CANTAR PATRÁS
El lujo del olor a sofrito
Hemos ubicado en el limbo a millones de refugiados. No es propio de la condición humana habitar un limbo, sino tener un techo, una casa
Aurora Fernández Polanco 23/03/2022
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Acabo de venir de la presentación de Estética de la extinción, una antología de textos (de varios autores, cortitos y muy lúcidos) editados por Iván de la Nuez que se refieren a la obra de Max de Esteban, quien abandonó su antiguo puesto en las finanzas y viene trabajando en arte desde hace años. Investiga fundamentalmente sobre la condición humana en un régimen tecnológico. Allí hemos hablado de la pertinencia del título. Extinción no es apocalipsis. Tratamos de la necesidad que tienen el arte y la cultura de involucrarse en un análisis ideológico profundo sobre la crisis sistémica que estamos padeciendo y de ajustar bien las cuentas con la tecnología. Durante la conversación hemos tenido buen cuidado en evitar el exceso de metáforas y el relato académico, tan propio de quienes estamos a salvo y en la distancia. Por ello destacamos –salvamos– el papel de los móviles y las redes sociales, no solo en el activismo, sino en la mera supervivencia, como podemos ver en tantas imágenes de la resistencia dentro y fuera de Ucrania. La poeta y activista cubana Katherine Bisquet nos comentaba en la presentación: “Para nosotros, los activistas que luchamos contra el poder político, contra la violencia de cualquier estado, las tecnologías y las redes sociales son nuestra salvación”. En relación con las ciudades y pueblos rusos que salen a manifestarse contra la guerra, recientemente Sebastiaan Faber nos hizo saber desde CTXT la opinión de Tom Blanton, que está en desacuerdo con que las grandes empresas tecnológicas vayan a salir de Rusia: “Sería mejor mantenerlas abiertas para contrarrestar la propaganda oficial”. Por las redes se produce la auto-organización de las protestas en Rusia; más allá de las emociones, corre la información para servicio público, o se muestra la falta de derechos humanos, o el racismo de la policía en las fronteras de Polonia que denuncian muchos africanos. Entre otras muchas cosas.
Así que en tiempos de la –por otra parte, necesaria– producción de subjetividad micropolítica en la que solemos enredarnos quienes seguimos preocupadas por una habitación propia, no me sorprendo al volver a nombrar la condición humana, hilvanada en unos cuantos acontecimientos, más básicos y compartidos de lo que solemos recordar. Como tener agua potable y electricidad. “Yo solo quiero ser normal”, explicaba en la radio un habitante de la Cañada Real. No soy sospechosa de rescatar este adjetivo, pero enseguida comprendí que reivindicaba lo que es habitual, lo ordinario en relación a los derechos humanos. ¡Qué lejos el spleen, la noia, el tedio de la burguesía del (contra) desarrollismo occidental! ¡Qué básico resulta todo en tiempos difíciles, y qué alejado de los constructos económicos, políticos e históricos! La gente que tiene peques, a los mayores calentitos con la sopa a su hora, los amores, los amigos, las fiestas de cumpleaños, con tal de que tales cosas no ocurran sin luz, entre escombros o a empellones de brigadas asesinas. Por eso el título elegido. Porque hay una hora al anochecer donde se llenan las cocinas de un humo que calienta el alma. No soy, por supuesto, tan ciega, ni tan estúpida como para no distinguir entre los privilegios del norte y las brasas de otros pueblos, otras chabolas y otros campos de migrantes. Ni en la “nube”, ni en el limbo donde hemos ubicado a los millones de refugiados cuentan con el derecho “normal” (y ¡a conquistar!) del humo cálido y ancestral de las cocinas. No es propio de la condición humana habitar un limbo, sino tener un techo, una casa que, como dijo aquel filósofo, “en cuanto al ser, suplanta contingencias”.
No-humana me parece la invasión del régimen de Putin; las muertes en la frontera Sur, los ataques israelíes a Gaza; es condenable como no-humana la negación de la violencia machista por parte de Vox o la ignorancia miserable del consejero de educación de Ayuso ante los informes de Caritas (“en Madrid viven tres millones de personas con riesgo de exclusión social”). Es inhumano el sufrimiento del pueblo saharaui. Pero de lo que se trata en Estética de la extinción es de denunciar el substrato ideológico de nuestro mundo, ya que no hay condición humana en las abstracciones de la economía. El limbo es una categoría fantasmal. La que, en última instancia, conduce nuestras vidas, y nuestras guerras. La actividad financiera y el destino de la humanidad, dice Franco Bifo Berardi en su artículo de Estética de la extinción: “Enmarcan el actual absolutismo financiero en un contexto evolutivo donde la felicidad y el bienestar de grandes poblaciones son irrelevantes, ya que lo único que cuenta es la expansión de la economía”. El mismo autor, esta vez en El tercer inconsciente. La psicoesfera en la época viral, su último libro de la imprescindible editorial Caja negra, insiste en que no nos queda otra, más que renunciar al futuro en términos de expansión, olvidarnos de la obsesión por el crecimiento económico: “Instaurar la utilidad y no la acumulación de valor– como criterio de la producción social es la alternativa a la idolatría del mercado”. Si el capitalismo es capaz de vivir sin condición humana alguna, la tarea de una nueva cultura consistiría en recuperarla. La metáfora de la casa en llamas del Green New Deal no incumbe por igual a toda la humanidad. No a quienes viven a la intemperie y les está vedado conseguir que ese viejo olor a sofrito suba y tope con un techo seguro.
Si una lee estos textos con gafas feministas del siglo XXI, enseguida comprende que la extinción es, desde luego, de esos individuos psicóticos que juegan a repartirse el mundo. No hay cultura de resistencia en los mismos términos, sino culturas que pueblan el imaginario de valores solidarios y nuevas formas comunitarias. Por ello, insisto, junto a mis compañeras, en este manifiesto de Resistencia feminista contra la guerra que les sigo animando a firmar.
Acabo de venir de la presentación de Estética de la extinción, una antología de textos (de varios autores, cortitos y muy lúcidos) editados por Iván de la Nuez que se refieren a la obra...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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