1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

ESPACIO CIUDADANO

Los Prados (en Madrid) como patrimonio impuro y común

El autor, miembro del Comité Científico de la candidatura del eje Paseo del Prado-Recoletos, reivindica esta zona como un espacio abierto, horizontal y común y no como una marca con la que ganar premios o atraer turistas

Antonio Lafuente 4/08/2021

<p>Paseo del Prado (Madrid).</p>

Paseo del Prado (Madrid).

Concepción Amat

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Defender la condición impura y común de los Prados implica aceptar que el tiempo ha querido esculpir un espacio donde pueden mezclarse muchas cosas tan heterogéneas como contradictorias y necesarias. Pero no basta con reclamar la diferencia como un activo para nuestro mundo, también importa conocer el cómo pudo producirse, pues cuando hablamos de lo común no solo nos fijamos en los resultados, sino que también nos importan los procesos que lo produjeron. 

Reclamar para los Prados su naturaleza híbrida, mestiza o mostrenca a la par que popular, ordinaria y mundana, equivale a descubrir que lo patrimonial no necesariamente tiene que estar vinculado a lo excepcional, lo único o lo exquisito, y que podemos asociarlo a lo vivido, a lo cambiante y a lo imperfecto. Nuestro mundo, además, necesita pensarse menos canónico que abierto, inclusivo y experimental. De alguna manera la historia de los Prados contiene elementos suficientes que autorizan un relato a favor de los patrimonios impuros y comunes. 

Reclamar para los Prados su naturaleza mostrenca a la par que mundana, equivale a descubrir que lo patrimonial no tiene que estar vinculado a lo excepcional

Los Prados son hoy el escenario donde los futboleros celebran sus campeonatos, los católicos su fervor, los sindicalistas el vínculo entre trabajo y derechos humanos o los gais el retroceso de la intolerancia. La movilización que representan hoy las industrias del ocio y los movimientos sociales es correlato del que durante el siglo XIX produjeron el ferrocarril, la expansión del comercio y los ensanches urbanos, o del que estimularon, un siglo antes y durante la Ilustración, el nacimiento de las avenidas arboladas, los espacios públicos y la cultura experimental. 

Si solo nos fijáramos en lo monumental apenas tendríamos acceso más que a la piel de la ciudad. Entrar en los edificios, traspasar sus fachadas, implica no solo reconocer sus contenidos, sino también desandar el tiempo y encontrarnos con sus antiguos visitantes y sus otras funciones. La gente hace la diferencia, pues las ciudades no son sus construcciones sino sus relaciones, las que todavía sabemos recordar y las que aún podemos inventar. 

Los Prados son y han sido un espacio bien enmarcado por muchos edificios de mérito. Negarlo sería engañoso, pero quedarnos en ese elenco de arquitecturas, traicionaría la idea misma de ciudad. Ignoraría a quienes fueron capaces de anticipar mundos posibles e imaginar una urbe liberal, higiénica, democrática, sufragista, pacifista, abierta y feminista. Ellos y ellas han escrito la página en blanco que es una ciudad solo habitada por quienes siempre cumplen con las reglas y no contrabandean los bordes de lo ortodoxo, lo permitido y lo imaginable. Una urbe que se regenera por sus Prados, unos Prados que alumbraron una ciudad.

Los Prados nacen cuando la ciudad se ensancha hacia el este, en un movimiento que a la larga desplazará el centro de gravedad de la urbe desde el Madrid de los Austrias hasta el de los Borbones, desde el Palacio Real al Buen Retiro y desde el Oriente al Occidente. Lo más interesante es que se aprovechará este ensanche para dotar a la Corte con el kit completo de instituciones científicas características de la modernidad. 

Lo novedoso de este plantel es que no solo son laboratorios donde se produce conocimiento experimental, sino que son concebidos como espacios públicos en un doble sentido

Al otro lado de la destartalada ciudad barroca se levantarán un puñado de edificios que combinan decoro con utilidad y la cultura de la magnificencia con la experimental, fundiendo en una realidad nueva la corte con su urbe. El elenco de instituciones creadas impresiona: la Academia Nacional de Ciencias (luego convertida en Museo Nacional de Pinturas, hoy Museo del Prado), el Real Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, el Gabinete de Máquinas y el Hospital General (hoy convertido en Museo Reina Sofía), son espacios de nuevo cuño que se unen a los ya existentes y también ilustrados del Gabinete de Historia Natural (en la planta alta de la Academia de Bellas Artes en la calle Alcalá) y el Laboratorio de Química de Proust (situado en la actual Marqués de Cubas). 

Lo novedoso de este plantel es que no solo son laboratorios donde se produce conocimiento experimental, sino que son concebidos como espacios públicos en un doble sentido: uno, apertura a la gente del común y, dos, validación mediante escrutinio abierto. La ciencia entonces alcanza todo su potencial cognitivo y político, se hace moderna, cuando logra construir complicidades con sus públicos y ofrecer a la gente la promesa de un mundo accesible, confiable y contrastado. 

Tenemos muchas evidencias de cómo los científicos supieron penetrar el tejido social utilizando los cafés, las tabernas, los periódicos, los salones y las propias plazas para lograr públicos seducidos por la magia de los experimentos, los relatos de viaje, los objetos exóticos, los ascensos en globo, los instrumentos de salón y los saberes artesanales. Parece raro, incluso paradójico, pero así fue como un universo basado en los privilegios de sangre, la autoridad de los antiguos y el poder de la Iglesia pudo transitar hasta hacerse cómplice del talento cultivado, los hechos públicos y los estándares técnicos. Lo sabemos: no fue de un día para otro, y quizás tengan algo de razón los más escépticos cuando afirman que estos cambios fueron más cosméticos que reales. Quizás la tuvieran, pero quienes desconfían deben saber que ya tenemos respuesta para su gran pregunta. 

¿Cómo explicar que un puñado de filósofos experimentales repartidos en unas pocas ciudades a finales del siglo XVII estuvieran un siglo más tarde redactando las Constituciones de Estados Unidos y Francia? ¿Cómo pudieron multiplicar tanto su influencia? La respuesta es sencilla y convincente: al igual que las mujeres fueron sacadas del relato histórico, también los amateurs fueron ignorados, y por eso seguimos sin entender la rapidez y profundidad de los cambios que acabaron con la Ilustración. 

La Colina de las Ciencias, nombre que los historiadores asignaron a esta operación inmobiliaria, ha sido invisibilizada por esa nueva denominación en boga de Barrio de las Letras, una etiqueta que quiere resaltar la reciente presencia en la zona de varios museos que impresionan, entre los que destaca el del Prado. Pero la ciudad paga un alto precio al olvidar su origen vinculado a la ciencia y a un proyecto más cosmopolita que nacionalista. 

Es verdad que en los primeros años del siglo XIX el edificio nacido para ser Academia de Ciencias fue convertido en Museo de Pinturas. Pero no es menos cierto que alrededor del nodo de Atocha se produjeron cambios de enorme trascendencia y todos vinculados a la ciencia y la tecnología. 

La estación abría la capital al mar y, como no dejaron de resaltar las crónicas de la época, transformaba el centro de un imperio en decadencia en la capital de una nación industrial. Y eso explica que a pocos metros de la estación se situara la Escuela de Ingenieros de Caminos, bastión de la nueva cultura del fomento y que nace para construir las infraestructuras que reclama una nación moderna. 

Forma parte también de este paisaje el proyecto de situar la Universidad de Madrid en el solar que hoy ocupa el Ministerio de Agricultura, entonces de Fomento. En un pañuelo pues convivían las instituciones científicas heredadas de la Ilustración con las nacidas al servicio, como se decía entonces, de la Nación y el Progreso. Aquí también las escribimos con mayúsculas para desentendernos de la habitual grandilocuencia con la que se pronunciaban. Aunque no siempre se usaron para enmascarar proyectos impresentables. 

Pocas instituciones expresan mejor esta voluntad de construir sociabilidad que el Ateneo madrileño, un espacio independiente que sirvió a los ideales republicanos, democráticos e igualitaristas que anidaban entre los liberales madrileños. Una institución que nos enseñó a pensar la difícil relación entre progreso económico y justicia social. Y no es asunto menor que los Prados, además de ser el salón heredado donde todo el mundo acudía para mirar y ser mirado, también se convirtiera durante el Ochocientos en la puerta de ingreso a la urbe: un lugar por donde mercancías y personas, nobles y comerciantes, profesores y petimetres, discurrían como si las diferencias que los enfrentaban pudieran ser suspendidas. 

Los Prados, sin duda, son y siempre fueron un tercer espacio, abierto a la coexistencia de saberes y dignidades, de prácticas y rituales, donde la ciencia convivió con el arte y las máquinas con las plantas, los planos, los fármacos, los libros, los amuletos y la bulla. 

Mientras en un extremo de los Prados está Atocha, una de las puertas a la ciudad, en el otro está la Biblioteca Nacional, un templo del liberalismo

Un siglo después, ya en nuestros días, vemos que la presión para que los Prados se consagren a las Letras no ha podido evitar que nazcan instituciones más preocupadas por la cultura ciudadana, la que nace desde las plazas y la que proviene desde los bordes. MediaLab-Prado y la Ingobernable nacieron próximas a las nuevas tecnologías y para desafiar las fronteras que artificialmente separan a quienes escriben algoritmos de los que hacen performances, a quienes diseñan infraestructuras de los que imaginan nuevas prácticas relacionales, la cultura formal de la informal, la institucional de la extitucional, la subvencionada de la autónoma, la seria de la lúdica, y que ha optado por un modelo colaborativo, abierto y experimental más propio de la cultura hacker y okupa, tan lejano de la cultura de la exhibición, la excelencia y la competición clásica de los museos.

No es necesario optar por unos actores antes que otros, o enfrentar a unas instituciones con otras. Los Prados no han sido el espacio para antagonizar, sino que han sabido preservar la diferencia. En el Salón del Prado podemos caber todos. Madrid es diferente porque tiene un espacio que no ha sido diseñado en un gabinete de imagen. Madrid no ha construido una marca con la que ganar premios o atraer turistas, sino que se ha encontrado con un espacio híbrido desde el que pensarse impura y común. 

Mientras en un extremo de los Prados está Atocha, una de las puertas de entrada a la ciudad, en el otro está la Biblioteca Nacional, un templo del liberalismo donde caben todos los puntos de vista. Ninguna imagen refleja mejor la naturaleza de ese espacio híbrido donde pueden encontrarse la sabiduría que anida en los cuerpos con la que reside en los libros, y la potencia de los sueños encuadernados con la vibración de los encarnados. 

Frente a la estación se alzó, mediando el siglo XIX, el Museo de Antropología, nacido de una colección privada de objetos de antropología física, mitad prodigiosos y mitad pedagógicos, que daría acogida a una Escuela Libre de Medicina y al Laboratorio de Cajal, tres espacios que abren el camino hacia el positivismo, la especialización y la socialización del conocimiento. Siglo y medio después, ha logrado reinventarse, lejos de su original vocación profesional, para entregarse a la noble tarea de dinamitar la cultura si es que alguien la quiere declinar en singular o, en otras palabras, de argumentar que no hay culturas superiores, depuradas o nacionales. 

Una deriva que quizás no sea tan reciente como creemos, pues ni siquiera los primeros museos se consagraron al culto de lo excepcional. Aquellas primeras fundaciones se orientaron hacia la historia natural, botánica y tecnología, espacios que no fueron diseñados para mostrar piezas excepcionales, sino ordinarias: las plantas, las piritas, las osamentas, los usos textiles o los arados, como las mariposas, peces o semillas llegaban allí por su calidad de objetos comunes. 

De hecho todos los museos que surgieron en el mundo por entonces contenían los mismos especímenes, unos quizás serían más bonitos que otros, pero todos eran producciones corrientes, todos daban cuenta del nuevo orden natural creado por la ciencia, ninguno llegaba a los anaqueles por su condición exquisita, extraordinaria o única. Todos eran vulgares, replicables, numerosos y, cuando eran humanos, se mostraban como anónimos, colectivos y seculares. Los arados, los bordados o los aretes no tenían autor, aunque fueran fruto del trabajo, el tanteo y los cuidados. 

Este argumento nos ayuda a visitar de nuevo el paisaje que constituye los Prados, pues aunque sea un lugar tan orgullosamente encuadrado por nobles edificios (el Banco de España, el Palacio de las Comunicaciones, el Ministerio el Ejército y la Bolsa) y paseos sombreados, lo cierto es que nunca fue un espacio reservado a las élites, sino más bien roto e invadido. 

Los Prados son expresión de un paisaje okupa, es decir sin afueras, sin jefes y sin canon. Un espacio abierto, horizontal y común. Mirar los Prados desde los imaginarios okupas es abrirse a la posibilidad de vivirlo como un espacio alternativo que se autoconstruye cada día por el paso de las multitudes que lo recorren. 

En los Prados nació una idea de cómo lo moderno afecta a lo abierto, lo lúdico y lo común que sigue vigente y que necesitamos hacer visible

Reclamar esta vibración se hace urgente ahora que la turistificación se nos presenta como una amenaza que puede desintegrar lo que de local hay en lo urbano. Y quien quiera que haya viajado por Latinoamérica habrá reconocido como propio ese bullir continuo y alegre que compartimos con los mexicanos, bonaerenses, limeños, paulistas o bogotanos, por solo citar las grandes urbes de este Gran Sur al que también pertenecemos y que el paisaje de los Prados nos recuerdan de varias maneras: la Casa de América y el Jardín Botánico nacieron para recordarnos que la historia de Madrid, como la de España, no pueden entenderse sin las fuertes conexiones que entrelazan nuestras floras, nuestras músicas y nuestros callejeos. 

Madrid es más grande, más hermosa y más conflictiva que sus Prados. Nadie quiere que la ciudad se confunda con la parte que más aman los turistas, los cronistas y los carteristas. Un proyecto así se arrastraría moribundo. Pero amar los Prados, menos por sus arquitecturas que por sus culturas, es un ejercicio necesario que nos prepara para amar los otros espacios sin monumentos, sin registros y sin colas. 

Ahora queremos patrimonializar lo impuro y lo común para avanzar juntos, para que nadie se quede atrás, para reinventarnos anónimos, dichosos y ordinarios. Si somos capaces de hacerlo una vez, podremos replicarlo cuando queramos, y lo mejor es comenzar por lo fácil: descubrir en los Prados su potencial regenerador. En los Prados nació una idea de cómo lo moderno afecta a lo abierto, lo lúdico y lo común que sigue vigente y que necesitamos hacer visible. ¿Para qué si no querríamos crear nuevos patrimonios?

Defender la condición impura y común de los Prados implica aceptar que el tiempo ha querido esculpir un espacio donde pueden mezclarse muchas cosas tan heterogéneas como contradictorias y necesarias. Pero no basta con reclamar la diferencia como un activo para nuestro mundo, también importa conocer el cómo pudo...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Antonio Lafuente

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí