TIRANDO DEL HILO, VI
Una madre que escribe
En ‘Los seres queridos’, Berta Dávila escribe y monologa sobre el deseo, la identidad y el amor
Carmen G. de la Cueva 28/04/2022
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“La maternidad”, escribió Adrienne Rich en su Nacemos de mujer, “tiene una historia”. El dolor individual que, aparentemente, es un dolor íntimo de madre, es el dolor individual e íntimo de todas las madres que nos rodean y de las madres que vinieron antes que nosotras. La maternidad tiene una historia cosida, algunas veces hasta literalmente, al cuerpo de las mujeres, una historia que va hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Por mucho que una haya leído –y solo unas cuantas privilegiadas llegamos al parto con una pequeña tesis sobre maternidades literarias–, los libros apenas han tratado la voz de la madre, la voz interior, ese río de palabras que monologa sin descanso, que se cuestiona, se culpa y se atormenta por no saber si la manera en la que está encajando individualmente la experiencia universal de la maternidad es la más adecuada, la correcta, la que la va a hacer más feliz. Parece algo insignificante eso de escuchar el discurso interno de una madre, mucho más insignificante les parece a los críticos que arman el canon literario, a los suplementos, a la historia literaria con mayúscula. Pero cuando una mujer se queda embarazada, es más, cuando una mujer que lee y, a veces, hasta escribe, se queda embarazada, le faltarán libros, experiencias, miradas y hasta lenguaje para traducir el runrún mental que ya no se irá nunca. Y no solo a la madre que va a ser o a la madre que ya se es, cualquiera que quiera conocer un poco más profundamente el mundo y la condición humana tendría que coger entre las manos un buen puñado de libros –alguno de Adrienne Rich, de Alice Ostriker, de Jane Lazarre, de Tillie Olsen, de Alice Munro, de Annie Ernaux, entre otras cientos de autoras– y empaparse de literatura, vida y conocimiento. Si eso sucediera, si los lectores entendieran que la experiencia de la maternidad es más universal si cabe que la de la guerra, si estuvieran dispuestos a ceder en sus prejuicios y desenfocar esa mirada misógina por un momento, encontrarían algunos de los mejores pasajes de la literatura de todos los tiempos. Por no hablar del enorme ejercicio de empatía que supondría leer sobre maternidad, embarazos, aborto, crianza. La vida misma, la cotidianidad del mundo entero contenida en unas cuantas páginas.
Ese lector ficticio podría coger entre las manos, por ejemplo, cualquiera de los libros de Berta Dávila, pero, más concretamente, Los seres queridos (Destino, 2022). En él, una mujer que es madre de un niño pequeño y que está embarazada, escribe y monologa sobre el deseo, la identidad y el amor. Antes de parir a su primer hijo, sufrió varios abortos, algo que contradecía enormemente ese deseo alegre y despreocupado de ser madre. Cuando intentó escribir sobre su experiencia, la primera vez, no fue capaz de distanciarse del sarcasmo: “Me observaba a mí misma abrazar la frivolidad en cada frase con la intención de degradarme, y que así, explicándole a un lector que fuma en pipa que yo también consideraba ridículo aquel trance, se compadeciese de mí. No de mí como madre sino de mí como madre que escribe, y que escribe como si fuera escrita por otra, y siempre como si esa otra opinase que no hay nada interesante o literario que contar sobre una madre pero no pudiese resistir la tentación de hacerlo”. Me gusta esto que hace Dávila de teorizar sobre la propia escritura de la maternidad contradiciendo aquello que dijo la psicoanalista Helene Deutsch de que “las madres no escriben, están escritas”.
La madre que escribe Los seres queridos tiene una voz honesta y limpia, muy sensitiva y humilde. Es como si la autora quisiera continuar la narración de su anterior novela Carrusel (Barrett, 2021) y hacer un díptico sobre los muertos y los que sobreviven. Tal y como confiesa la narradora de Carrusel, su libro parece estar escrito en “trozos de papel, sin saber muy bien para qué o para quién los escribo, y ni siquiera esas notas serán, algún día, un libro. Pienso que intento conservarme como soy a través de la palabra escrita, preservar lo que tengo de lucidez y entregárselo a algo o a alguien en el futuro”. Es justo eso: parece que la autora intenta conservarse como es a través de la palabra escrita y entregar al lector un trozo de cotidianidad con todo el dolor y la belleza posibles.
“Un niño tarda nueve meses en formarse dentro del útero y nacer”, nos dice la narradora de Los seres queridos, “pero nadie sabe cuánto tarde en formarse y nacer una madre. No la madre que el niño concreto necesita, sino la madre que esa mujer quiere ser”. A mí la voz de Berta Dávila me parece de lo más hermoso que ha surgido en las letras españolas últimamente, me gusta su profundidad, el uso sencillo del lenguaje, la manera en la que entrega pequeñas cápsulas de cotidianidad que dan sentido al mundo. Como cuando la madre despierta al niño cada día y recuerda que, cuando se es madre, todos los días empiezan de manera parecida porque el hijo se despierta con un manto de lentitud que le cubre la cara y el pelo y su boca es torpe todavía y las palabras le renacen con sus formas primitivas. Aquí hay una madre que escribe.
“La maternidad”, escribió Adrienne Rich en su Nacemos de mujer, “tiene una historia”. El dolor individual que, aparentemente, es un dolor íntimo de madre, es el dolor individual e íntimo de todas las madres que nos rodean y de las madres que vinieron antes que nosotras. La maternidad tiene una historia...
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Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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