Semillas de Okro
Sentarse al lado del dolor
La Autoridad Médica continúa con su linaje paternalista, individualista, falsamente postracial y postgénero, transmitiendo los valores de la meritocracia y la jerarquía de tragar mierda en el período formativo
L. Elisa Cebrián Sale 9/01/2022
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Ni siquiera cuando escribo estas palabras me siento cómoda. Me quema en el pecho la ansiedad. Esto de escribir y que te lean me resulta cuando menos sorprendente, raro. Rarísimo. Porque han sido tantas las veces que he querido hablar y no he tenido la oportunidad. Y he hablado tantas otras veces y no se me ha escuchado…
En estas líneas puedo moverme entre mis líquidas identidades, con la necesidad imperiosa de creerme y ser, incluso, protagonista junto a las voces ancestrales que me acompañan. Construirme y deshacerme ininterrumpidamente ante los lectores y ante mi propia imagen. Ese es el mayor poder de La Literatura.
Hubo una época en la que dejé de escribir. Dedicaba enteramente mi tiempo a La Medicina –¡la especialidad!– porque era lo que [me] valía entonces. Aún no he cuantificado lo mal que comía, la falta de sueño, el cansancio constante. Llegaba tarde a comer y muchas mañanas tarde a trabajar. Era mi buena costumbre acudir a comprar los salientes de guardia –una tendencia muy extendida, preguntad a les médiques que tengáis cerca– y llené mis armarios. En verano pasaba por la heladería de debajo de mi casa a degustar el postre antes de comer. Eran días de felicidades fugaces. Hasta ahora, no he sido capaz de entender qué era aquella agonía que me perturbaba. La soledad, y sus múltiples formas. La ansiedad por la exigencia de estudiar y trabajar, adquirir conocimientos complejos y poder ayudar a personas –y familias– que sufren enfermedades muy graves. El peso de la responsabilidad, la competitividad “inherente” de les médiques. La necesidad de mejorar, perfeccionar y progresar… ¿Miedo al fracaso? Seguro.
Mi energía estaba volcada en completar mi formación, pese a todo, aunque yo misma quedara desatendida
Solo cuando he decidido sentarme con mi dolor, aceptar ese conocimiento vivencial del racismo estructural, desde la horizontalidad de afrodescendientes decoloniales que me acompañan a desenredar el dolor silenciado; se me muestra aquella etapa como materia para moldear y resignificar –sin la exigencia de perfeccionarla. La negociación de este pasado presente es contigo y con tu culpa. Porque el trauma está siempre ahí, consciente o no. Solo cuando he abrazado la culpabilidad de esta materia, el nudo de la espalda que me duele más en los salientes de guardia se diluye. Entonces, entiendo que mi actitud era una huida hacia delante: ocultar la violencia que padecía por parte de mi equipo de trabajo. Mi energía estaba volcada en completar mi formación, pese a todo, aunque yo misma quedara desatendida. Es buena costumbre cuidar los malestares físicos, pero invisibilizamos constantemente los problemas generados sobre un ambiente laboral racista. De eso mejor no hablar, “que te dieron la oportunidad y la malgastaste quejándote”. La Autoridad Médica –asentada en su profunda historia racista y eugenésica– continúa en la autocomplacencia de su linaje paternalista, individualista, falsamente postracial y postgénero; transmitiendo los valores de la meritocracia y la jerarquía de tragar mierda en el período formativo que es sinónimo de normalización de la violencia. Porque es preciso anteponer la calidad asistencial de un médico sobre su persona, pero, ¿quiénes son aquelles médiques que pueden realizar comentarios impopulares? ¿Y quiénes los reciben? ¿A quiénes toleramos chistes capacitistas, gordofóbicos, racistas, islamófobos y antigitanos? ¿A quiénes les reímos las bromas enraizadas en la misoginia? Y, cuando castigamos comportamientos menos profesionales, ¿a quién, y de qué forma? ¿A quién se humilla públicamente? ¿Cómo normalizamos les compañeres disidentes sexuales, y, sin embargo, todo el día estamos de cotilleo hetero?
Efectivamente, lo rarísimo es que podamos crear balsas de cuidados en estos espacios violentos. La sanación que nos muestra el afrofeminismo confiere a los programas de Humanización de las unidades de cuidados intensivos un significado revolucionario: sanar los ambientes laborales y crear comunidad.
Ni siquiera cuando escribo estas palabras me siento cómoda. Me quema en el pecho la ansiedad. Esto de escribir y que te lean me resulta cuando menos sorprendente, raro. Rarísimo. Porque han sido tantas las veces que he querido hablar y no he tenido la oportunidad. Y he hablado tantas otras veces y no se...
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L. Elisa Cebrián Sale
Licenciada en Medicina por la Universidad de Valladolid. Especializada en Medicina Intensiva. Activista afrofeminista, disidente sexual. Colaboradora en radio y medios digitales sobre música, cine y literatura.
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