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Es 18 de mayo de 2014 y una mole humana roja y blanca abarrota los alrededores de la fuente madrileña de Neptuno. Todos se callan cuando Diego Pablo Simeone agarra el micrófono desde las alturas y –con mirada clara y acuosa y una voz rota por la celebración pero con el tono firme del experto orador– se dirige a ellos: “Solo les voy a decir una cosa: no es solamente una Liga, muchachos; no es solamente una Liga, mujeres. Es algo mucho más importante lo que estos chicos le transmiten a todos ustedes: que si se cree y se trabaja, se puede, así que arriba todos”.
Desde entonces, esa frase es uno de los aforismos de cabecera del cholismo y posiblemente haya sido utilizada infinidad de veces en reuniones empresariales, cenas familiares y hasta en los estertores de alguna relación sentimental aparentemente imposible de salvar. La frase aparece –por supuesto– varias veces y en diferentes versiones en la serie documental Simeone: Vivir partido a partido, de Amazon Prime.
A pesar de contener ineludibles elementos hagiográficos, es un documental bien armado, con testimonios muy valiosos –y difíciles de conseguir– y varios momentos de extrema –y no afectada– emotividad. Creo que ninguno de los seis capítulos está exento de las lágrimas del Cholo o de alguien de su entorno. Además, el extenso recorrido que se hace por su carrera nos permite recordar con una sonrisa, por ejemplo, el equipo de bandoleros (José Miguel Prieto dixit) que era aquel Sevilla de Bilardo, Maradona y Simeone.
Me coincidió en el tiempo el visionado del documental con la bárbara victoria de Rafa Nadal en Australia. Una plataforma de televisión invitaba al espectador a volver a disfrutar de su partido ante Medvedev con un reclamo singular: “Revive la masterclass sobre nunca rendirse”. Me puse entonces en el lugar de ese espectador, un aficionado cualquiera al deporte, una persona normal y corriente, que recibe de golpe todos estos mensajes hipermotivacionales y a la vez cargados de implícita exigencia. Y me sentí agobiado. No hay lugar para las personas, solo caben los héroes en esta sociedad en la que es obligatorio pelear con todas tus fuerzas para lograr los objetivos más altos, más irreales, más imposibles. El triunfo únicamente depende de ti, de tu trabajo y si por algún casual viene una derrota, debes levantarte raudo, calzarte de nuevo los guantes y ponerte a repartir mamporros de nuevo. Así cada vez. Si no, no vales para este juego.
Resulta realmente difícil sustraer la épica del deporte. De hecho, es uno de sus mayores encantos. Pero si tratamos de extrapolar todo lo que ocurre en el deporte en términos absolutos a nuestra realidad, corremos el serio riesgo de escudriñar nuestras vidas y hundirnos absolutamente en la miseria. Si de verdad pensamos que llegar hasta la cumbre más elevada depende exclusivamente de nuestro esfuerzo y nuestra fe, entonces nos sentiremos culpables cuando no logremos alcanzarla. Y una voz ajena y perversa nos dirá: “Eh tú, fracasado, eres el único responsable de no ser alguien en la vida; deja de llorar, sal ahí fuera y cómete el jodido mundo”.
Es algo parecido a utilizar el lenguaje bélico cuando hablamos de una enfermedad: “Fulanito ha peleado como un jabato y ha vencido al cáncer”. Y entonces todos los demás que hicieron el camino inverso hasta el cementerio, ¿qué son, unos cobardes que no tuvieron huevos para plantar cara a la enfermedad?
No, creo que todos sabemos que la vida no es exactamente así. Que si se cree y se trabaja, a veces las cosas no salen. Y que si se cree y se trabaja el doble, a veces las cosas siguen sin salir. El mundo es a menudo un lugar azaroso y hostil y cualquier golpe mal dado nos puede derribar. Y a lo mejor tardamos días, semanas o meses en levantarnos, habrá incluso quien nunca lo haga.
No pretendo restar ni un gramo de mérito a las gestas deportivas de Nadal, Simeone o cualquier otro; tampoco quiero condenar los paralelismos entre vida y deporte (quienes me siguen saben que los utilizo en casi todas mis columnas). El deporte transmite valores muy positivos para aplicar en la vida y muchos atletas son modelos que pueden servir de inspiración. Pero hasta un punto. Como ocurre con las obras de ficción, conviene tomar cierta distancia ante esos superhéroes que vemos en la televisión, porque de lo contrario construiremos un planeta cargado de frustración e infelicidad.
Al final, en la vida, cada uno hace lo que puede. Las cosas casi nunca son como las habíamos imaginado y aun así, seguimos aquí, tirando. Tal vez ese nuestro particular trofeo, uno más valioso que la mismísima Champions.
P.D: ¿Soy yo o realmente el documental de Simeone desprendía cierto aroma a despedida?
Es 18 de mayo de 2014 y una mole humana roja y blanca abarrota los alrededores de la fuente madrileña de Neptuno. Todos se callan cuando Diego Pablo Simeone agarra el micrófono desde las alturas y –con mirada clara y acuosa y una voz rota por la celebración pero con el tono firme del experto orador– se dirige a...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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