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Debajo de casa hay un súper. Es un súper aparentemente normal. Entras en él y no hay nada que te haga sospechar lo contrario. Algunas de las mujeres que trabajan en él han entallado las camisas del uniforme y han cosido sus pantalones, para que esas prendas se ajusten al cuerpo de una mujer. Los uniformes tampoco encajan en el cuerpo de los hombres, que se los ponen tal cual, sin intentar adaptárselos. La sensación es que son los mejores uniformes de camuflaje del mundo, pues las personas que se los ponen desaparecen, se hacen invisibles. Por lo demás, los uniformes del súper suelen estar sucios. Se ensucian y arrugan y deforman al reponer, esa actividad invisible que se hace con un uniforme invisible, por lo que cuesta ser observado. Reponer, ese oficio del siglo XXI, consiste, si por fin lo ves, en ejercer una labor que nunca finaliza. Es imposible no sentirse identificado y conmovido con ese trabajo. Trabajar es, tal vez y hagas lo que hagas, simplemente reponer, de manera invisible. Reponer es tan invisible que es posible que sean más cosas, más horas y en otros ámbitos más allá del trabajo. Lo que es una sospecha verdaderamente turbadora. Hasta el punto de que, ahora que la formulo, la hago desaparecer, bajo otro uniforme que nadie, ni siquiera yo, ve. Esta semana, por fin, hablé con una cajera invisible, con el uniforme entallado, y que cuando no está en la caja, reponiendo, está en las estanterías, reponiendo. Coincidimos en la puerta del súper, donde yo estaba fumando, esa actividad que también es como reponer. La cajera tenía varios minutos libres. Los aprovechó para reponer un cigarrillo. Me pidió fuego. Le repuse una llama en la punta de su cigarrillo. Y mantuvimos una breve conversación. Invisible, repleta de lugares comunes. Hasta que en la conversación aparecieron palabras de un color azul, intenso, diferente a los colores pardos de nuestros respectivos uniformes. Me explicó que ese súper, normal, no es un súper normal. Es la última parada de los reponedores que, por lo que sea, la empresa ha considerado que no se han portado bien. Hacen lo mismo, y por lo mismo, que en cualquier otro súper de la cadena, si bien ahora saben, y así se les ha comunicado, que es un castigo. Que hay algo invisible, que no encaja y que, al contrario que un uniforme, no puedes hacer encajar, de noche, con aguja e hilo, en tu casa. Debajo de casa hay un súper. Es un súper aparentemente normal. Entras en él y no hay nada que te haga sospechar lo contrario.
Debajo de casa hay un súper. Es un súper aparentemente normal. Entras en él y no hay nada que te haga sospechar lo contrario. Algunas de las mujeres que trabajan en él han entallado las camisas del uniforme y han cosido sus pantalones, para que esas prendas se ajusten al cuerpo de una mujer. Los...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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