Niñering
Los suizos y la neutralidad
No puedo evitar preguntarme qué estarán tramando al ponerse, al menos en apariencia, de parte de Ucrania en esta contienda. La puntualidad, el secreto bancario y la política de neutralidad tienen a veces significados retorcidos
Adriana T. 1/03/2022
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Viví y trabajé durante unos pocos años en Suiza, desempeñándome como niñera para diversas familias de clase pudiente. Pese a que compartí con ellos el pan y el techo, sequé con mis propias manos las lágrimas de sus hijos, madrugué para alimentar a sus gatos e incluso llegué a entender su intrincado sistema de recogida de basuras, en lo esencial Suiza sigue constituyendo un misterio inexplicable para mí.
Son muchísimas las cosas sobre aquel país a las que no consigo dar una explicación. Estaba, por ejemplo, el famoso tema de la puntualidad. No hay suizo que no se congratule relamidamente con el asunto de la estricta puntualidad. En este país ser impuntual es una ofensa, un pecado grave, aquí todo y todos llegamos a nuestra hora, me decían a veces antes de contratarme, mirándome de soslayo, como tratando de calibrar si mi pelo moreno me impediría por algún motivo biológico comprender el funcionamiento de un reloj. Y, sin embargo, conservo recuerdos nítidos–es imposible que me los hayan implantado– de la gran cantidad de veces que un suizo –suizo auténtico, rubio, centroeuropeo y ario– me hizo esperar durante mucho más rato de lo que la cortesía admite. O de los trenes que en ocasiones fallaban pese a que es tabú mencionarlo. O de los eventos que a veces se retrasaban por cualquier motivo, mientras mi acompañante –suizo de toda suicidad– me aseguraba para mi estupor que los eventos en Suiza nunca se retrasan. Llegué a la conclusión de que la puntualidad suiza es una suerte de dogma de fe, como la pureza de la Virgen María o algo así. No se cuestiona, no se hacen preguntas sobre eso, se limitan a celebrarla como se celebra la liturgia. Y punto.
Suiza es un país neutral desde hace 200 años. Dicho en cristiano: si nos queremos sacar los ojos entre nosotros es nuestro problema, ellos no se meten
La fallida puntualidad es un asunto inofensivo, por otra parte. Pero luego venía el tema, aún más famoso, del secreto bancario. Es una verdad universalmente reconocida que si eres, qué sé yo, rey de España, oligarca ruso, o un simple millonario corrupto buscando asilo para tu fortuna de origen criminal, Suiza es el país indicado para ello. Puedes abrir una cuenta sin problema y ocultar en ella tus millones con la certeza de que nadie vendrá a importunarte. Así que no pude evitar sorprenderme cuando recién mudada a aquel país –con todo el papeleo en regla y un permiso de residencia tramitándose– tuve que someterme a un proceso tediosísimo sujeto a un millón de comprobaciones antes de que me permitieran cobrar y alojar mi modesto salario de niñera en uno de sus poderosos bancos. Cerrar aquella cuenta bancaria cuando la fortuna me sonrió lo suficiente como para poder volver a España fue igual de penoso. Tuve que dar explicaciones pormenorizadas acerca de cuánto dinero había ganado durante mi estancia, firmar mil pliegos escritos en idiomas que apenas entiendo, dejar que comprobaran el pago de mis impuestos y prácticamente llevarme una mano al corazón y jurar por Dios que no les estaba haciendo ninguna jugarreta. Me encantaría saber, por simple curiosidad morbosa, cómo se las arregló –presuntamente– el abogado del rey emérito para sacar del país todos los meses una maleta con miles de euros en fajos de billetes en efectivo, porque yo no pude llevarme ni uno solo de los francos que tanto esfuerzo me costó ganar sin que las autoridades estuvieran al tanto de mis movimientos.
Pero hay más asuntos que permanecen para mí ignotos. Mucha gente sabe, o al menos le suena, que Suiza es un país neutral desde hace unos 200 años. Dicho en cristiano: si nos queremos sacar los ojos entre nosotros es nuestro problema, porque ellos no se meten en nuestros mundanos jaleos.
Así que estos días ha causado sensación la noticia de que Suiza va a dejar de lado su tradicional política de neutralidad y congelará los activos rusos alojados en bancos suizos uniéndose a la miríada de sanciones y represalias que el mundo entero ha adoptado en contra de la repugnante decisión de Putin de atacar al país vecino.
Suiza concedió asilo a solo 644 personas entre 1933 y 1945, de las cuales apenas 252 entraron en el país durante la guerra
He leído a gente bromeando con eso. “Has debido de hacer algo terrible para que hasta los suizos se enfaden contigo”, fue uno de los comentarios que más se repitió. Me causó desazón. De algún modo, ha calado muy hondo la idea de que los suizos son gente pacífica, seres de luz que viven entregados a sus plácidas vidas alternando la práctica del esquí alpino con la natación en alguno de sus lagos de ensueño. Como si el hecho de que hayan logrado transformar un país de toscos cabreros que malvivían tragando queso fundido en las montañas para no morir de hipotermia en una próspera potencia económica, con una industria puntera y los salarios más altos de Europa, no descanse sobre el ejercicio reiterado de deshonestas prácticas financieras y la cobertura económica que han proporcionado a algunos de los peores criminales del planeta. Como si yo no hubiera visto con mis propios ojos en algunos de los bucólicos pueblos en los que residí carteles terroríficos alertando en contra de la inmigración, o protestando abiertamente contra las políticas sociales de protección a los más vulnerables. Carteles que permanecían colgados de las farolas durante semanas, pues no parecían molestar a nadie.
Como Estado neutral próximo a Alemania, Suiza fue un destino frecuente entre los refugiados que huían del nazismo. La neutral Confederación Helvética tenía, no obstante, políticas estrictas con respecto al acogimiento de refugiados judíos. Desde 1933 hasta 1944 se otorgó asilo a los refugiados solo si éstos “estaban bajo amenaza personal debida exclusivamente a sus actividades políticas”, por lo cual no se incluía como “refugiados aceptables” a quienes vivían bajo amenaza por motivos de raza, religión u origen étnico. Basándose en esta definición, Suiza concedió asilo a solo 644 personas entre 1933 y 1945, de las cuales apenas 252 entraron en el país durante la guerra. Todos los demás refugiados fueron admitidos por los cantones y se les concedieron permisos diferentes, incluyendo un permiso de “tolerancia” que les permitía vivir en el cantón, pero no trabajar.
No puedo evitar preguntarme qué estarán tramando ahora al ponerse, al menos en apariencia, de parte de Ucrania en esta contienda. La puntualidad, el secreto bancario y la política de neutralidad tienen a veces significados retorcidos para los suizos. Me muero de ganas de ver con qué van a sorprendernos ahora.
Viví y trabajé durante unos pocos años en Suiza, desempeñándome como niñera para diversas familias de clase pudiente. Pese a que compartí con ellos el pan y el techo, sequé con mis propias manos las lágrimas de sus hijos, madrugué para alimentar a sus gatos e incluso llegué a entender su intrincado sistema de...
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Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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