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Escribo esta carta desde la cuarentena. En todos los sentidos. Esta semana, así como el que no quiere la cosa, me planté en los 40 años. Juro que justo el otro día no tenía más de 20. Mientras, confundido y sin entender qué había pasado, me preparaba para salir a celebrarlo, un leve dolorcillo de cabeza y picor en la garganta me hizo mirar de reojo el cajón bajo la televisión en el que estaban aparcados el par de test de antígenos que sobraron de las navidades. Cómo olvidar dónde estaban, si los colocamos ahí estratégicamente: si alguien entra a robar se fijará en la tele, que nos salió más barata. Después de recorrer con el bastoncillo el descampado al sur del ojo, que antes de 2020 nadie –ni los otorrinolaringólogos– sabía que existía, y menos aún que perteneciese al término municipal de la nariz, llegó el momento de dejar caer las gotas de la mezcla sobre el detector del virus y allí estaba esperando, de parte de mi mucosidad interna y con un lacito puesto, el positivo, el regalo de cumpleaños ideal si quieres concienciar a un cuarentón de que toca ir pensando en eso de la salud. No me ha venido mal. A la hora de regalar, como se conoce uno mismo no te conoce nadie.
Dicen que la crisis de los cuarenta aparece porque, llegados a este punto, nos planteamos qué hemos hecho con nuestras vidas para descubrir, con decepción, que no gran cosa. No es mi caso. Por suerte, en mis planes siempre estuvo no hacer gran cosa, más allá, por supuesto, de ser delantero titular del Sevilla, hito que, con la madurez que me otorga la cuarentena, empiezo a pensar que comienza a complicarse por culpa del despiste de Monchi. El hombre no está a lo que hay que estar. De lo poco que tengo claro llegando a la mitad del partido –si uno hace caso al Instituto Nacional de Estadística–, además de que Marina Castaño debería publicar más a menudo, es que esto de vivir no consiste en lograr grandes victorias, sino en valorar pequeñas alegrías. En lo personal, además de seres queridos, entro en los cuarenta con un limonero en el balcón que, aunque no presenta la actitud emprendedora necesaria para dar limones –y mira que lo apuntamos el mes pasado a un webinar dirigido por Albert Rivera– es muy agradecido de mirar y de regar. También tengo en mi vida desde hace poco un telescopio con el que, si la cosa lumínica está de buenas, puedo ver desde 384.000 kilómetros los cráteres de la luna con la misma claridad y distancia desde la que se ve un bulo de Okdiario. Creo que no se puede pedir mucho más. En lo profesional, estar escribiéndoles esta carta es una de esas pequeñas alegrías a valorar y que valoro. Que exista esta carta quiere decir que, además de desarrollar el trabajo que me apasiona –si no me pagaran, y espero que el director de CTXT no lea esto, lo haría igual–, tengo la sensación de estar haciéndolo en el sitio y el momento correctos. Es decir, un boleto premiado de lotería.
Por ir a alegrías concretas, en estos momentos se está produciendo una de esas pequeñas hazañas que debemos valorar, especialmente ustedes que la hacen posible. CTXT y algunas otras cabeceras han entendido que hacer periodismo no es simplemente hablar de partidos políticos y poderes económicos –que también– sino, y especialmente en esta época –y aquí viene la gran novedad de este tiempo–, hablar de la propia prensa de este país. Un terreno, como ese por donde frotamos palitos en busca de virus, inexplorado hasta hace poco. Una práctica inaceptable para la propia izquierda hasta hace no mucho, como me decía hace poco un compañero de CTXT.
Si este trabajo consiste en explicar cómo funcionan las cosas, es imposible explicar la cosa España sin entrar de lleno en el papel que juegan los grandes medios de comunicación. Es desagradable. Lo es por aquello de las amistades y simpatías que existen entre compañeros de oficio, y lo es porque a quienes señalamos vicios y corrupciones de la gran prensa probablemente se nos cierren todas las puertas laborales que existen fuera de este pequeño ecosistema. Pero no queda más remedio. Es imposible hacer como que nada está pasando si lo que pretendemos es explicar la España de hoy. Por primera vez en tiempos de paz, buena parte de los grandes medios de este país han renunciado a trabajar con la materia prima de la realidad y se han lanzado en brazos de una artillería propagandística en la que todo vale. Incluso distribuir entre la población mentiras, manipulaciones y acoso contra rivales políticos. Sin pudor y sin freno. Lo cual indica que quizá no sean tiempos de paz como pensamos, sino tiempos de una guerra civil desatada desde la salida del Partido Popular del poder en el verano de 2018. Una guerra en la que el muerto, si esto no se detiene, será el propio oficio del periodismo.
Podríamos colocarnos en la cómoda y muy rentable posición de decir –a uno le dan muchas palmadas en la espalda si hace esto– que los grandes medios manipulan sin más. Sería lo más cómodo y rentable –lo practican mucho los compañeros periodistas que dicen cosas como que el Congreso es un circo sin señalar a los responsables– para lograr eso que llaman credibilidad de masas. Pero lo cierto, lo honesto, lo justo, es decir que lo que está pasando en España es un despliegue tramposo por parte de la derecha en todos los ámbitos que controla –especialmente el mediático– para volver al poder agarrada de la mano de la ultraderecha. Para tumbar, con métodos poco democráticos, como el bulo difundido de forma masiva, al actual Gobierno. Un Gobierno, como saben quienes leen CTXT, mil veces criticado aquí. Por la ineficacia de la implantación de la renta mínima vital, por los errores en la gestión de la pandemia, por la inacción ante la subida del precio de la luz, por las devoluciones en caliente, por los trapicheos de la Fiscalía con periodistas de las cloacas o por las actuaciones policiales dirigidas por Grande Marlaska. Toda la crítica es legítima cuando sucede en el mundo de la realidad. Pero no en el de las mentiras. Los conglomerados de grandes medios de este país están tan dispuestos a blanquear a la extrema derecha que han adoptado algunos de sus métodos generando un daño social que pasará factura sea uno de derechas o de izquierdas. Han decidido que el bulo y la fabricación de escándalos basados en falsedades y manipulaciones fácilmente demostrables es también material para hacer periodismo. Nuestro trabajo es señalarlo, dar los nombres y apellidos de quienes, disfrazados de periodistas, intoxican la convivencia y matan el oficio. Es una alegría que hay que valorar llegar a la cuarentena trabajando aquí, en un lugar donde se tiene claro que este oficio le debe respeto al lector y también al momento social, que debe ser narrado sin hacerse el sueco. Como dijo no sé quién, la guerra estará perdida, pero podemos decidir cómo perderla. Gracias por permitir que así sea.
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Escribo esta carta desde la cuarentena. En todos los sentidos. Esta semana, así como el que no quiere la cosa, me planté en los 40 años. Juro que justo el otro día no tenía más de 20. Mientras, confundido y sin entender qué había pasado, me...
Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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