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Fuimos a ver a Dios. Eso nos dijeron. Salimos a buscarlo de noche. Invertimos en ello tres o cuatro horas en coche y, luego, cuando el coche no pudo con el desnivel, un par de horas a pie. Llegamos a un poblado, ya entrada la mañana. Era el único con iglesia en varios kilómetros. La iglesia era apenas una casa precaria, similar a todas las escasas casas precarias que la rodeaban. Allí ya estaban celebrando una misa, en una lengua que no comprendía. Eran católicos. Pero, a su vez, eran algo más antiguo. En un momento dado, el sacerdote entró en una suerte de trance. Empezó a hablar en un susurro, y a mezclar, junto a la lengua incomprensible, unas pocas palabras en latín, hebreo y castellano. Como un resorte, el público se incorporó, y en silencio formó una fila ordenada. Me di cuenta entonces de que el grueso del público eran enfermos. Enfermos como no los hay en Occidente. Copados por la enfermedad, con desfiguraciones. Sus cuerpos eran asimétricos y faltos de fragmentos. O, incluso, con muchos más fragmentos de los esperados. Algunos estaban tan intensamente enfermos que su vida era, simplemente, otra vida. Incalculable. Otro yo, otro tú. Otro día y otra noche. Hasta un vaso de agua, o respirar, era algo diferente para ellos. De uno en uno se acercaban al sacerdote, que les acariciaba la cabeza. Algunos, los que cargaban enfermedades más leves, o menos aparatosas, se curaban. Al instante. El resto sentía un alivio absoluto. Una persona que apenas podía caminar abandonó sus muletas, y pudo caminar sin ellas, de manera aparatosa y precaria, hasta la salida. Su padre, profundamente emocionado, recogió las muletas que el enfermo había lanzado, como si las lanzara para siempre. Al recogerlas se comprendía que esos trozos de madera los había construido él, con sus manos, para su hijo. Había tanto cariño tallado en esas muletas que eran otro tipo de para siempre. En todos esos milagros, efectivos, evidentes, sencillos, identifiqué la fe. Es fácil reconocerla. La ves continuamente. De alguna manera, todos sabemos que llegará un día en que nuestra frente se romperá, como el cristal, y veremos claro y nada será como antes. Sucedía en los talleres, sucede ahora en el transporte, en el rostro ensimismado, somnoliento y silencioso de los viajeros agotados. En su mirada al vacío reconoces que les faltan fragmentos, o que tienen más fragmentos de los esperados. En el desaliento, en la noche oscura, posees esa mirada, y sabes que la primavera, algún día, algún siglo, vendrá para siempre, porque no puede ser de otro modo. Ves la fe en más sitios. Si te fijas, en todos. Y, más fieramente, en personas envueltas en banderas, curadas también, de pronto, de todas sus enfermedades, en un milagro aparatoso y continuo. El guía que nos había prometido ver a Dios, y que nos llevó hasta allí, me miró con orgullo, como preguntándome y confirmándome a la vez el sentido del viaje. Le sonreí, dándole la razón. Por amabilidad. Por algo parecido a la piedad. No vi a Dios. Era imposible verlo, incluso si aquellos milagros hubieran sido, en efecto, milagros auténticos. Vi algo que, lo dicho, ya conocía y que, ahora, tal vez 20 años después, veo con más intensidad. Con miedo, esa es la palabra. Algo que va creciendo conforme Dios, muerto, se va desintegrando y desaparece su recuerdo. Es algo que implica más muertes y desapariciones que la de Dios. Implica, de hecho, la nuestra. Es la fe. Inaudita. Continua. Candente. Próxima al milagro. Tal vez no hay nada más que fe en todas partes. Lo que carece de ella ya no se ve.
Fuimos a ver a Dios. Eso nos dijeron. Salimos a buscarlo de noche. Invertimos en ello tres o cuatro horas en coche y, luego, cuando el coche no pudo con el desnivel, un par de horas a pie. Llegamos a un poblado, ya entrada la mañana. Era el único con iglesia en varios kilómetros. La iglesia era apenas una casa...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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