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Boris Johnson: ni vivo, ni muerto
La sospechosa intervención de Scotland Yard permite al primer ministro seguir en Downing Street… de momento
Walter Oppenheimer Londres , 4/02/2022
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Si no fuera por Scotland Yard, es posible que Boris Johnson estuviera ahora mismo dimitido o buscando frenéticamente apoyos para impedir que el grupo parlamentario del Partido Conservador votara a favor de su cese. La muy sospechosa decisión de la Policía Metropolitana de abrir una investigación sobre las fiestas en Downing Street, tan solo horas antes de que la alta funcionaria Sue Gray hiciera público su informe sobre esas fiestas, celebradas cuando el país estaba en cuarentena por la covid y las reuniones que no fueran de trabajo estaban prohibidas, le ha dado al incombustible Boris espacio suficiente para aminorar el ardor que hay contra él en las filas conservadoras. El hecho de que la publicación del informe se aplazara varios días rebajó la tensión. Y, sobre todo, el factor clave de que Gray no ha podido publicar el informe en sí mismo para no prejuzgar la investigación policial y se ha tenido que conformar con una síntesis de 12 páginas sin nombres ni apellidos, ha dado a los tibios un argumento decisivo para aplazar cualquier decisión sobre el futuro del primer ministro.
Aunque torpe como gestor, es un formidable propagandista de sí mismo, ha resucitado ya varias veces y en estos tiempos de populismo global nada es imposible
Eso significa que Boris no está muerto. Pero, ¿está vivo? Tampoco. Boris no está ni vivo ni muerto. Está disfrutando de un periodo de carencia en el que sus pecados no son todavía juzgados y que le da la oportunidad de relanzarse políticamente. Es muy difícil que lo consiga, pero no es imposible. No es imposible porque, aunque torpe como gestor, es un formidable propagandista de sí mismo, ha resucitado ya varias veces y en estos tiempos de populismo global nada es imposible. A fin de cuentas, Donald Trump consiguió ser presidente de Estados Unidos y él mismo logró ser elegido líder del Partido Conservador británico y obtener una amplia mayoría absoluta en las elecciones generales de 2019. Tiene por delante un tiempo indeterminado: el que tarde Scotland Yard en hacer público su informe. Con una cita delicada, probablemente antes o quizás inmediatamente después: las elecciones municipales del 5 de mayo.
Las municipales no tienen en el Reino Unido la importancia política que tienen en España, entre otras cosas porque se celebran cada año y solo se renueva una cuarta parte de los ayuntamientos del país. Y suelen ser malas para el partido en el Gobierno. Pero en esta ocasión se pueden convertir en un buen termómetro sobre las posibilidades de supervivencia de Johnson. ¿Por qué? Porque los diputados conservadores no están calibrando si es decente mantener en Downing Street a un embustero que ha sido pillado con las manos en la masa. Lo que están calibrando es si Boris es el candidato adecuado para que cada uno de ellos pueda mantener su escaño en las generales de 2024 (o 2025) o hay otro mejor. Y una debacle electoral en mayo haría crecer el pánico entre quienes temen que Johnson está amortizado como cartel electoral. Sobre todo entre los diputados conservadores del llamado muro rojo, un buen número de circunscripciones que suelen votar laborista pero que en las últimas elecciones eligieron candidatos conservadores por un estrecho margen. En las circunstancias actuales, es probable que muchos de esos votantes decidieran volver al redil laborista.
A favor del primer ministro juega un factor: si los diputados conservadores deciden convocar un voto de censura (necesitan para ello que lo pida más del 15% del grupo parlamentario, o sea, 54 diputados) pero Johnson gana la votación, no puede ser sometido a una nueva censura en el grupo parlamentario tory hasta dentro de un año. Por eso no se ha convocado todavía: porque aún no están las cosas maduras, ni hay una mayoría clara en contra de Johnson porque todavía no está claro que no sea el mejor candidato tory en unas elecciones generales. Y porque no hay un frente opositor, sino una mezcla de descontentos de muy distinto cariz, incapaces de ponerse de acuerdo.
En contra de Boris, sin embargo, juegan factores de enorme calado. Por un lado, las cosas son ahora muy distintas a 2019, cuando consiguió una mayoría absoluta de 80 diputados. Entonces tenía un objetivo muy claro: conseguir cerrar las negociaciones con la Unión Europea para consumar definitivamente el Brexit. Y el Partido Laborista estaba liderado por Jeremy Corbyn, un político demasiado escorado a la izquierda como para atraer a los votantes moderados, incluso a quienes detestaban a Johnson y el Brexit, y que ni siquiera jugaba la carta anti-Brexit porque nunca se fió de la UE, un movimiento demasiado mercantilista para su gusto. Ahora Johnson no tiene un objetivo claro como primer ministro, más allá del de seguir siéndolo, y los laboristas tienen un líder mucho más moderado, Keir Starmer, que sí es capaz de atraer a un sector del electorado que hoy sería incapaz de votar a un personaje como Boris. Hay otros factores que facilitan la alternancia electoral: el Brexit, el compromiso tory de recortar las distancias entre el sur rico y el norte pobre de Inglaterra (el llamado levelling up) y el gasto público generado por la covid han convertido al Partido Conservador en un partido de impuestos altos, y se equipara así al Partido Laborista. “¿Si Boris no me gusta y los tories me van a subir los impuestos, por qué no voy a votar laborista?”, se pueden preguntar muchos votantes. Esta vez hay mucho voto flotante y hasta los Liberales Demócratas, que ya casi han purgado el pecado de su Gobierno de coalición con Cameron, le pueden robar votos a los conservadores.
Pero, sobre todo, lo que de verdad ha cambiado para Boris Johnson es que ahora no solo la burbuja de Westminster y los ciudadanos más politizados le ven como un embustero y un tramposo: ahora es el conjunto de la población quien piensa así. Y los que se resisten a verle a él personalmente como farsante, saben que no ha tenido la autoridad moral y la capacidad de liderazgo para impedir que Downing Street se convirtiera en un after hours clandestino durante la pandemia. La funcionaria Gray denuncia en su escueto informe errores de liderazgo y juicio y cita hasta 16 festejos sospechosos de los que 12 están siendo investigados por Scotland Yard. Hay hasta 300 fotografías de esas fiestas, en algunas de las cuales aparece Johnson, del que se sabe que ha asistido al menos a cuatro que se están investigando.
Los conservadores no están calibrando si es decente mantener en Downing Street a un embustero. Están calibrando si Boris es el adecuado para que ellos mantengan su escaño
Su instinto batallador parece que esta vez no solo no va a ser suficiente, sino que, incluso, puede ser pernicioso para él. La rapidez con la que pasó de la contrición al ataque en el debate parlamentario sobre el escueto informe inicial de Sue Gray ha sido muy mal recibida en su propio grupo parlamentario. La gente que ha perdido seres queridos durante la pandemia sin poder despedirse de ellos querían ver a un primer ministro genuinamente arrepentido, no a un político bravucón presumiendo del Brexit y de que el Reino Unido ha sido el campeón mundial en el despliegue de la vacuna (obviando los tremendos errores y las decisiones de oportunismo político que ha convertido al país en uno de los que tiene tasas de mortalidad más altas por covid en Europa Occidental), y proclamando que basta con hacer borrón y cuenta nueva, reformar las estructuras de Downing Street y trabajar en los asuntos “que verdaderamente preocupan a los electores”, como dice él: la crisis de Ucrania o el traído y llevado levelling up. Al día siguiente se fue de visita a Kiev y dos días después presentó las propuestas del Gobierno para que el norte se acerque económicamente al sur.
Boris Johnson tiene una intensa tarea propagandista por delante para intentar sobrevivir. Pero, tarde o temprano, Scotland Yard tendrá que hacer públicas sus investigaciones y las posibilidades de que el primer ministro sea multado por asistir a fiestas en Downing Street (o sea, por incumplir la ley) son enormes. Si con eso no basta para que pase a mejor vida, vendrá inmediatamente después el informe íntegro de Sue Gray. Cientos de páginas de dinamita política, se dice en Westminster. En una prueba final de sus verdaderas intenciones, Johnson se negó inicialmente a publicar ese informe e incluso a revelar en su momento si ha sido o no multado. Ha tenido que dar marcha atrás en los dos aspectos. Esta vez, lo tiene muy difícil para escapar a la realidad.
Si no fuera por Scotland Yard, es posible que Boris Johnson estuviera ahora mismo dimitido o buscando frenéticamente apoyos para impedir que el grupo parlamentario del Partido Conservador votara a favor de su cese. La muy sospechosa decisión de la Policía Metropolitana de abrir una investigación sobre...
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