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Una imagen de archivo del músico argentino Daniel Melingo.
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A la procesión. Marco alternativo. Otras procesiones son posibles, solo hay que seguir los misterios de la buena música. Último itinerario en Madrid: Melingo, Martirio y Pepe Luis Habichuela. El flamenco y el tango vivieron una época de especial esplendor en los años veinte y treinta del siglo pasado. Años felices y trágicos, de grandes ilusiones y grandes fracasos, de meteóricas fortunas y de radicales quiebras morales. Años de entreguerras: el cielo y el infierno a la vuelta de la esquina. Músicas sutiles y de arrebato desplegando sus encantos. Músicas criadas en el patio de los de abajo. El tango y el flamenco son parientes (en el sentido) del blues y el swing afroamericano, del son cubano, de la chanson de cabaret francesa, de la canción napolitana o del rebético griego. En todos esos géneros la tradición cristaliza en virtud de unos creadores que tienen claro su destino: bailar en las calles. La calle estaba preparada para esas melodías de arrabal, para ese qué bonita está Triana/ cuando le ponen al puente/ banderas republicanas. Y por seguir con la ultramoderna Niña de los Peines cantando por bulerías:
Son tantos los negros
los que han venido
para bailar este charlestón
este en París
este en Madrid
este en Valladolid
Mama, cómprame un negro…
Otro imaginario fue posible. De flamencos y linyeras, gente muy parecida que estaba tocando el fondo.
Enrique Santos Discépolo dijo que “el tango es un pensamiento triste que se baila”. Y a Melingo le vimos bailar amartelado a su propia fantasía. El corso de Daniel Melingo llegó al café Berlín con un repertorio que recorre a placer su jugosa y conmovedora discografía. Melingo S’il Vous Plaît Tour 2022 se llama la aventura. Y en ella están unos músicos maestros, poderosos y bravos para entrarle al peligro. Juan Pablo Gallardo, al piano y la dirección musical, el bandoneonista Facundo Torres y el contrabajista Romain Lecuyer. Melingo, además de desfondarse con su prodigiosa garganta profunda, sopla el clarinete o rasguea un bouzouki diminuto. Melingo es maestro de ceremonias: una vis que lanza destellos compinches con el cómico Totò, un requiebro danzarín que saluda de lejos a Tom Waits. Viste de negro riguroso el compadrito Daniel: levita, chaleco, sombrero y zapatos de punta puñal y tacón cubano. Todo es creíble, y eso es lo raro en este mundo de invenciones y derrotas. Los personajes que pueblan las canciones pertenecen al territorio de los olvidados. En todos palpita la felicidad del existir, la melancolía del vivir. El glamur sucio o luminoso de un arrabal imaginario por el que deambula la poesía tierna y un poco cruel de este bardo, linyera irredento. Del brazo lleva a sus piantaos, pebetas y malevos, sabihondos y suicidas, almas de corazón y hueso. El pueblo gritaba: ¡Narigón, Narigón…! Y Narigón les dio Melingo:
Le decían el Narigón
Por lo mucho que aspiraba
Salía de noche, volvía de día
No tenía paz este muchacho
Pero todos le decían
vas a tener que parar…
Y ahí el pueblo del café Berlín vio el momento de asaltar el cielo de Madrid.
Lo de Martirio y Raúl Rodríguez fue un comando sorpresa en la sala Galileo Galilei. Venían de cerrar con su nuevo espectáculo el Festival Internacional de Tango de Granada. Y, ¡aleluya!, se han metido en el tango hasta el fondo de la cueva. Un tango centenario y renacido, fertilizado por el nervio flamenco, por el compás omnívoro. Sublime Martirio, con su filigrana y su desgarro, con esa valerosa forma de interiorizar música, letra y gesto. Sublime Raúl, con su guitarra de vértigo y exploración. Creo que la guitarra de Raúl tiene ya denominación de origen, más aún cuando en otros conciertos se engancha al tres cubano. Sublimes madre e hijo con el tango por bandera sentimental.
Muy desde dentro se lo trabajan Martirio y Raúl. Con cabeza y corazón, le meten mano a un cancionero de leyenda, con sustancia poética cumbre. Un arte alado. Martirio y Raúl cogen lo mejor de un género y, con respeto, lo fecundan, lo hacen suyo y lo reinventan. Sonaron Uno, El corazón al sur, Naranjo en flor, Melodía de arrabal, El día que me quieras, En esta tarde gris, Volver, Los pájaros perdidos, Chiquilín de Bachín, Balada para un loco, Tatuaje, La bien pagá… Algunos autores son Discépolo, Gardel y Le Pera, Piazzolla, León y Quiroga, y la también gran compositora Eladia Blázquez (la de y me dan por la cabeza). Historiones fuertes de los clásicos tangueros para dos espíritus en flor. Martirio y Raúl inyectan inmensa intensidad en esta música embriagadora. Filosofía pura para un viejo amor, un nuevo amor, un amor perdido, un amor desconocido y mellizo. Muerto y resucitado me dejaron la otra noche. Muerto, resucitado y en la gloria. Madre e hijo tienen el corazón al sur del sur. Tanto que al pasar por algún conventillo, se me piantó el lacrimal. Martirio se despidió con las dos palabras mágicas del momento: Paz y Salud. El capataz del paso gritó: ¡Al cielo con ella!
Con la paz y la salud al hombro llegué a los Teatros del Canal. Pepe Luis Habichuela (antes Pepe Luis Carmona) estrenaba espectáculo de homenaje a su padre Luis Habichuela, guitarrista fallecido en 1993. Al fondo del escenario, una gran foto del padre con la leyenda: “Tiene Luis Habichuela los ojos de fuego negro y el alma de yerbabuena”. Los tíos de Pepe Luis son dos grandísimos maestros de la guitarra flamenca: Juan y Pepe Habichuela. Todos descienden de una leyenda: Habichuela el Viejo, bisabuelo de Pepe Luis.
En el espectáculo “In paradisum” están integrados el Coro de Cámara de Granada y el Quinteto de Cuerda de la Orquesta Ciudad de Granada. Y a su vera, en el centro de esta experiencia musical, están los flamencos que sustentan en escena a Pepe Luis: Rubén Campos y José Cortés El Pirata, guitarras; José Luís Lopretti, piano; El Moreno, percusión; Manuel Cantón, bajo; Soleá Carmona, Luisi Carmona, Aroa Fernández, Alba Cortés, coros flamencos. Una obra en tres partes: “Recuerdos”, “Canto Penitencial” y “Raíces”. Viendo a Pepe Luis en este gran oratorio flamenco a su padre, me vino a la cabeza lo que hace ya bastantes años me dijo un ejecutivo que tenía un diseño en la cartera para aquel apuesto muchacho de la Barbería del Sur: “Vamos a hacer de Pepe Luis un nuevo José Luis Rodríguez El Puma”. Afortunadamente, no fue así.
La forma de cantar que hoy tiene Pepe Luis es fruto de lo vivido y aprendido junto a Enrique Morente, también del deslumbramiento por Camarón. Dos vías paralelas y que se encuentran en su voz. Nuevos filtros a lo que ya filtró Morente: la vidalita de Marchena “Triste estela de amor”, los tientos de Pepe de la Matrona “En aquel pocito inmediato” o la fantasía sinfónica morentina con versos del exiliado Luis Ríus: Hasta los raíles del tren/ me hacen a mí llorar/ tan cerca el uno del otro… Y sonó la saeta de Antonio Machado, musicada por Serrat. Me gustó más Pepe Luis cuando se ceñía a su centro, al flamenco al desnudo. Pero era esta una noche de homenaje al padre fallecido. Y cada uno llora a sus muertos como mejor sabe y puede. Sonó la “Salve” de la Misa flamenca de Enrique Morente:
Dulce María dime:
¿Verdad que te encontraste
Cuando bajabas la colina oscura
—y retumbaba la tarde—
Con la madre de Judas
—también muerto—
Y os abrazasteis y llorasteis
Juntas como dos madres?”
Me gustó escuchar esos versos del también exiliado y desolado Pedro Garfias en estos tiempos de guerra y barbarie. Y me volví para casa támbale, támbale, támbale…
A la procesión. Marco alternativo. Otras procesiones son posibles, solo hay que seguir los misterios de la buena música. Último itinerario en Madrid: Melingo, Martirio y Pepe Luis Habichuela. El flamenco y el tango vivieron una época de especial esplendor en los años veinte y treinta del siglo pasado....
Autor >
Pedro Calvo
Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.
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