Poesía
Atormentado, feliz
Algunos apuntes más o menos dispersos acerca del libro ‘Tormenta todavía’ de Andreu Jaume
Rodrigo Fresán 4/04/2022
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UNO. Antes que nada, después de todo, vaya por delante y listo para la retirada: mi relación con esa extraña entidad (para mí sobrenatural y extraterrestre) conocida como poesía es más bien cautelosa. A no confundirse a partir de mi confusión: no se trata de desinterés o desprecio de mi parte sino de admiración, pero (a diferencia de lo que me sucede con la prosa, o al menos así quiero pensarlo) reconociendo siempre mi más que parcial e incompleta comprensión del asunto. Siento que me falta algo y me sobra respeto. He leído y gozado, está claro, de lo que han hecho en este campo siempre abierto los omnipresentes anónimos responsables de los grandes textos sagrados y los por siempre modernos antiguos griegos y Dante y Shakespeare y Larkin y Borges y Kerouac y Justice y Frost y Cummings y Simic y Glück y Carson (¿de verdad es poesía lo de Anne Carson?) y cantautores como Bob Dylan y Ray Davies y Charly García y Rickie Lee Jones y Franco Battiato y Elvis Costello y Warren Zevon y Leonard Cohen, quien vino de la poesía. Y hasta la pasé muy bien viendo el film Patterson de Jim Jarmusch. Y casi sentí, luego de la lectura de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño o de Poeta chileno de Alejandro Zambra, que al menos –en tanto yo escritor– creí discernir un poco cómo piensan los poetas.
Es decir: puedo apreciar la poesía pero nunca pude apresarla.
Y en su momento subrayé aquello que alguna vez casi confesó Ben Lerner en un pequeño libro al que tituló El odio a la poesía (Alpha Decay). Allí, Lerner –uno de los versificadores jóvenes más prestigiosos de Estados Unidos y también celebrado novelista– arranca admitiendo que la poesía no le gusta, y que ese disgusto acabó fundamentando su vocación poética. “Hay mucha más gente de acuerdo en cuanto a que no le gusta la poesía que personas de acuerdo en cuanto a lo que es la poesía”, explica Lerner. Y Lerner amplió en un reportaje: “La poesía hace que la gente se sienta excluida; la perciben como una suerte de amenaza, de ahí que la reacción sea tan intensa y esté tan teñida de inquietud. Sea cual sea su sentido, la poesía siempre tiende a despertar emociones extremas”.
Ditto.
Es decir: Eliot y Pound me dan miedo. Ese miedo que se tiene a lo desconocido por propio desconocimiento del territorio y ausencia de mapa y brújula.
Y, sí, mi primera exposición a las radiaciones de la cuestión probablemente haya sido cortesía de los discos en los que Joan Manuel Serrat “musicalizó” a Antonio Machado y Miguel Hernández. De ahí, seguro, un cierto vergonzoso prejuicio que no me avergüenza confesar aquí: si no rima, siento como si me estuviesen estafando. Un poco.
DOS. Los versos y estrofas de Tormenta todavía no riman pero...
TRES. ...aún así me han producido una rara y poderosa emoción que en principio (en una primera lectura) no supe definir y que me dejó paralizado; pero que luego (en una segunda lectura), tuve perfectamente claro por qué y de qué se trataba este síntoma que yo sentía, que tan pocas veces he sentido tan extremadamente tanto, sintiéndome tan no excluido sino incluido: “Ah, claro, esto es La Poesía”, me dije.
CUATRO. Porque Tormenta todavía (Sloper, 2022, 224 páginas) es un largo ciclo poético en tres movimientos/cantos/variaciones (“Edgar”, “Lear”, “Cordelia”) girando alrededor de motivos clásicos y universales y eternos pero brotando del aria de un episodio puntual y reciente y muy pero muy personal y privado.
Pero no es sólo eso: Tormenta todavía –evocación, letanía, invocación, monólogo, elegía y confesión entre agónica y extática– puede ser leído como un policial, como un thriller del alma en el que al poeta (Jaume) juega/investiga, alternando en ocasiones y en otras simultáneamente, los roles de víctima y asesino y detective con modales dantescos. Es decir: Jaume desciende infernal y se hunde y sale a flote y purga a la deriva (viaja y descubre y cita y mira y ve y ama y celebra aferrándose al ataúd de tantos inmortales de esos que se llevan tatuados en la propia vida a la que el tiempo le pasa sin pausa) para finalmente ascender hasta alcanzar/recuperar esa paradisíaca sonrisa de su Musa quien, a la vez también, es aquí víctima y asesina y detective de su inspirado.
Tormenta todavía es, formalmente, un artefacto perfecto y prodigioso y –como narrador– no puedo sino celebrar mucho (y envidiar mucho) su entramado
Tormenta todavía es, formalmente, un artefacto perfecto y prodigioso y –como narrador– no puedo sino celebrar mucho (y envidiar mucho) su entramado. Estructura en la que primero se nos ofrece la versión encriptada, luego el largo código para descifrarla y, finalmente, el resultado de su comprensión que aquí, afortunadamente, es un final feliz luego de tanta nube y niebla.
Y digo “afortunadamente” porque Tormenta todavía es una formidable y olímpica love story recorrida por obstáculos a superar y premios a reclamar. Un tan descarnado como carnal autorretrato en paisaje con stormy weather de una crisis de pareja con un grado de refinado impudor y delicado valor como pocas veces he visto y leído. Pocas veces, pienso, se ha sido tan honesto y valiente a la hora de definir esa cobardía que es parte importante y decisiva en la competición honrosa pero a muerte de los más vitales sentimientos. Diré aquí (me parece que debo decirlo) que conozco desde hace mucho a sus atléticos y amorosos protagonistas (Andreu y Mónica) y que, ya queriéndolos, luego de Tormenta todavía, los conozco mejor y los quiero aún más.
>Y ya trayendo Tormenta todavía a mi territorio (que es lo que uno siempre acaba haciendo cuando lee a otro y lo de otro y que, no habiéndolo escrito, al menos comienza a sentir y a desear como algo un poco propio), debo decir que sonreí cómplice pensando en que aquí también hay algo del Pale Fire: uno de mis libros favoritos contenedor de uno de mis poemas favoritos. Pero que, a diferencia de lo que ocurre con la polimorfa y perversa novela de Nabokov, aquí se busca y se encuentra algo mucho más difícil de alcanzar: no la “explicación” de los versos en notas al pie a cargo de un loco alucinado sino el sentido pleno de un sentir en notas al corazón de un sabio iluminado. Porque, aunque no haga falta que yo lo diga, Jaume sísabe (sabe mucho) de poesía y la ha comentado y traducido (algo que no acabo de entender: el que la poesía sea traducible); y es, además, la persona a la que yo, de tanto en tanto, le pregunto si debo leer poemas de A o B o C o a X o Y o Z. En semejantes ocasiones, Jaume siempre me responde sí o no, pero sin por eso privarse de señalarme la dirección que conduce a N. Dirección que, de inmediato, yo tomo.
CINCO. Y, last but not least (y tal vez esto sea lo que en principio me llamó a silencio conmovido y me obligó a una segunda lectura para así poder más o menos formular/atar estos pensamientos sueltos), Tormenta todavía, como suele ocurrir con las grandes obras, no solo me dio la razón en algo que ya pensaba sino que además me demostró que esa razón, cuando hay talento de por medio, puede perderse para, enseguida, recuperarse mejor y más fuerte de lo que antes era.
A saber: a partir de mis lecturas esporádicas y, como dije, siempre precavidas y hasta temerosas del género, yo –como concepto ingenioso apenas ocultando los temblores de un mecanismo de defensa– siempre me dije que había dos modelos de poesía: la poesía que se ocupa del rostro (de revelarnos la realidad) o la que se ocupa de la máscara (de revelar una alternativa a la realidad).
Con Tormenta todavía, pienso, el arte de Jaume consigue ambas cosas, al mismo tiempo, con algo que exhibe a la vez que esconde esa figura en el tapiz a la que se refería Henry James.
SEIS. Tormenta todavía es una revelación.
UNO. Antes que nada, después de todo, vaya por delante y listo para la retirada: mi relación con esa extraña entidad (para mí sobrenatural y extraterrestre) conocida como poesía es más bien cautelosa. A no confundirse a partir de mi confusión: no se trata de desinterés o desprecio de mi...
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Rodrigo Fresán
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