cultura política
Biopolítica, medios de comunicación e iconos pop
Nuestra sociedad está harta de tanta moderación y de corrección política, por eso busca disidentes como Ayuso y Risto
Alejandro Zambudio 12/01/2022
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Me encanta ver la televisión por las tardes. Lo encuentro divertido. Y con la pandemia, muchos presentadores han dado rienda suelta a una vis cómica exquisita. España es un país agotado y desilusionado: medidas como la implantación de nuevo de las mascarillas en exteriores, sin aval científico, han generado un rechazo hacia el Gobierno perfectamente evitable. España intenta vislumbrar el final de la crisis del coronavirus con los mismos ojos con los que Pepe Isbert esperaba la llegada de los americanos en Bienvenido Mr. Marshall, en un escenario que a los medios les ha venido estupendamente para hacer política. Uno de esos grandes ejemplos es el programa Todo es mentira, emitido en Cuatro: una muestra de hasta qué punto, en una sociedad mediatizada por las pantallas, los programas de entretenimiento pueden ser actores políticos en una crisis sanitaria como la actual.
Empezando por Gramsci, pasando por Bourdieu, Eco y Gustavo Bueno y finalizando con Pablo Iglesias en España, el análisis de los medios de comunicación ha estado acompañado a medio camino entre el desdén y la curiosidad. La izquierda española –dejemos al PSOE fuera de la ecuación– recelaba de los medios de comunicación, considerándolos espacios frívolos al servicio del capital –un análisis que compartimos la mayoría–. Pero el primer Podemos lo hizo suyo e intentó construir la hegemonía desde allí. El poder no es sólo el poder de hacer, sino el poder de transformar la realidad en discurso. El relato nos sirve para ocultar los hechos. Eso lo entendieron spin doctors como Iván Redondo o Miguel Ángel Rodríguez, quienes nos enseñaron que era mucho más importante conocer la forma en que justificamos ciertas decisiones políticas, que las decisiones políticas en sí. Aunque Foucault hacía referencia a los poderes públicos cuando hablaba de la biopolítica, la vida disciplinaria la podemos encontrar también en el discurso de varios medios de comunicación. Risto Mejide, durante la crisis, ha buscado incidir sobre el espectador mediante técnicas autoritarias. A través de una indignación perfectamente coreografiada, el presentador ha reclamado más contundencia en las medidas del Gobierno para frenar el avance del virus y ha protagonizado altercados con grupos antivacunas.
El Madrid de Ayuso, como el de Esperanza Aguirre en la década de los noventa, quiere expulsar a los ciudadanos de los servicios públicos para que paguen por ellos
Su discurso no busca llegar al anima del paciente, como el de los psicoanalistas: parece más bien el de un Estado paternalista que recela de sus ciudadanos y tiene la obligación de guiarlos por el buen camino. La biopolítica actual no necesita el autoritarismo del Estado ni de sus instituciones en las sociedades posindustriales, solo le basta con aprovecharse de la falsa sensación de libertad de la ciudadanía para incidir en sus decisiones. En Todo es mentira se invierte la lógica de los situacionistas y de los medios de comunicación: la simbiosis espectáculo-activo y público-pasivo se rompe, de tal forma que es la ciudadanía quien construye situaciones y se convierte en actor de su propia vida. La industria cultural tiende a transformar al público en diversos públicos. Refleja a la perfección la atomización social y la dificultad de encontrar espacios en común en la actualidad. En este vídeo, tanto César Rendueles y Brenda Navarro reflexionan sobre la construcción del enemigo en tiempos de pandemia. Ambos coinciden en que en una sociedad fuertemente burocratizada como la española, acostumbrada a delegar en la clase política la gestión de lo público, se encuentra más expuesta a la polarización social.
Durante el confinamiento, el Gobierno aprovechó el desconcierto de la gente para meter miedo. Había militares y policías dando ruedas de prensa advirtiéndonos de las consecuencias de saltarnos las normas. Conforme la pandemia iba avanzando y ya teníamos más información sobre el virus, el Gobierno pasó de la “represión” al “consenso”, pidiéndole, por ejemplo, a influencers y personajes públicos, que concienciasen a la ciudadanía sobre la necesidad de respetar las normas.
La crisis de la covid-19 ha supuesto el estallido definitivo de un régimen de acumulación que estaba en crisis permanente desde las revoluciones conservadoras de Thatcher y Reagan en los ochenta. El liberalismo aprovechó una pandemia para destruir un régimen obsolescente y crear uno nuevo con el fin de revitalizar este proceso.
Para que el sistema siguiera su curso era necesario deteriorar la sanidad pública, que, gracias a la sexta ola, parece de nuevo el museo de los horrores. No teníamos la mejor sanidad del mundo, sino a los mejores médicos. Es imposible mantener una red sanitaria preparada después de más de doce años de recortes y Ayuso ha iniciado su particular ofensiva contra los médicos de su comunidad.
Ha hecho de la Comunidad de Madrid una ciudad post-apocalíptica, con una atención primaria que parece un cruce entre La carretera de Cormac McCarthy o la película 20th Century Boys. Ayuso ve Madrid de la misma forma que los emperadores romanos veían la ciudad de Roma. Está más allá de las circunstancias sanitarias, y como los emperadores, desea pasar a la posteridad. El Madrid de Ayuso, como el de Esperanza Aguirre en la década de los noventa, quiere expulsar a los ciudadanos de los servicios públicos para que paguen por ellos. Pretende alejarlos de la tutela del Estado y moldear al individuo a su imagen y semejanza. ¿El objetivo? Crear una ciudadanía cada vez más independiente de los poderes públicos a golpes de shock.
Tanto Ayuso como Risto nos dan la oportunidad de estar en el lado bueno de la Historia
Como buena representante del pensamiento liberal, ella es el producto, haciendo suyo el modelo de Andy Warhol. Profeta de la sociedad de consumo que se nos venía encima, Warhol sedujo y se dejó seducir por un mundo trivial, hedonista e irónico en el que el ser humano se estaba convirtiendo en su marca personal. Ayuso ha trasladado esa visión a la política. Es la Alaska de la década de los ochenta o la Rosalía de la política actual: una líder que elabora sus intervenciones para que al día siguiente la visualicen en YouTube. Hay quienes ven en Ayuso y en Risto a dos iconos pop. Y tiene sentido. Tanto la presidenta de la Comunidad de Madrid como Risto Mejide nos dan la oportunidad de estar en el lado bueno de la Historia. La cultura pop dio la razón a los novecentistas cuando dijeron que las vanguardias, debido a su altísimo nivel de reflexión, separarían a la sociedad entre élite y masas. Le dio coherencia a la cultura del siglo XX: fue la manifestación artística de las incipientes clases medias, y la música de un siglo violento y revolucionario. Sin embargo, creo que la etiqueta que mejor le va a la presidenta de la Comunidad de Madrid, es la del trap. En un siglo XXI cínico y relativista, fracasadas las grandes utopías, el trap refleja fielmente el concepto de empresario de uno mismo y la fragmentación cultural de nuestro tiempo. Nuestra sociedad está harta de tanta moderación y de corrección política, por eso busca disidentes como Ayuso y Risto.
Isabel Díaz Ayuso está cambiando la forma de hacer política dentro del PP. Con la cultura como eje, ha superado el tradicional “economicismo marxista” de Rajoy –cuya función en el poder se basaba en “arreglar los desastres económicos de la izquierda”, según sus palabras– y le ha dado ese barniz populista necesario para conectar con el electorado. Como cuenta Alberto Santamaría, la derecha actual concibe la cultura como un elemento potenciador de la imaginación, la creación o los afectos, siempre y cuando no tratemos de convertir esas palabras en artefactos críticos y renunciemos a cambiar la sociedad. No le interesa tanto la cultura vinculada a los objetos de consumo, y sí las emociones de los grandes relatos del sistema liberal. Se ha apropiado de los grandes mantras de la izquierda para vaciarlos de significado y adaptarlos a su ideario.
A través de ese estilo despreocupado y ligero de los iconos del pop y del trap, Ayuso, con su reivindicación de la libertad, nos recuerda constantemente que no hay alternativa a su modelo. Es ella o el caos. Ha hecho de Madrid un panóptico en el que más allá del ocio no hay nada. Es una gurú warholiana que disecciona la sociedad contemporánea y nos canta a la cara las virtudes y miserias del consumismo compulsivo.
Me encanta ver la televisión por las tardes. Lo encuentro divertido. Y con la pandemia, muchos presentadores han dado rienda suelta a una vis cómica exquisita. España es un país agotado y desilusionado: medidas como la implantación de nuevo de las mascarillas en exteriores, sin aval científico, han generado un...
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