todo y controlarlo todo. De obtener una foto desde el espacio que nos mostrara el camino correcto. Pero no fue así: los medios asumieron que cualquier rumor convenientemente amplificado se convertía en noticia y, por tanto, en negocio; los gobiernos cedieron a la tentación de combatir la incertidumbre con mano dura (“no nos temblará el pulso”, ¿se acuerdan?) y, entre tanto, las empresas farmacéuticas hacían números. No es que sea un escenario que no se pudiera prever, pero lo que en esta ocasión constituyó una novedad fue la postura que adoptaron los sectores tradicionalmente más críticos con los medios, los gobiernos y la industria farmacéutica. De pronto ya no hubo problema en vacunarse tantas veces como lo ordenaran unas empresas cuyos contratos con la Unión Europea todavía no conocemos. Menos mal que somos hinchas de la ciencia y el conocimiento crítico, no quiero pensar qué habríamos hecho si esto se hubiera gestionado desde la opacidad y el oscurantismo.
Casi dos años combatiendo la incertidumbre con gazmoñería, sensacionalismo y una resignación política más propia de sociedades doblegadas por el fundamentalismo religioso que de democracias más o menos ilustradas. El resultado es que el hartazgo lo canalizan el partido de los señoritos y un anuncio de embutidos. Podía haberse hecho peor, pero no se me ocurre cómo.
¿Creían los europeos de la Edad Media que la Tierra era plana? La respuesta es no. Quizá con matices, pero un rotundo no. Y sin embargo es habitual pensar que sí y que la revolución de la ciencia moderna consistió en demostrar que la Tierra es esférica y no, como fue el caso, que se mueve.
Es muy...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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