SEMILLAS DE OKRO
Chanel, Nina Simone y zombis
Muchos cánticos caben en la canción de Chanel. Tantos como los deseos de hacernos invisibles cuando bailamos con ganas y alegría, sin sentir temor ni vergüenza de los ojos que nos juzgan
L. Elisa Cebrián Sale 17/02/2022
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El desprecio vertido hacia Chanel Terrero, la cantante que representará a España en Eurovisión, no es nuevo, ni sorprendente. Es lo que ocurre cuando una mujer racializada accede a un puesto de poder y alta visibilidad. Es el sentir habitual de tantas otras mujeres no blancas que, en su quehacer diario, son cuestionadas por existir en el hueco que nos permite el capitalismo extractivista.
Decía el personaje de Ruby Baptiste, en boca de la actriz negra de piel oscura Wunmi Mosaku, que “la nuestra es una carrera de ratas a la línea de meta y el ganador se lo lleva todo”, refiriéndose a que su piel siempre era una barrera para acceder a espacios de poder a pesar de sus méritos, pero si conseguía llegar era en favor de un cupo sin intención de ofrecer verdadera reparación a la opresión racista. Y es que, la autopercepción –y la percepción que sobre nosotras hace el sistema– de nuestra carne como capital de valor para otres, pero nunca para nosotras mismas, conduce a una necesidad inconsciente de odiar nuestra corporalidad y expresividad negras. Engendra, además, su transmisión intergeneracional a las niñas negras y marrones, que debemos cuidarnos de jugar todas las bazas a nuestro alcance para progresar. Porque sabemos que ser negra o marrón en esta estructura significa no tener seguridad económica, ni salud, ni amor, ni confianza en una misma. Saberte negra también significa soledad.
Sabemos que ser negra o marrón en esta estructura significa no tener seguridad económica, ni salud, ni amor, ni confianza en una misma
Chanel Terrero fue la única que mencionó la palabra ra-cis-mo en un programa de dos horas de duración que exploraba los distintos aspectos de los discursos de odio a raíz de las polémicas del Benidorm Fest. El espacio ofrecido por Javier Ruiz ni siquiera nombró el machismo, ni la xenofobia ni mucho menos la misogynoir –esa peculiar potenciación de sinergias violentas sobre las mujeres negras y marrones enraizada en el colonialismo– que había recibido la artista ganadora. Para Javier Ruiz y, por extensión, RTVE, invertir en la formación necesaria para señalar la violencia que discurre paralelamente al festival de Eurovisión no es una prioridad. Tampoco hay un deseo por parte de la sociedad de analizar las dinámicas que han permitido que el derecho de pataleta de personas blancas haya tenido como objetivo no el propio sistema, sino una mujer latina: su cuerpo, su mente, su trabajo y también su dinero están actualmente en peligro, cada vez que en nuestras conversaciones comentamos “lo de Chanel”, “lo del Benidorm Fest” o queremos quitarle importancia al asunto con alguna muletilla hiriente del tipo “a lo Chanel”.
Aquí quisiera recalcar la reactivación de esa violencia cada vez que usamos el humor como escudo deshumanizante. Así, desligándose de las estructuras que perpetúan el desprecio hacia las personas racializadas dentro del marco de ignorancia blanca que niega el RACISMO como vigente, el programa Las Claves del Siglo XXI desdibujó estratégicamente el foco hacia Chanel, limitando la violencia recibida a haters que, de forma individual, insultan y amenazan por redes sociales aprovechando el anonimato, una situación que también confesaron haber sufrido otros invitados finalistas de Benidorm Fest.
Es lo que venimos denunciando las mujeres negras y marrones, porque nuestras heridas siempre se hacen valer menos ante los altavoces que manejan las mujeres blancas
Algunas mujeres blancas (Ellas vs Nosotras), imbuidas de un espectacular empuje en estas situaciones de indignación masiva –mientras las personas racializadas continuamos conteniendo sus lágrimas, reflexionando y andando con pies de plomo no sea que nos quejemos demasiado deprisa o demasiadas veces–, han ido cambiando el foco de su discurso según pasaban los días, hasta reducir el enojo a la letra de la canción y su estética, como si fuera algo que pudiera extirparse de la cantante que la interpreta, y como si pudiéramos eliminar de un manotazo los comentarios racistas porque Ellas estaban hablando de algo más elevado: un cuadro-símbolo de “todo lo grande” que tiene Europa… Una teta que simboliza “todo lo grande” de ser mujer y madre… Cuando no, debíamos salvar Eurovisión de sí misma y su hipocresía antes que defender a una mujer latina de la violencia que ha estado recibiendo desde que levantó el trofeo del Benidorm Fest. Es discutible la subversión del sistema en los espacios del sistema, pero jerarquizar luchas es violencia colonial en tanto en cuanto se categoriza el sufrimiento de una persona oprimida por situaciones que otra no padece como materia secundaria, y se sentencia que su causa debe esperar. Es lo que venimos denunciando las mujeres negras y marrones, porque nuestras heridas siempre se hacen valer menos ante los altavoces que manejan las mujeres blancas y desde donde piden la sororidad que al mismo tiempo quebrantan. Pero se abre una interesante grieta, ¿por qué Nosotras no podemos reclamar otras referencias culturales y Ellas sí? ¿Por qué se Nos ha definido estas semanas como solo una canción, cuando está intrincada en tantas otras historias de la Música?
Nina Simone, en su emblemática denuncia Mississippi Goddam, hablaba de este sentimiento de agotamiento generacional, de presenciar el ninguneo y la muerte selectiva de pieles oscuras, y la persecución de las voces que deciden elevarse sobre el aislamiento sistémico al que nos aboca el racismo, legislando entonces los espacios donde les cuerpes negres y su aspecto eran aceptables. Mientras en el corte original la audiencia se ríe de fondo, Simone advierte que ya no va a esperar más a la gente que continúa excusándose en que las cosas “van despacio”.
Es interesante esta relación entre el entretenimiento y la política… ¿o acaso son la misma cosa? Nuestra corporalidad sigue siendo vigilada, violentada y comercializada, sin que sea necesario prestar mayor atención que unos segundos de nuestro feed en redes sociales, o pagar/reparar por su uso y disfrute. Bailamos con Mufasa, imitamos a Masaka Kids Africana, usamos las coreografías de Beyoncé, se personifica con betún a Baltasar, guardamos en favoritos memes o stickers de personas negres con gestos exagerados o actitudes negativas estereotipadas, recordamos el anuncio de “What’s up?” o el autotune de “Ain’t nobody got time for that”, nos reímos con Khaby. También enviamos la foto del negro mandingo a grupos de chat del trabajo. Hemos olvidado que el humor ha servido de instrumento de deshumanización y herramienta para el odio de existencias no normativas. La libertad de expresión y de entretenimiento discurre paralela con las nuevas tecnologías, mientras eses cuerpes sigan silenciades, zombis, y encima de nuestras voces haya una voz en off, así como un playback sobre el que la blanquitud escribe.
Estamos hartas de que nos digan qué es y qué no es racismo, de que nos aleccionen de vuelta en vez de escucharnos
Estamos hartas de que nos digan qué es y qué no es racismo, de que nos aleccionen de vuelta en vez de escucharnos. Que llamen a nuestro trauma racial “experiencia trágica aislada”, que nos traten de simuladoras cuando estamos padeciendo dolor, que se nos diagnostique de trastornos mentales en vez de identificar la herida de la supremacía blanca. Que no tengamos margen de error cuando nos invitan/acorralan en espacios exigiendo educación camuflada en coloquios o Ellas convierten nuestros sentires en luz de gas: eso mismo que denunciamos que hacen los hombres constantemente cuando las mujeres nos quejamos, buscamos empatía y queremos construir una conversación. Le cantante Luanda en el tema Holi lo pide así, en un grito: “¡Mata tu privilegio!”
Todo esto está pasando cada vez que decidimos nombrar a Chanel y escuchamos SloMo “siempre voy primera/nunca secondary”, “ponte salvaje na na na”. Las mujeres negras y marrones en esta lucha, las que cantaron antes, también las de ahora: las moras y gitanas, las indígenas, las racializadas disidentes, las migrantes, las trans, las discas, las gordas, las trabajadoras sexuales, las neurodivergentes; que somos conscientes del odio y el miedo que despiertan nuestras pieles, de nuestra permanente vigilancia, hemos hablado en el lenguaje ininteligible de los zombies y nos hemos quedado en esa canción, de alguna manera. Mientras el sistema nos cree silenciadas, escaparemos hacia formas de gozo, de celebración trabajando con Nuestra corporalidad. Conectaremos con Nuestres Ancestres, acompañadas de cantos como los de The Sey Sisters, We Got Your Back, descansaremos en esas balsas de cuidado el tiempo necesario, así nos llamen vagas, exageradas o ruidosas, siendo aquellas miradas ajenas incapaces de entender que Nuestra decisión es romper la linealidad del tiempo y reconstruir nuestro imaginario, proyectarlo o reexperimentarlo. Muchos cánticos caben en la canción de Chanel. Tantos como los deseos de hacernos invisibles cuando bailamos con ganas y alegría, sin sentir temor ni vergüenza de los ojos que nos juzgan.
El desprecio vertido hacia Chanel Terrero, la cantante que representará a España en Eurovisión, no es nuevo, ni sorprendente. Es lo que ocurre cuando una mujer racializada accede a un puesto de poder y alta...
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L. Elisa Cebrián Sale
Licenciada en Medicina por la Universidad de Valladolid. Especializada en Medicina Intensiva. Activista afrofeminista, disidente sexual. Colaboradora en radio y medios digitales sobre música, cine y literatura.
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