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El destino de Helena empezó a arder mucho antes de su concepción. Zeus, metamorfoseado en cisne, se acercó a Leda en el río. La suavidad de su plumaje escondía la dureza y la voluntad del placer, aún más dulce y acolchada que la pluma. Nueve meses después Leda dio a luz a dos huevos. De uno de ellos nació Helena, que rompió el cascarón con sus uñas, una forma de nacer que requiere más ahínco que, simplemente, nacer. Poseía, ya en su primer instante, una belleza inaudita, incomprensible en un recién nacido. Y poseía la sangre de los inmortales. Es diferente a la sangre común. Tal vez avanza por el cuerpo en la dirección contraria, y su sabor no es el del hierro, sino el de las estrellas. Pero fue su belleza el hecho determinante de su vida. Al cabo, la belleza no deja de ser un exceso, indialogable, como la enfermedad o la herida. O la locura. Raptada por Teseo, deseada por todo el mundo, creadora del desequilibrio a su paso, finalmente se decidió canalizar su vida, evitar guerras y ruinas, acordando un matrimonio, en el que sería enterrada. El elegido y la sepultura fue Menelao, hermano de Agamenón, que ganó una esposa y un reino, Esparta. Poco sabemos de ella hasta que huyó con Paris a Ilión. Paris, a su vez, era lo contrario a Helena. Niño abandonado, fue pastor antes que príncipe. Tres diosas intentaron sobornarlo, para establecer cuál de ellas era la más bella. Y Paris no eligió a la más bella, sino el mejor soborno: la promesa de tener, algún día, a Helena. Inepto en la batalla, no supo defender en ella a Helena, a su ciudad, a su honor. Su duelo singular con Menelao fue indigno. Un fracaso. Su arma favorita le dibuja. Es el arco. Un arma lejana, de cobardes. La leyenda explica que Paris mató a Aquiles. De lejos, con su arco. Apolo guió su flecha. Otras leyendas explican que fue el mismísimo Apolo, metamorfoseado en Paris, quien disparó el dardo. Es decir, Paris, por sí solo, era incapaz, incluso, de la hazaña más distante y gris. Paris murió en la guerra de Ilión, decían cantos que ni siquiera fueron cantados en La Iliada. De Helena, poco sabemos. Desaparece con la ciudad quemada. En La Odisea, en su canto IV, Telémaco va a Esparta, donde encuentra a Helena. No es un encuentro importante, pues ella ya no lo es. Vive como vivía, con Menelao. Es un animal domesticado, a punto de ir o venir de la compra y el gimnasio, cuando ambas cosas no existían. Atrás quedaba su gloria. Su gloria solo existió en Ilión, junto a Paris. Su gloria fue la individualidad, las decisiones, la valentía. Desde la torre alta de la ciudad presenta y señala a Príamo, y a nosotros, a todos los héroes aqueos. Los conocemos, por tanto, a partir de su inteligencia, y no de cualquier otra. Toma decisiones individuales, valientes, como no denunciar a un mendigo que ve por las calles de la ciudad, y que no es otro que Odiseo espiando el engaño. En Ilión, junto a Paris, ella es, por primera vez, y última, ella. Se deja de ser con más facilidad que la de ser. Ser es un esfuerzo, un continuo romper un huevo con las uñas, que agota y se agota. Si, ahora mismo, no notas el cansancio de tus uñas contra la cal, ya no eres.
Era improbable la unión voluntaria entre Helena y Paris. Pero fue y fue feroz y tuvo sentido. De lo que se deduce que es constante, que no para de suceder. El destino y sentido de nosotros, los humanos dispares, es la unión de disparidades. Ahí reside la génesis de la épica. Pero también la de la tragedia. Y la de la comedia. No es importante el huevo del que partimos, sino la decisión dispar de escoger y, sin poder ya parar de decidir, escoger una ciudad, y arder en ella. Sucede. Continuamente. De manera que debe ser sagrado: no somos nuestro iguales, sino nuestros elegidos. No para de suceder esa lucha contra el fuego, que une dispares abrazados.
El destino de Helena empezó a arder mucho antes de su concepción. Zeus, metamorfoseado en cisne, se acercó a Leda en el río. La suavidad de su plumaje escondía la dureza y la voluntad del placer, aún más dulce y acolchada que la pluma. Nueve meses después Leda dio a luz a dos huevos. De uno de ellos...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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