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Coherencia, compromiso y autenticidad son los tres pilares que caracterizan la producción literaria de Carmen Martín Gaite. Son numerosos los artículos, reseñas, y volúmenes que repasan su obra, y cursos monográficos dedicados a tratar de descifrar y reconstruir el relato unitario que conforma su literatura. Con todo, aún hoy es preciso señalar los múltiples condicionamientos a los que la visión global de la autora se ha visto sometida por parte del público lector y por la crítica. Desde su primera novela corta, El balneario (1954), ganadora del premio Café Gijón, apreciamos un panorama crítico simplista, en el que prevalecen otro tipo de valores ajenos a la escritura. Tal es el caso del apunte biográfico eterno acerca de su matrimonio con Sánchez Ferlosio, el que sería el autor de El Jarama (1956), que, lejos de tratarse de una nota a pie de página, pasó a constituirse como un dato reiterado tanto dentro de la literatura como fuera de ella.
En la configuración del espacio público, el matrimonio se convirtió en un instrumento que regulaba la interacción entre los hombres y las mujeres. La idea de feminidad defendida por la primera línea de Sección Femenina experimentó, al hilo del propio régimen político, un cambio significativo durante los años cincuenta; especialmente, tras la aprobación del Plan de Estabilización de 1959. La conciencia férrea del sacrificio como última verdad en la vida de las mujeres, junto a la presencia perpetua del tridente indisoluble formado por la familia, la religión y el Estado, confinaron a la mujer, durante la primera etapa del franquismo. La concepción política de sus cuerpos permitió hacer de los mismos un centro de producción de dinámicas culturales y sociales, fosilizadas en un imaginario común. Sin embargo, observamos a lo largo de toda la década una alteración notable en numerosos patrones culturales. El pretexto original que hizo posible la aparición de la Sección Femenina de Falange Española (servir como apoyo a sus homónimos masculinos en tareas de cooperación, educación, propaganda y atención médica) evolucionó, en una segunda etapa. Al compás de una voluntad aperturista, surgió una “desfascistización de decorados” que puso sobre la mesa nuevos retos para el régimen. La asignación del valor que pasó a tener la “familia” en la sociedad corrió a cargo de la Sección Femenina que promocionó el papel accesorio de la mujer. En clara consonancia con el rol de “complemento” del hombre en su vida laboral y personal, sin olvidar la limitación a la que se sometía el conjunto de sus funciones.
La anatomía de este particular cuadro de costumbres arroja cierta luz sobre quién decide ahora acercarse a las noticias y a los titulares de prensa de mediados de los años cincuenta. En concreto, resulta sumamente interesante el relato que se traza sobre la figura de Carmen Martín Gaite en distintas publicaciones, a la concesión del Premio Eugenio Nadal a Rafael Sánchez Ferlosio por El Jarama. El papel de “esposa” predominaba sobre cualquier otro tipo de valor personal o profesional en todas las publicaciones. Así, leemos el titular de una noticia publicada en La Vanguardia Española el día 8 de enero de 1955, a la concesión del Nadal: «Anoche llegó don Rafael Sánchez Ferlosio ganador del “Premio Nadal 1955”. Manifestaciones del joven escritor. Le acompaña su señora». Si continuamos leyendo, advertimos la confirmación de la jerarquía informativa, configurando la personalidad pública de Martín Gaite: “acompañado [Sánchez Ferlosio] de su esposa la joven escritora Carmen Martín Gaite”, así como una declaración de la misma, en un tono artificial y lacónico, al conocer la resolución del jurado: “Yo –interviene la señora– no he reaccionado todavía. Sigo aturdida, me parece todo imposible, incluso a estas horas, cuando todo está tan oscuro y no es ninguna fábula”. Tal y como comprobaremos en otras dos publicaciones más en torno al mismo suceso, el texto se hará eco del “imperativo biológico” que caracterizaba a las mujeres: “Finalmente, Carmen Martín Gaite explica que tiene empezada una novela hace tiempo. Interrumpió su labor al sobrevenir la muerte de su primer hijo, de seis meses, el último año. Este año empieza bien para nosotros –agrega–. Y en marzo venidero, por las últimas fechas, esperamos otro bebé. En octubre reanudé mis actividades literarias”. El mismo día, otro medio, Imperio, el diario de F.E.T y de las J.O.N.S, también recogía la entrega del galardón, si bien encontramos un tono menos afectado en sus palabras: “Yo –declaró su esposa– todavía no he reaccionado. Sigo aturdida como esta mañana al leer el periódico”. El texto vuelve a cerrarse en torno a la interrelación entre la actividad creativa de la autora con su maternidad: “Su esposa, la escritora Carmen Martín Gaite, dijo que en octubre pasado ha reanudado sus actividades literarias tras la muerte de su primer hijo, de seis meses de edad”. La última de las publicaciones que destacamos, la revista Destino (Año XX, 962), publica una crónica en detalle de la cena celebrada con ocasión del Premio en los salones del Hotel Oriente en Barcelona, el día 14 de enero de 1956. En una sección dedicada al “entrevistado”: “compareció [Sánchez Ferlosio] inesperadamente en Barcelona, con su joven esposa y también escritora, Carmen Martín Gaite, cuya presencia ha permitido asomarnos a la intimidad del triunfador”; continúa: “Los vimos de nuevo, al día siguiente de su llegada, y a la natural pregunta de cómo les iba la estancia entre nosotros, la señora de Sánchez Ferlosio respondió “¡Abrumada! Estamos tan habituados a que no nos hagan caso”.
Bajo el convencimiento firme del papel secundario que debía desempeñar y ocupar la mujer en sociedad, su incorporación al mundo laboral se contempló como una consecuencia de una serie de acontecimientos de fuerza mayor. El aparente estatismo en el que se sumía la masculinidad durante el franquismo frente a la ductilidad que adquiría el cuerpo político de las mujeres experimentó, a la llegada de la sociedad de consumo, una redefinición de aquellos planteamientos inamovibles del entramado social. El régimen avaló un sistema en el que los requerimientos que precisaba la permanencia de un canon determinado de masculinidad necesitaban, a su vez, de un receptáculo que recibiese las patologías, y se encargase de mantener la cohesión ante la amenaza de desmembración continua del aparato político del estado. Los aciertos y las conquistas periódicas en materia social y económica se proyectaban sobre la figura de los hombres, con el fin de representar estos la salud visible, a nivel interno y externo, del régimen. La distinción entre los géneros, y su consecuente redefinición, poseía su contrapartida en la diferenciación entre lo público y lo privado. Mientras que en sociedad no se cuestionaban los diversos contextos de aparición de la imagen masculina ni las actitudes, en un momento dado, que se pudiesen considerar como auténticas boutades, las ocupaciones de las mujeres, en cambio, se encontraban sometidas a un estricto control, reducidas al espectro de lo privado, espacio sobre el que se podía llevar a cabo cierto seguimiento.
Lo cotidiano adquirió un profundo simbolismo en el ideario y estructura de la Sección Femenina. La transformación de la “intimidad” en “privacidad”, por parte de la Sección, entendida en términos de “sustitución”, fue sin duda uno de los motores de su plan ideológico y propagandístico. Se dejó a un lado el devenir libre de la conciencia femenina para abrazar una ilusión de arquitectura interior completamente dirigida: el espacio de la casa se concibió como la imagen especular que debían percibir las mujeres como su identidad. Esta institución, desde sus comienzos, también advirtió lo innecesario de equiparar o adaptar sus competencias y poderes al modelo masculino. El nicho que creaba lo cotidiano supuso el descubrimiento de una esfera de poder y, con ella, la apertura hacia un ámbito en el que fuese posible vertebrar una autoridad propia. ¿Cómo otorgar el poder teórico que entraña lo doméstico a alguien que, sin tener conocimiento de sí, se pretende que posea conciencia del espacio que habita?
Las menciones en prensa en relación al premio de novela corta Café Gijón 1954 de Carmen Martín Gaite con El balneario son el fiel reflejo de la óptica comentada, fuertemente atravesada por las dinámicas que impone el espacio de transición entre lo público y lo privado, la supresión de la intimidad y la designación de roles. Estas interfieren de modo decisivo en la construcción de la agencialidad de Carmen Martín Gaite como autora. Dicho galardón no aparece mencionado en las notas de prensa acerca de Rafael Sánchez Ferlosio, pese a que sí se destacase su labor como escritora. La retórica de alabanza y exaltación hacia El Jarama oculta el “pequeño” éxito de Martín Gaite, relegándola a un discreto papel secundario, como si la escritura fuese una afición, una actividad de ocio desarrollada en el espacio del hogar, incluida en las dedicaciones o profesiones aprobadas por Sección Femenina. La información relativa a la concesión del premio en prensa se caracteriza por su brevedad y parquedad, y comparte, además, la estructura discursiva de las noticias que encontrábamos del Nadal 1955 a Ferlosio. Tras el titular “El premio de novela “Café Gijón”, discernido a una dama”, y una descripción sucinta en torno a los detalles que rodean la decisión del jurado, el remate final del texto perpetúa la poética habitual: “La ganadora del premio, Carmen Martín Gaite, está casada con Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de don Rafael Sánchez Mazas. Contrajeron matrimonio hace un año y acaban de tener un hijo”. La decisión de ser escritora [para Carmen Martín Gaite] fue empañada por la angustia de ser una mujer durante la posguerra española, que dijese Joan Lipman Brown, y buena prueba de ello es la discusión organizada en torno a la confusión que se desató al revelar que la ganadora del Premio Nadal 1957 no era “Sofía Veloso”, sobrenombre que remitía al nombre de la abuela materna de la autora, sino a Carmen Martín Gaite, quien, como apunta el profesor José Teruel, “a la hora de esconder sus dos apellidos tras un seudónimo para no ser relacionada con el ganador de dos años antes, su entonces marido Rafael Sánchez Ferlosio, no dudó en elegir el nombre de su abuela”. De lo que parecía huir nuestra autora era del hilo que solía acompañar a su nombre: “La ganadora del Premio “Nadal” acudió a él con el seudónimo de Sofía Veloso. Se llama, en realidad, Carmen Martín Gaite, esposa de Rafael Sánchez Ferlosio, ganador del Nadal 1955 con El Jarama”.
Las noticias breves perfiladas en los diarios a propósito de la concesión del premio se transformaron en amplios reportajes sobre la autora que compartían el mismo encabezamiento con el que solían arrancar la totalidad de las notas a propósito de Martín Gaite. Esta necesidad por parte de la prensa de presentar ante el público lector una geografía vital, y raras veces profesional de la autora, parecía hallar consuelo en aquello de José-Carlos Mainer: “Dicen que alguien dijo que los premios literarios no descubren autores sino lectores”. El mismo día de la publicación citada, encontramos otra crónica, esta vez, en La Vanguardia española, en la que el empleo de un seudónimo por parte de la autora se convierte en un auténtico quebradero de cabeza para el redactor desde el mismo subtítulo de la noticia: “‘Entre visillos’ XIV Premio Eugenio Nadal. Su autora es doña Sofía Veloso, de Madrid”. Este supuesto se hace extensivo al cuerpo de la noticia hasta en dos ocasiones: “Al filo de la una de la madrugada, las votaciones llegaron a su fin, y quedó proclamado el premio Eugenio Nadal 1957: fue, otra vez, una mujer, una madrileña, Sofía Veloso, esposa de Rafael Sánchez Ferlosio, que ganó el “Nadal” de 1955 con El Jarama. Un caso probablemente sin precedentes de marido y mujer que se adjudican sucesivamente el premio más prestigioso de las letras españolas”, y “Los comentarios sobre la personalidad de la triunfadora, esposa de Rafael Sánchez Ferlosio, fueron tema dominante de todas las conversaciones”. El prurito de Carmen Martín Gaite por darse a conocer al jurado del premio mediante otro nombre, tratando de esquivar la personalidad pública asfixiante quedó absolutamente inarticulado: “Pero la auténtica personalidad de Sofía Veloso fue descubierta inmediatamente, por teléfono. Es Carmen Martín Gaite, esposa de Rafael Sánchez Ferlosio, ganador del Premio Nadal 1955, con El Jarama”. Este fragmento –ubicado en la misma página, en una sección complementaria a la noticia titulada “Mano a mano”– forma parte de un supuesto diálogo telefónico entre la ganadora del Nadal y un entrevistador, Del Arco. No nos es ajeno el tono secante y de telegrama que adquiere la conversación, así como lo extraño de las distintas respuestas a una retahíla de preguntas, que no aportan datos significativos en relación a la naturaleza o composición de Entre visillos: “–¿Soltera, casada o viuda? –Casada con Sánchez Ferlosio; tengo treinta y tres años. –¿De dónde es usted? –De Salamanca, mi marido nació en Roma. –¿No sentirá celos su marido? ¿Quiere que la llame Carmen Martín Gaite o Sofía Veloso? –Mi nombre verdadero”. La separación o escisión natural que deseaba Carmen Martín Gaite entre vida y literatura, ciudadano y escritor se vio truncada por el peso que ya había alcanzado en aquel momento, prácticamente de forma inconsciente, la amalgama que integró su personalidad pública y su espacio privado e íntimo.
En esta misma línea, nos detenemos en tres reportajes, si bien algo extensos, publicados en el diario ABC, en la revista ilustrada Blanco y Negro y en Destino. El primero de ellos, editado el día 11 de enero de 1958, ya en la primera página, concretamente en el subtítulo que acompaña a la fotografía y al titular principal, “El decimocuarto Premio Nadal”, observamos la limitación impuesta desde la preeminencia del ser esposa de Rafael Sánchez Ferlosio: “Carmen Martín Gaite de Rafael Sánchez Ferlosio, ganadora del Premio Nadal 1957 por su novela “Entre visillos”. La información que sigue, junto al titular y al pie de foto de la primera fotografía de la noticia, “Carmen Martín Gaite de Sánchez Ferlosio”, corrobora el retrato tejido desde un marco discursivo particular: “Las tareas del hogar le dejan a Carmen Martín Gaite poco tiempo para escribir”. Inmersos en la maraña habitual de retórica repetitiva hasta el aburrimiento, encontramos dos apuntes significativos que no comparten otras publicaciones.
En primer lugar, destacamos la referencia al medio de escritura empleado por la autora, en teoría, para la redacción de Entre visillos: “La obra que ahora ha lanzado su nombre a la actualidad literaria española fue escrita en una agenda casera. Empezó a escribirla en 1955, pero como disponía de poco tiempo —porque dedica la mayor parte de las jornadas a las cosas del hogar— trabajó pocas horas”. Como la protagonista innominada de Y eso fue lo que pasó (1947), de Natalia Ginzburg, quien decide transcribir al final, también en una agenda casera, el relato oral al que ha asistido el espectador, la autora que retrata la publicación de ABC se adhiere a un código muy específico y a unos parámetros de escritura complejos. La intimidad, depositada en distintos soportes de escritura alternativos –sin intención aparente de hacer públicos sus contenidos– se concibe como la manifestación de un “yo” profundo sobre el que no operan las dinámicas del régimen político que garantiza el orden moral. En segundo lugar, y a modo de cierre, leemos: “Carmen Martín Gaite es una muchacha sencilla, madre de una niña, que ahora tiene dieciocho meses. Divide su tiempo entre sus obligaciones domésticas y sus aficiones literarias. Está casada desde hace cuatro años. Físicamente es menuda, morena, delgada y con grato aire de sencillez e inteligencia”. La relación tan sumamente dependiente que se estableció entre los poderes de la Iglesia y los del Estado durante el franquismo no supuso, en la historia de España, la representación de un escenario novedoso. La necesidad de inscribir su discurso en el devenir histórico, con el fin de encontrar legitimación y cierta seguridad, armó, a modo de pretexto, una ilusión de espejo con la España del Siglo de Oro, identificándose y dialogando así, a través de la historia, con un modelo o aparato político cubierto por un halo de esplendor. Este afianzamiento o, mejor dicho, espejismo identitario halló una determinada noción de “mujer” de sumo interés para la construcción de una sociedad en la que lo primordial era consolidar un ideario nacional que aglutinase y alienase bajo un mismo pensamiento al total de la población.
Volviendo ahora sobre el segundo artículo, quizá de discurso más interesante, es aquel que se publica en Madrid en la revista Blanco y Negro el día 18 de enero. En esta ocasión nos enfrentamos al retrato más completo que se hace de la autora firmado por Mercedes Fórmica. En él aparecen recogidos todos aquellos aspectos a los que nos hemos venido refiriendo brevemente, a través de los distintos textos periodísticos, y que forman parte de la idea que se mantuvo a lo largo de toda la posguerra sobre la “personalidad” y el “psicologismo” de las mujeres: la imagen de la condición femenina deformada por nociones contradictorias del espacio público y del privado, el matrimonio como ritual indispensable de acceso a los distintas esferas de la vida pública, la condición alienante e irrechazable de esposa, la imposibilidad de significarse o destacar en el mismo ejercicio profesional que su marido, la dificultad de desarrollar otras actividades al margen de lo doméstico o el discurso del cuerpo como un territorio político.
El tercero de ellos media en este diálogo a modo de contrapunto. Introduce una nueva variable y conduce a la construcción de la opinión pública hacia una nueva coyuntura, tan solo en apariencia. La revista Destino elegirá para la portada del día 11 de enero de 1958 una imagen del matrimonio Sánchez Ferlosio-Martín Gaite, según reza una información que acompaña al mismo nombre de la publicación, “Carmen Martín Gaite, Premio Nadal 1957, con su esposo, Rafael Sánchez Ferlosio, Premio Nadal 1955, paseando por las ramblas barcelonesas”. La mater dolorosa a la que aludió tiempo después Carmen Martín Gaite, acerca de aquel contexto histórico de la sociedad española en sus Usos amorosos de la posguerra española, se situó al lado de la imagen del marido mostrando una instantánea de unidad y estabilidad plena, a la par que un espacio de igualdad entre ambos géneros. No dejó de comprenderse como una “maniobra” performativa de cara a la sociedad con el fin de crear modelos ejemplarizantes de matrimonios de éxito, nacidos durante el régimen político y bendecidos por el mismo. Cobijados en el “imperativo heterosexual católico” que promocionó el franquismo, y dada la importancia del papel que jugaron los niños de la guerra en la reconstrucción de una sociedad en ruinas, la unión entre ambos escritores evidenció, pensando en Jaime García Padrino, el “futuro de esperanza, acorde a la imagen política defendida por cada bando de lucha [en este caso, el de los vencedores]”. Esta panorámica se extendió a multitud de estratos sociales y evidenció su carácter de voluntad perpetua, haciendo del matrimonio un bastión irrompible e inexpugnable. La instrumentalización de la fotografía de ambos escritores sirvió para presentar al matrimonio, en general, como una institución social integrada en el aparato político. La espectacularización de las relaciones hizo prevalecer el componente institucional del que las dotó el régimen sobre el aspecto emocional de ellas; no dejó de percibirse como un sistema de control social inserto en uno de aquellos pilares absolutos sobre los que se asentó el régimen, la familia. Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio personalizaron uno de los triunfos del franquismo en el ámbito cultural, susceptible de manifestarse en otros ámbitos o situaciones laborales. Pese a este intento modernizador, en línea de la “desfastización de decorados”, la anécdota triunfalista y su ilusión de paridad fue precisamente eso, un truco, una trampa.
El campo literario de la época también participó de estas dinámicas de concesión de premios, veladas y encuentros entre autores consolidando la imagen deseada desde el régimen al exterior. Camilo José Cela, si no el escritor mejor tratado por el régimen franquista, sí uno de los más relevantes a efectos de consideración, por el peso y el valor de su obra literaria, afianza, en unas declaraciones para Del Arco en Destino, esta percepción. Ante la pregunta: “¿Tienes noticias concretas de esta última [Carmen Martín Gaite]?”, el autor de La colmena afirmaría: “De la obra premiada [Entre visillos], no. De la personalidad de su autora, sí. Carmiña Martín Gaite es amiga, hija de amigo y casada con amigo. Es mujer de gran talento y de muy fina sensibilidad, y mucho me equivocaría si no acertara a vaticinar que su novela será magnífica”. La confusión debido al nombre con el que Martín Gaite se presentó al concurso queda en esta ocasión excluida para dejar paso a una problemática ulterior: “La gente sospecha que le ayudó su marido”, “Nunca faltan malintencionados. Yo, que los conozco a los dos, podría asegurarte que esto no es así. Los dos son absolutamente auténticos”. Ambos escritores visibilizaron la apertura dudosa del régimen, la revitalización de la tradición cultural española –tras haber sido despojado el panorama de cualquier atisbo cultural de pensamiento independiente– y el desarrollo económico basado en unas políticas capciosas; con todo, la imagen depurada del régimen tras la llegada del desarrollismo.
El aval del campo intelectual junto a la “sospecha” y al teórico magisterio, al hilo de la fotografía de Sánchez Ferlosio con Carmen Martín Gaite sosteniendo el Premio Nadal 1954 produjo un cambio en la recepción de la novela de Martín Gaite. Arrinconada por una visión dependiente de la carrera de Sánchez Ferlosio, y reducida la trama de su primera novela Entre visillos a la situación estática y pasiva que viven un grupo de muchachas provincianas, ejemplifica la polarización evidente de la situación de las mujeres escritoras durante dicho período. Los textos de Carmen de Icaza y de Concha Linares Becerra, entre otras, presidieron la educación sentimental de “las niñas de la guerra”. Ambas escritoras abanderaron la veta narrativa que, desde la Sección Femenina, se favoreció e impulsó, incluyéndola como una vía de acceso y de propaganda fundamental en la educación y formación de la conciencia femenina. Sus textos comprenden espacios domésticos y laborales habitados por personajes prototípicos sin proyecciones e inquietudes que invadieron lo cotidiano. El lector no encuentra un argumento definido más allá de actitudes ideadas desde la moral del sacrificio y la pureza, orbitando alrededor de una temática única: el amor. La concepción del vínculo amoroso, sus procedimientos y sus mecanismos exhibidos en estas novelas, se impuso sobre cualquier otra noción anterior. En ellas, poseen una especial importancia los aspectos públicos y privados de los personajes femeninos, tal y como sucede en Cristina Guzmán, profesora de idiomas (1936). El panorama lector durante la más inmediata posguerra, habituado a este tipo de textos, recibió Nada, de Carmen Laforet, ganadora del Premio Nadal 1944, con una mezcla de entusiasmo y extrañeza. Sobre el nombre de Carmen Laforet caerían, poco tiempo después, otros como el de Dolores Medio o el de Elena Quiroga, señalando una nueva tendencia. Se produjo un alejamiento de la proyección del modelo de feminidad impuesto desde el órgano dictatorial y la definición que este poseía acerca, no ya únicamente de las mujeres “escritoras”, sino también, como veremos más adelante, de las mujeres “lectoras”. “Escritura” y “lectura” pasarían a conformarse como dos actos simultáneos y simbólicos que devolvieron a las mujeres la legitimidad de disponer de un espacio propio en el que desarrollar una intimidad, recrear un espacio privado y edificar, desde ambos lugares, una imagen pública.
Hasta la publicación de Entre visillos en 1958 no se produjo un consenso unánime desde la propia crítica literaria sobre este tipo de narraciones. La literatura escrita por mujeres había estado presidida por la novela rosa y los espacios recreados en ella. Partiendo de sus mismos presupuestos, un gran número de novelistas replantearon el espacio público y el espacio privado, abordando las diversas problemáticas que surgieron a raíz de la supresión de la “intimidad”. El hecho de que la crítica experimentó cierto acuerdo no evidenció una lectura clara de los textos, al enfrentarse ante una literatura creada al margen de referentes literarios anteriores. Tan solo podía comprenderse como la evolución de la “novela rosa” hacia un derrotero de corte más intelectual. La imposibilidad de consolidarse como autoras al margen de una determinada categoría o etiqueta fue absolutamente imposible durante la España de posguerra. Sin embargo, la recepción de la novela escrita por mujeres en el extranjero, iniciada con la publicación de la novela de Carmen Laforet, sí obtuvo un amplio reconocimiento. El hispanismo norteamericano habría venido efectuando una crítica y un acercamiento a su obra, prácticamente, desde su aparición. Los estudios que se llevaron a cabo durante los años 50 realizaron un análisis de conjunto, no solo de sus textos, sino también de los escritos por otras narradoras españolas como Carmen Laforet o Elena Quiroga, ganadoras, como lo fue Martín Gaite, de premios literarios tan importantes como el Gijón o el Nadal. La relevancia de la obtención de ambos galardones por la salmantina de forma consecutiva residió en dos aspectos fundamentales. En primer lugar, gracias al Gijón, Carmen Martín Gaite obtuvo el reconocimiento como escritora entre otros creadores que integraban el mosaico cultural e intelectual del momento; y, en segundo lugar, el Nadal le permitió darse a conocer entre el público lector, consolidando su carrera. La disonancia entre la consideración autorial española y la norteamericana estribó en un problema derivado de una lectura desideologizada de las escritoras por parte de la crítica. Un peso como lo fue la condición de madres y esposas obstinadas, privó a las mujeres de una voz propia. Una escritura inexistente al margen de una corriente estética creadora que amparase sus escritos. En definitiva, una visión empañada que promocionó el paternalismo vacuo e innecesario de la crítica en sus distintas manifestaciones públicas.
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Andrea Toribio (Madrid, 1993) realiza su tesis doctoral sobre Cuadernos de todo, de Carmen Martín Gaite. Ha publicado Geografía azul (Ebediziones, 2014) y Crecimiento radial. Cuaderno de notas (Eirene, 2018). Trabaja en Planeta y colabora con El Diari de Tarragona, El Ciervo y distintos proyectos editoriales independientes.
Coherencia, compromiso y autenticidad son los tres pilares que caracterizan la producción literaria de Carmen Martín Gaite. Son numerosos los artículos, reseñas, y volúmenes que repasan su obra, y cursos monográficos dedicados a tratar de descifrar y reconstruir el relato unitario que conforma su literatura. Con...
Autora >
Andrea Toribio
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