SALVADOR RUEDA / ECÓLOGO URBANO
“Las supermanzanas pueden cambiar las ciudades sin detenerlas y en tiempo récord”
Llorenç Bonet 11/03/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Salvador Rueda (Lleida, 1953) es el ecólogo urbano que ha inventado las supermanzanas y el urbanismo ecosistémico. Durante los últimos veinte años ha sido el director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, la entidad responsable de redactar el PMUS (plan de movilidad urbana sostenible) de Vitoria-Gasteiz (European Green City Award 2014; Global Green City Award, 2019) y, evidentemente, de las supermanzanas de Barcelona. Es de los pocos ecólogos que han dedicado toda su vida a estudiar el sistema “ciudad”, y el único que ha formulado un modelo implementado total o parcialmente en más de 34 ciudades repartidas por tres continentes. El urbanismo ecosistémico propone unas ciudades más equilibradas en todos los aspectos (económico, social, cultural) que contribuyan, a la vez, a reducir las emisiones y la temperatura del planeta. Y todo ello, sin tener que apagar nada. Quizás vale la pena repetir esta idea: sí, podemos mantener la actividad humana sin cargarnos el planeta.
Salvador Rueda tiene el hablar pausado de los profesores de física, atentos a que entiendas todas las variables de la ecuación. Le brillan los ojos cuando dice “modelo intencional”, cuando cita al biólogo Ramon Margalef o despliega uno de los 45 indicadores para evaluar una ciudad. Habla de decibelios, compromiso público, hormigas, debilidades humanas, valencias del carbono o del silicio.
¿Qué es una supermanzana?
Te puedo dar la versión larga, de libro: “Una unidad urbana de planificación y gestión que permite organizar, de manera integrada, diferentes ámbitos que participan en la actividad urbanística: las redes de movilidad, la ordenación del espacio público, la conservación de la biodiversidad, la actividad económica, la dotación de servicios y la eficiencia energética, la gestión de residuos, la gestión del ciclo del agua, y la dotación de servicios para favorecer la convivencia y la cohesión social”. Pero para resumirlo, podemos decir que es la expresión mínima de un modelo intencional de ciudad, que pretende mejorar las condiciones de vida en las urbes y a la vez asegurar el mantenimiento de la especie humana en el planeta. En Barcelona, una supermanzana sería una superficie de unas 20 hectáreas, con unos 6.000 habitantes; un grupo compacto de 9 manzanas del ensanche de Cerdà.
Ha desarrollado un nuevo modelo urbanístico que ya se estudia en las universidades. ¿Qué es el urbanismo ecosistémico?
Lo que me caracteriza como ecólogo urbano es haber sabido sintetizar sistemas complejos; y las ciudades son los ecosistemas humanos más complejos de la tierra. Lo que planteamos desde la Agencia ha sido una nueva manera de hacer urbanismo con bases ecológicas, que nos permite superar el pensamiento lineal y sectorial con el que analizábamos hasta ahora las ciudades. Cualquier ciudad, para ser un lugar agradable dónde vivir, sostenible y que funcione con toda su potencia, debe cumplir cuatro ejes: ser compacta en su morfología, compleja en su organización (mixta en usos y biodiversa), metabólicamente eficiente y socialmente cohesionada. Lo más relevante de nuestro modelo intencional es que estos cuatro ejes van coordinados; no podemos diseñar un plan de movilidad y presuponer que no va a afectar a la cohesión social o al desarrollo económico. Todo, en este sistema, está coordinado. Estos cuatro ejes quedan desarrollados en los quince principios básicos con los que sintetizamos este nuevo urbanismo.
El modelo de las supermanzanas libera el 70% de la superficie destinada al tráfico reduciendo sólo el 15% de la circulación
Antes ha citado como objetivo del urbanismo mantenernos vivos como especie. ¿Qué necesitamos en las ciudades para contrarrestar el aumento de las temperaturas?
En latitudes como la nuestra se necesita reducir el efecto “isla de calor” de las ciudades en dos o tres grados. ¿Cómo se puede hacer? Con árboles. ¿Y dónde los plantas? Ahora mismo no caben. El modelo ecosistémico de las supermanzanas libera el 70% de la superficie destinada al tráfico reduciendo sólo el 15% de la circulación, ya que nadie quiere que el sistema colapse. En este 70% de espacio que liberamos, no solo paliamos el tema del cambio climático, sino que podemos corregir infinidad de disfunciones que tenemos hoy en nuestras ciudades, ya sea esta Barcelona, Vitoria-Gasteiz o Quito. Y lo que es más importante: se mantiene un equilibrio entre todas las partes que permite que la ciudad siga funcionando en todas sus facetas.
Estamos en una de las supermanzanas más utilizadas: calle Parlament esquina con Compte Borrell…
Ahora estamos en un cruce del Ensanche de Cerdà y apenas pasan coches. Lo que se hizo en esta plaza se llamó “urbanismo táctico” pero yo prefiero llamarlo “funcional”, porqué lo que permite es que la ciudad, como sistema, siga funcionando: reducir la circulación sólo un 15% y que siga fluyendo. La red de transporte público y privado sigue funcionando, pero hemos liberado más de 2.000m2 solo en un cruce. ¿Qué ciudad tenemos?
Los bancos están llenos, como las terrazas de los bares. Los más pequeños juegan y oigo a los pájaros mientras hablamos. Como espacio, pues, parece que funciona: está en uso.
¡Claro que funciona! Lo que nos tenemos que plantear es cómo cambiamos nuestras ciudades, sin que se detengan y en un tiempo récord. Este urbanismo “funcional” cuesta 45 euros por metro cuadrado. Con este coste, con 300 o 400 millones de euros remodelamos toda una ciudad de las dimensiones de Barcelona: y una cifra parecida (300 millones) es lo que ha costado la actuación del túnel de la Plaça de les Glòries. Pero si aplicamos el modelo de las supermanzanas a toda la ciudad, solucionamos muchas disfunciones: reducimos el ruido, la contaminación atmosférica y mejoramos nuestra eficiencia energética. Controlamos el efecto isla de calor y reducimos drásticamente los accidentes, además, la actividad económica se incrementa, gracias a la mejora del espacio público. Después se podrían mejorar estéticamente, pero si las implementamos en poco tiempo (con este coste, en cuatro años podríamos hacerlo) tendríamos un sistema mucho más eficiente en todos los sentidos, incluso el económico.
En el último comunicado de Fomento en contra de las supermanzanas (29 enero del 2022), afirman que se perderán 3.500 millones de euros, que es el 20% de la actividad del comercio y la restauración.
Este es un problema de otra índole, no de datos. Datos: en todas las supermanzanas realizadas en distintas ciudades, los indicadores nos muestran que la actividad económica ha aumentado como mínimo un 15%, y en algún caso ha llegado a subir un 60%. Y no hablo de simulaciones, sino de datos reales, de Barcelona, Vitoria o las ciudades donde ya se han implementado las supermanzanas. Todos entendemos que hay confrontaciones políticas, pero no creo que ni Fomento ni ninguna asociación o partido defienda abrir las zonas peatonales al tráfico intensivo: volvamos a los 50 km por hora en la calle Major de Sarrià o dentro de las zonas peatonales de Gràcia. ¿Alguien defendería que volviera la circulación a la calle Portal del Àngel, una de las calles más activas comercialmente de toda Europa? Y hablemos de datos: la multa que tendrá que pagar el Gobierno de España por la mala calidad del aire de Madrid, Barcelona y el área metropolitana del Llobregat durante los últimos diez años ronda los 1.600 millones de euros. Podemos seguir pagando multas estratosféricas o invertir en una ciudad metabólicamente eficiente de verdad.
Al salir a la calle pisamos la trama de Cerdà, que es el mejor laboratorio posible para cualquier urbanista
Se critica a los Comunes porque imagino que gobernar con 11 de 45 regidores debe de ser difícil, pero las discusiones de partidos han quedado siempre fuera de la Agencia de Ecología Urbana. De hecho, las Supermanzanas no son solo de este gobierno: hay supermanzanas desde la época del alcalde Pasqual Maragall; y la red ortogonal de autobuses, básica para entender la idea de sistema, se aprueba durante el mandato del alcalde Xavier Trías y se implementa durante el primer mandato de los Comunes.
Hemos desarrollado este modelo porque hemos podido trabajar desde hace más de treinta años al más alto nivel teórico y práctico; y también, no lo olvidemos, porque al salir a la calle pisamos la trama de Cerdà, que es el mejor laboratorio posible para cualquier urbanista. No nos damos cuenta, pero es una preexistencia muy potente.
No estamos hablando de partidos; estamos hablando de un modelo intencional de ciudad que da respuesta a retos concretos y que forma parte del conocimiento creado y probado en Barcelona. En 1987 ya propuse la idea de las supermanzanas y la primera se implantó en 1993.
¿Supermanzanas en 1987, antes de los Juegos Olímpicos?
Yo era el director técnico de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Barcelona. Bajo la alcaldía de Pasqual Maragall, elaboramos un “mapa del ruido”, ya que en aquel momento, se empezaba a percibir como una molestia e incluso como un problema de salud pública que afectaba a toda la población. El ruido tiene una peculiaridad: es un indicador magnífico, porque está vinculado a la energía y su disipación. Está ligado a la dinámica, a la funcionalidad del sistema (es decir, la movilidad) y al poder.
¿El poder?
El poder de un espacio respecto a otro. Todo está relacionado con un indicador: el ruido. Nosotros lo escuchamos en una escala logarítmica; en un logaritmo de base 10. Si tienes dos fuentes de ruido de la misma potencia, de 60 decibelios, la suma no da 120 sino 63 decibelios. ¡Solo 3 decibelios! Esto significa que para bajar tres decibelios de “ruido” debes bajar a la mitad la fuente sonora. En ese momento teníamos 70 decibelios en la mayoría de la ciudad, y debíamos bajar hasta 55, que era lo que en ese momento recomendaba la OMS. ¿Cómo lo haces? Termina siendo una decisión de todo o nada. Debes decidir cuáles son las vías por dónde mantener el tráfico y qué vías pueden ser peatonales; en lo que estamos de acuerdo es que no puedes prohibir la circulación en toda la ciudad para reducir el ruido, porque entonces el sistema colapsa. Hicimos más de once mil mediciones y bastantes experimentos in situ, para concluir que 65 decibelios diurnos eran aceptables, ya que, con ese ruido, a un metro de distancia, una persona podía hablar con otra sin perder significado y sin alzar la voz. Fue un estudio de años, pero acabamos marcando unos parámetros que han sido copiados por ciudades de todo el mundo.
A partir de estudios de este tipo, empezamos a plantear unidades vecinales de unos 6.000 habitantes, que fueran como una “pequeña ciudad” más fácil de medir: una supermanzana. La primera es la de la Ribera, con sus calles peatonales. Luego tuve la suerte de poder seguir estudiando y afrontar otros retos igual de complejos, alguno a escalas más grandes que la metropolitana: la energía, los residuos, la biodiversidad…. Poco a poco las piezas fueron encajando: cuando creé la Agencia de Ecología Urbana en el año 2000, ya sabíamos que íbamos a desarrollar un modelo intencional ecosistémico porque llevaba años trabajando en esa dirección.
Tardábamos años en obtener y procesar datos que hoy, a partir de modelos, realizamos en horas
¿Cómo fue este proceso? ¿Cómo pasas de analizar el ruido a diseñar el modelo de ciudad?
El proceso fue lento, sobre todo si tienes en cuenta que antes lo hacíamos todo con mediciones reales, y tardábamos años en obtener y procesar datos que hoy, a partir de modelos, realizamos en horas. Tuve la suerte de que en esa época confiaron en un ecólogo especializado en los sistemas complejos para estudiar temas que quizás no estaban en el centro del debate, como el ruido, la contaminación, las aguas o los planes de residuos; pero que se convirtieron en los grandes temas en el siglo XXI. Empecé a trabajar en una época en la que estaba todo por hacer.
En el libro BCNecologia. 20 años de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona (Barcelona Regional, 2021), lo que me sorprendió es la aparente facilidad con la que se pasa de la teoría a una herramienta práctica. Por un lado, tenéis un compromiso con una ciudad cohesionada socialmente, y por otra, una teoría sólida académicamente. Pero el despliegue de herramientas prácticas para analizar y actuar en la ciudad es asombroso: son, quizás, las herramientas más completas desarrolladas hasta la fecha por cualquier entidad pública. ¿Cómo es eso?
No me interesa la teoría si no puede aplicarse; y ahora tenemos una tecnología digital que nos permite hacerlo. Este modelo no lo habríamos podido desarrollar sin estar generando teoría y, a la vez, propuestas prácticas que testearan la teoría y la corrigieran. En el libro que has traído hay unos cuantos esquemas que explican el modelo intencional del urbanismo ecosistémico desde distintos puntos de vista. Si nos interesa una concepción holística, integral, que busca equilibrios eficientes entre todas las partes de una ciudad ¿Por qué el conocimiento práctico ha de quedar relegado a un segundo plano? ¿No deberían ambos saberes formar parte de este conocimiento integral?
En este libro y en Carta de planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis (Icaria, 2022) explicas bastante bien el rol de los indicadores, que es quizás la parte más novedosa del modelo.
Los 44 indicadores son importantísimos porque es donde se expresa la experiencia de todos los profesionales que nos han ayudado: afirmamos que durante el día podemos llegar a 65 decibelios porque hay mucho conocimiento de áreas muy distintas sintetizado en un solo parámetro. Para desarrollar alguno de los indicadores hemos necesitado más de una tesis doctoral. Lo más importante es que unos niveles de experiencia quedan expresados en unos indicadores (una cifra entre A y B) que permiten evaluarlos para tener un conocimiento muy sintético de qué le pasa a una ciudad. En el ámbito del metabolismo urbano, tenemos indicadores como el de consumo energético residencial, otro de emisiones de gases de efecto invernadero, o uno de suficiencia hídrica. En el ámbito de la cohesión social, tenemos indicadores de dotación de equipamientos básicos, un índice de segregación y envejecimiento de la población, y otro de vivienda protegida. Y así hasta 44, teniendo en cuenta los ámbitos de ocupación del suelo, movilidad y servicios, habitabilidad, organización urbana, biodiversidad… Cada uno de estos indicadores se pueden “desplegar”, para analizar en detalle una característica de la ciudad. Salvando las distancias, esto es como la receta de una paella: un sistema de proporciones. Si a una paella le falta sal queda sosa, y si te pasas de sal no será comestible. Si a la ciudad le ponemos demasiados coches, vivirás mal, y si empiezas a separar demasiado a la gente, también. ¿Cómo controlamos ese equilibro? Gracias al conocimiento que está detrás de unos indicadores que miden los niveles que la ciudad necesita para funcionar de forma equilibrada. ¡Y sale una paella buenísima! Con este sistema de medición, el proyecto de Cerdà obtiene 78 puntos sobre cien. Increíble. El proyecto de los cuarteles de Sant Andreu de Solà Morales obtiene 75, otro proyecto urbanístico buenísimo. Ahora, si con un simulador aplicamos las supermanzanas a la trama de Cerdà, llegamos a una puntuación de 90 sobre 100.
¿Qué grado de fiabilidad tienen estos simuladores?
Los modelos que hemos creado afinan bastante bien. El caso paradigmático fue la implementación del sistema de movilidad en Vitoria, dónde pasamos de dieciocho líneas de autobuses a siete líneas y un tranvía. El cambio de modelo se hizo de la noche a la mañana. Un cambio así solo se había llevado a cabo anteriormente en una pequeña ciudad del norte de Europa. Ese día el alcalde y la prensa se lo pasaron subiéndose al transporte público, sin ninguna incidencia. Ninguno se había retrasado. Al cabo de siete días, ya no había artículos en la prensa, nada que objetar. Al cabo de siete meses, los usuarios del servicio público habían aumentado en más de un 50%, y el tiempo medio del viaje de transporte había bajado. Los modelos que habíamos manejado funcionaron perfectamente.
Quizás para hablar de las supermanzanas podemos hablar de Vitoria, donde se plantea liberar un 75% del espacio público antes reservado a los coches. Estamos hablando de una ciudad de 250.000 habitantes que tenía fama de conservadora; pero ahí ya se han implementado unas supermanzanas que funcionan, y no hay un conflicto político por ello.
He leído que los ayuntamientos de Europa comparten su conocimiento urbanístico. ¿Ha influido su pensamiento en el modelo de “la ciudad de los quince minutos” que París ha hecho famoso?
La ciudad de los quince minutos es un eslogan, pero ya nos va bien si tiene que servir para explicar dos ideas básicas que vengo proponiendo desde finales de los años ochenta: la compacidad de las ciudades (que significa que todo está cerca) y su complejidad (que quiere decir que hay de todo). Todos los que nos dedicamos a lo urbano nos conocemos. En Otawa hace cuatro años coincidí con una investigadora de Seattle que ya hablaba de la ciudad de los ¡diez minutos! Y en Barcelona hemos medido el tiempo medio para llegar a pie a los servicios básicos. Tenemos entre cinco y seis servicios básicos a cinco minutos (300 m.) y a menos de diez minutos los equipamientos básicos. No está mal, ¿eh?
El Ayuntamiento de París se interesó por el modelo de las supermanzanas, y nos reunimos ahí. Pero la capital de Francia tiene una estructura organizativa que dificulta determinadas mejoras urbanísticas. Aún hoy las grandes arterias de la ciudad están bajo las órdenes del Prefecto de Policía y no de la Alcaldía; por lo que, sin competencias en todo el espacio público, ningún alcalde podrá iniciar una transformación urbana de calado.
La base del urbanismo son las áreas, las células urbanas, no las líneas
¿Y el nuevo plan de ejes verdes que el Ayuntamiento de Barcelona ha presentado estos últimos días?
Fíjate que si hablamos de ejes volvemos a pensar en la ciudad de forma lineal, no en áreas y en superficies. Evidentemente algo cambiará, pero estamos de acuerdo que necesitamos un cambio sistémico, y si solo modificamos el uso en algunas calles no tendremos el cambio de escala que necesitamos. Con las supermanzanas reducimos el 70% de la superficie destinada la circulación; con la idea de los ejes, solo el 25%. Así no cambiamos el sistema de ciudad. A las calles peatonales de toda la vida ahora se las denomina ejes verdes. La base del urbanismo son las áreas, son las células urbanas, no las líneas. Las supermanzanas (de 16 a 20 hectáreas) son los ecosistemas mínimos que integran los 15 principios del urbanismo ecosistémico. Son la base del sistema de movilidad y espacio público; son la base del modelo urbanístico. Sustituir las supermanzanas por ejes no se sustenta en ningún razonamiento.
Ahora que la Agencia de Ecología Urbana ha quedado integrada dentro de Barcelona Regional, usted empieza una nueva etapa. ¿Cuál es el objetivo de la Fundación que acaba de crear?
La Fundación de Ecología Urbana y Territorial sigue la línea en la que he trabajado desde antes de la Agencia: promover el urbanismo ecosistémico desde su vertiente más teórica hasta el desarrollo de proyectos concretos. Ya tenemos los primeros proyectos: si quiere, en seis meses volvemos a hablar.
Nos despedimos. Han quedado muchos temas en el tintero. Me cuenta un debate en Bruselas con Jan Gehl, uno de los gurús del “nuevo” urbanismo. No critica la formalización de sus actuaciones, que es lo que más ha aparecido en la prensa; en cambio, me explica de qué hablaron: de tiempo. A la velocidad con la que Gehl puede hacer sus propuestas de “acupuntura”, tardaremos más de doscientos años en cambiar la ciudad, y no los tenemos. Mientras bajo las escaleras del metro, pienso en el cambio de movilidad del transporte público en Vitoria-Gasteiz: un día.
---------------------------------------------------------
Llorenç Bonet es fundador de Tenov, una editorial crítica de arte y arquitectura que publica a Juan José Lahuerta, David Bestué, Aleksei Gan o Santiago Cirugeda. Profesor de historia de arquitectura y urbanismo en distintas escuelas de Barcelona. Le gusta salir de las ciudades a pie.
Salvador Rueda (Lleida, 1953) es el ecólogo urbano que ha inventado las supermanzanas y el urbanismo ecosistémico. Durante los últimos veinte años ha sido el director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, la entidad responsable de redactar el PMUS (plan de movilidad urbana sostenible) de Vitoria-Gasteiz...
Autor >
Llorenç Bonet
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí