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Aristóteles desnuda la tragedia hasta reducirla a dos componentes. El primero presupone el segundo. Y el primero es el personaje. Por primera vez el público accede a una historia que no la explica un narrador, sino que la vive un personaje. En carne propia. Esta novedad, nunca jamás vista anteriormente, conmovió el alma del espectador hasta la perplejidad y la locura. Y hasta el segundo componente de la tragedia: la catarsis. Se sabe muy poco sobre la catarsis. No aparece en el texto de ninguna tragedia. No es algo que formule un personaje o el coro. La aportaba el público. Era lo que producía el público al ver una tragedia. La catarsis era una suerte de vivencia profunda. No hay, no se han conservado, descripciones de la catarsis. No consistía en gritar, o en arrojar objetos al escenario. O no solo. Se ha entendido que el público, al entrar en contacto con el destino de un personaje, se conmovía, se estremecía, se turbaba e, incluso, se perturbaba. Entraba en una suerte de crisis. Sus gritos y llantos se superponían a la voz de los actores. Caían de rodillas, o se incorporaban y, copados por una soledad radical e inaudita, decían palabras repletas de sentido, que carecían de todo sentido fuera de esa experiencia. Vivían una suerte de dolor profundo que, a su vez, les reconfortaba. La catarsis, durante siglos, nos convirtió en un espectáculo humano único.
Esta experiencia, antaño tan profunda y extensa y común, al punto de que no se creyó necesario describirla en su día, desapareció. Completamente. Salvo por una sospecha: las cosas en verdad importantes, que adquieren la categoría y aspecto de un tatuaje en el alma, nunca llegan a desaparecer. Sucede con la mirada con la que contemplábamos el fuego, que siempre resurge, tal y como debía haber sido en su origen primigenio, al mirar una hoguera. La catarsis, una hoguera, debe existir aún, por tanto. En otro sitio y con otro aspecto. Pudo haber existido en la religión. El teatro era un hecho religioso, por lo que ese era el sitio más indicado para la existencia camuflada de la catarsis. Pero, hoy, cuando el contacto con los Dioses se ha estilizado, al punto de que no existe, la catarsis debe de haber abandonado, hace tiempo, ese lugar. Llegué a sospechar que vivía en el estadio. Era la sensación eléctrica e indialogable del triunfo, la derrota o el engaño, que vive el espectador con sus voces y sus manos. Pero descarté esa opción, pues incluso el estadio es moderado, si se compara con el eco potente que nos llega de la catarsis. Creí verla en la política. Actos, discursos de agravio, que acarician el corazón, y que hacen que un votante se incorpore, se arrodille y grite, copado por expresiones que nunca jamás habían existido en su rostro. Pero todo eso es leve, vacío, sencillo, y no como la catarsis. En la intimidad, finalmente, es donde he visto lo más parecido a la catarsis. Personas mutadas, de repente desconocidas, gritando y llorando en una cocina, poseídas por una furia imprevisible, acorraladas por el destino, en una soledad radical e inaudita. Decían palabras repletas de sentido, que carecían de todo sentido fuera de esa experiencia.
La catarsis, que nació con el invento del personaje, tal vez se haya mantenido fiel a sí misma, sumamente fiel a sí misma y en su esplendor antiguo y nítido, cuando nos creemos personajes. Debe existir con la fuerza y la frecuencia de la hoguera, pues ser personajes es el recurso más humano cuando cuesta tanto ser personas, esos seres que podían, hasta cierto punto, regir su destino. Es lo más parecido. En los personajes es donde nos estamos conservando las personas.
Aristóteles desnuda la tragedia hasta reducirla a dos componentes. El primero presupone el segundo. Y el primero es el personaje. Por primera vez el público accede a una historia que no la explica un narrador, sino que la vive un personaje. En carne propia. Esta novedad, nunca jamás vista...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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