academia y sociedad
El Jardín y el Ágora
Ciencia ciudadana, movilización social e investigación responsable
Silvana Briones 1/02/2022
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Alrededor del año 300 a. C., Epicuro estableció su escuela de filosofía en Atenas, a la que bautizó bajo el nombre de El Jardín. El Jardín era en realidad una casa rodeada de un huerto mediterráneo situada a las afueras de la ciudad, que representaba el único lugar de la Atenas helenística en el que mujeres y esclavos, excluidos de otros espacios, eran bienvenidos y tratados en plena igualdad. No muy lejos se encontraba el Ágora, archiconocido punto de referencia por ser el epicentro de la vida social y política de la ciudad, donde, no obstante, se calcula que menos de un 15% de los ciudadanos tenía derecho a voto.
En aquella época, el Jardín representaba un hervidero científico para la creación de conocimiento libre de discriminaciones, si bien se encontraba alejada del núcleo político de Atenas. A día de hoy, sin un espacio común y accesible en el que lo social, lo político y lo científico confluyan, pareciera que esa distancia, ya no física sino metafórica, siguiera vigente. Pero ¿y si pudieran ser el Jardín y el Ágora parte de una misma entidad?
La ciencia ciudadana es un modelo de producción científica que busca ir más allá de la tradicional investigación de campo o laboratorio. Tal y como indica el libro verde de la ciencia ciudadana en Europa, se trata de procesos participativos a través de los cuales los ciudadanos no expertos integran un proyecto de investigación y trabajan junto con profesionales especializados, aportando herramientas y recursos de forma activa. Si bien en algunos casos los investigadores buscan perfiles concretos, como por ejemplo estudiantes universitarios, en España, en un 80% de los casos están dirigidas al público general.
Desde 1995 el número de artículos publicados que se apoyan en iniciativas de ciencia ciudadana ha crecido de manera exponencial
Según un estudio realizado por el departamento de Lógica y Filosofía de la ciencia de la Universidad del País Vasco, desde 1995 el número de artículos publicados que se apoyan en iniciativas de ciencia ciudadana ha crecido de manera exponencial. Otra de las tendencias observadas es que, más que funcionar coordinadamente, son grupos independientes los que deciden de manera puntual recurrir a la ciencia ciudadana para profundizar en sus investigaciones. En lo que al ciudadano de a pie respecta, sus aportaciones rebasan los límites de la ciencia académica y alcanzan el plano educativo y social. Parte de la importancia de este tipo de iniciativas reside en cómo escenifican espacios en los que científicos y ciudadanos conviven, intercambian preguntas y “cocrean” una nueva cultura científica.
En este escenario, se establece una relación de simbiosis en la que la investigación científica se nutre de la ayuda comunitaria y se mantiene en contacto permanente con las preocupaciones sociales. Paralelamente, el ciudadano se sumerge en un medio abierto y multidisciplinar en el que es sujeto de nuevos aprendizajes y habilidades, profundizando en la forma en que el trabajo científico se desarrolla. Todo este proceso forma parte de un proyecto que, en última instancia, afianza las interacciones ciencia-sociedad-política, conduciendo a una investigación más democrática.
Dentro de las diferentes disciplinas científicas, una que muestra una conexión clara con la dimensión social es la ecología, marco en el que se desarrollan casi un 20% de los proyectos de ciencia ciudadana en España. Esta rama engloba todas aquellas investigaciones relacionadas con los ecosistemas, entendidos como comunidades constituidas por seres vivos y el medio natural que habitan. En el contexto social actual, claramente marcado por la crisis climática imperante, esta disciplina desempeña un papel crucial. Debido a su importancia, de ella bebe el ecologismo, un movimiento social que aúna la perspectiva científica con los conocimientos generados desde la sociología, la filosofía o la ciencia política, articulando así un discurso que aspira a conseguir un mundo ambiental y socialmente justo. Este tándem ecología-ecologismo ejemplifica una relación íntima entre ciencia y sociedad, quizás no tan evidente en otros ámbitos científicos, pero sí deseable.
El tándem ecología-ecologismo ejemplifica una relación íntima entre ciencia y sociedad, quizás no tan evidente en otros ámbitos científicos, pero sí deseable
Así, las iniciativas de ciencia ciudadana presentan dos fortalezas: el apoyo a la cultura científica y el fomento de una ciencia socialmente robusta. En cuanto a la primera, ofrecen un marco idóneo para la concienciación respecto a diversas problemáticas y para la movilización social, que surge directamente a raíz de la participación en la investigación científica. En esta línea, y siguiendo con el ejemplo anterior, varios estudios correlacionan una mayor conciencia ambiental con la participación en iniciativas ciudadanas del ámbito de la ecología.
Entre los más destacados, encontramos el estudio conducido por la Escuela de Planificación Medioambiental (Universidad del Norte de Columbia Británica). Un análisis comparativo de las encuestas pre y postparticipación apuntaba a un aumento de un 15% de participantes que identificaban el cambio climático como una problemática de origen antropogénico. Asimismo, crecieron en un 10% los que se reconocían como impactados por alguna de las consecuencias del cambio climático y aumentaron también en un 11% aquellos que se identificaban como “extremadamente preocupados” por la situación ambiental. Por lo tanto, la inmersión del grupo de ciudadanos en una investigación científica referente al cambio climático actuó como agente de educación ambiental y favoreció la concienciación colectiva sobre la crisis ecosocial, al tiempo que reportaba los datos que el grupo de investigación necesitaba.
Al profundizar en este fenómeno, se puede entrever que hay un elemento que subyace al mero conocimiento académico adquirido por los participantes y es un cambio en su visión de la ciencia. Una idea ampliamente interiorizada a nivel social, que flaco favor hace a la comunidad científica, es que la ciencia es algo extremadamente complejo. En efecto, la caricatura del científico loco, todavía tan presente, es un buen reflejo de una sociedad, tomando como referencia la española, en la que más del 45% de la población afirma que “la ciencia es tan especializada que le cuesta entenderla”.
En este sentido, la ciencia ciudadana, como agente de transmisión de cultura científica, ofrece las herramientas y conocimientos necesarios para la participación en la resolución de problemas aparentemente complejos. Adicionalmente, tiene un gran potencial para la movilización social, y no solo por la información que aporta per se, sino por cómo asimilamos esa información en tanto que seres sociales.
Tradicionalmente se ha supuesto que es suficiente comunicar la información científica al público general para promover cambios sociales a nivel individual o colectivo, pero las tendencias actuales parecen ponerlo en entredicho. Esto se hace palpable en el continuo aplazamiento de la toma de decisiones públicas en materia de cambio climático, por retomar el ejemplo. Pese a la gran cantidad de producción científica al respecto, de alto rigor y calidad, alertando de la situación, lo seguimos percibiendo como un “riesgo no urgente y psicológicamente distante –espacial, temporal y socialmente–.
Para hacer frente a esta tendencia, y basándose en el estudio científico del comportamiento, Sander van der Linden, del Departamento de Psicología de la Universidad de Cambridge, propone apelar a la experiencia personal. Para la mayoría de nosotros, la información estadística carece de gran significado, y por eso no provoca la acción. Por el contrario, la evocación de la propia vivencia sí que tiene esa capacidad de movilización. De este modo, si es en la experiencia donde reside la respuesta, la ciencia ciudadana podría ser clave para superar el obstáculo de la distancia psicológica.
Ahora bien, esta aproximación de la ciudadanía a los procesos de producción científica no sirve solo como soporte para la promoción de la cultura científica y como base de la movilización social. A través de estos espacios, la comunidad científica puede inferir nuevos nichos para reconducir sus investigaciones de forma que el desarrollo científico concuerde con las necesidades, expectativas y preocupaciones de la sociedad. Gibbons hizo referencia a esta idea acuñando el término “ciencia socialmente robusta”, un nuevo paradigma de las relaciones entre ciencia y sociedad en el que la ciudadanía participa de las decisiones científicas, en busca de soluciones más eficientes y democráticas.
En este punto, la ciencia ciudadana se entrelaza con la gobernanza, que comprende los mecanismos y procesos mediante los que los ciudadanos expresan sus intereses a través de marcos políticos, jurídicos u otras estrategias. En el horizonte de una ciencia socialmente robusta, construida sobre las necesidades que la sociedad marca, la ciencia ciudadana se presenta como oportunidad para la creación de lugares dedicados al ejercicio de la gobernanza científica, en una remodelación del Ágora griega.
Esta no será una transición sencilla, en parte debido a los valores tradicionales arraigados a las prácticas científicas. Citando textualmente a Sheila Jasanoff, profesora de Estudios de Ciencia y Tecnología en la Harvard Kennedy School: “El problema, por supuesto, es cómo institucionalizar procesos policéntricos, interactivos y multipartitos de creación de conocimiento dentro de instituciones que han trabajado durante décadas para mantener el conocimiento experto lejos de los caprichos del populismo y la política”.
Sin embargo, apostar por ella puede ser determinante para una nueva concepción de la ciencia. Ciencia para que pasemos de ser sujetos pasivos a ser sujetos activos. Ciencia para que, como sociedad, no solo dispongamos de los conocimientos para comprender las problemáticas científicas, sino que podamos apoyarnos además en experiencias vitales y comunitarias que nos movilicen para participar en la toma de decisiones. Ciencia que escuche nuestras peticiones y se desarrolle teniéndolas en cuenta de manera responsable.
Planteemos un futuro sin más torres de marfil, en el que ciencia y sociedad coexistan en espacios para el diálogo constante y enriquecedor. Que el Jardín sea el Ágora y el Ágora sea el Jardín.
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Silvia Briones es bioquímica y especializada en comunicación científica y medioambiental.
Alrededor del año 300 a. C., Epicuro estableció su escuela de filosofía en Atenas, a la que bautizó bajo el nombre de El Jardín. El Jardín era en realidad una casa rodeada de un huerto mediterráneo situada a las afueras de la ciudad, que representaba el único lugar de la Atenas helenística en el que...
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Silvana Briones
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