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Una calle de Venecia.
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Miles, millones de bromas (teredo navalis) devorando Venecia. Empiezan comiendo los briccole, los postes de roble que marcan los canales de navegación de la laguna. Después, las góndolas varadas bajo los puentes. Los puentes mismos. El primero, el de Calatrava. Se unirán entonces a las lapas (patella) para hacer de la piedra alimento.
“Están encantados con que volvamos, ¡somos su sustento!”, me dijo una turista/espectadora de la Bienal de Venecia. Quién come a quién, parece ser la cuestión.
Los turistas de la Bienal, previo pago del vuelo, el hotel, la tasa de pernoctación, los 7,5 por cada trayecto en vaporetto, los 15 de cada plato de hígado a la veneciana, pago del coperto aparte, los 25,50 euros de la entrada al evento, y, el que quiera, los 90 euros del catálogo, van caminando como hormigas descarriadas por los laberintos de la ciudad, tropezándose entre ellos. No se toparán con los habitantes de Venecia, no leerán la prensa local.
Si leyeran las noticias locales de, por ejemplo, el lunes 25 de abril, darían con esta:
Nubes de polvo de metales pesados y carbón imposibilitan la visión en el puerto comercial de Marghera, que sigue recibiendo los grandes cruceros los fines de semana.
O esta:
Se calcula que en 2030 Venecia se habrá quedado sin venecianos.
O esta:
Desaparecen los peces que habían regresado a Venecia durante la pandemia.
O esta otra:
Autoridades cierran el acuerdo para sacar los negocios de “paccotiglia” (souvenirs turísticos) del centro de Venecia, que serán sustituidos por locales de alimentación o empresas tradicionales.
Muchas de las propuestas de los llamados “Eventos colaterales” de la Bienal de Venecia no son sino muestras de paccotiglia. Exposiciones de muy bajo nivel organizadas por galeristas y artistas que venden sus obras al peso. Otros pabellones, más dignos, siguen esa moda creciente de mezclar elementos fantásticos, relatos de fábula, con una sensibilidad hacia las consecuencias del cambio climático. Muchos proyectos especulan sobre la naturaleza pero siempre añadiendo ese toque ciencia ficción que no motiva compromiso, sino ensoñación. Es curioso que esto ocurra mientras los muy reales gases contaminan la laguna, y los muy reales peces huyen de los canales.
Muchos creen que la Bienal de Venecia, que por primera vez en su larga historia registra más artistas mujeres que hombres, debería reflejar de algún modo el periodo especialmente crítico que está viviendo Europa: conflicto bélico, crisis económica y sanitaria, cambio climático. Albergo dudas de que este sea el lugar más idóneo para ello. De lo que sí estoy seguro es de que no se puede apostar por el surrealismo, la fantasía, el esoterismo y los cíborg, que es lo que hace La leche de los sueños, y a su vez, querer enfrentar problemas mundanos, como intenta el texto curatorial de la presente edición de la Bienal: “Las presiones del cambio tecnológico, el peso de las tensiones sociales, una pandemia aún en curso, y la amenaza cercana del desastre ambiental nos recuerdan cada día que como cuerpos mortales, no somos ni invencibles ni autosuficientes, sino parte de una red simbiótica de interdependencias que nos conectan entre nosotros, con otras especies, y con el planeta en su totalidad”. Hala, ya estás listo para ir a ver un cuadro de Leonora Carrington.
La antítesis de la Bienal la encontramos en un pabellón firmado por la ucraniana Zinaida, titulado Without women. En tres videos, pastores que viven sin mujeres en zonas de los Cárpatos que hoy están siendo amenazados por los bombardeos rusos, ordeñan vacas para obtener leche. En uno de los audiovisuales, un pastor bate la leche con una pala de madera para cuajarla, en una acción que asemeja la masturbación masculina. La exposición se titula La leche de la vida.
Daños colaterales
Entre los Eventos colaterales, y los englobados bajo la etiqueta Not only Biennale hay 119 exposiciones. Sin tener en cuenta las otras decenas de muestras que no han conseguido meterse en el mapa oficial de la Bienal, evento que es denominado como “la mayor muestra de arte no comercial del mundo”. En anteriores ediciones, se trataba de ocultar la venta de obras que se producía antes de la inauguración. Ahora, ya hasta posan los sonrientes coleccionistas con la “pesca del día”.
Este es un negocio que, obviamente no quiere soltar la Bienal, a pesar de la deriva caníbal
Para que tu exposición aparezca en el citado mapa oficial de la Bienal, hay, primero, que alquilar el palacio (entre los 60.000 euros y los 300.000 euros al mes), y luego, pagar el diezmo, 10.000 euros, a la propia Bienal, para que su sello aparezca en tu folleto. Este es un negocio que obviamente no quiere soltar la Bienal, a pesar de la deriva caníbal, y a pesar de que en cada edición se señalen casos de tan alta mediocridad y corrupción que hasta el propio presidente de la Bienal, Paolo Baratta, tiene que salir al paso con promesas, como las que hizo en la edición del 2015, de establecer regulaciones para controlar la gestión de los pabellones nacionales. Nunca se cumplen. Este festival del arte a gran escala en una pequeña ciudad crece cada vez más en el tiempo (este año, de abril a noviembre) y en procesos opacos, intromisiones políticas y resultados desastrosos. Y en muestras mediocres. Si lo que realmente importa es la excelencia que se ofrece al espectador, exhibiciones colectivas como “Personal Structures”, organizada por el Centro Cultural Europeo, no pueden volver a plantearse.
Seamos honestos. El propio concepto de la Bienal es más siglo XIX que XXI. Las llamadas “olimpiadas del arte”, basadas en representaciones nacionales –y, a veces, nacionalistas–, y con la concesión de premios al mejor pabellón. Pero si nos alejamos de la zona de búnkeres y visitamos los eventos colaterales, el retroceso temporal no lo curarán ni veinte biodraminas. De las olimpiadas al olimpo.
No es el sistema arte el que le muestra su nuca al presente, sino el artista sistemático. En muchos de los eventos colaterales nos encontraremos obras de arte generadas mediante la intercesión casi divina de un talento innato. Artistas que han nacido mecidos por las musas, y cuyo gesto, aunque al resto de los mortales nos parezca arbitrario, es guiado por Minerva. Un ejemplo. Lee Kun-Yong. En un video, el Artista, con música y fuegos artificiales de fondo –y un público enardecido, que nunca llegamos a ver– se sitúa de espaldas a un lienzo. Agarra dos pinceles y, sin mirar, lanza chorretones de pintura sobre la pobre superficie. No verás algo así ni en Las Vegas ni en Benidorm. El resultado es un action painting de gran crucero. La explicación es, una vez más, la tormenta de ego de los artistas, sobre todo de aquellos considerados héroes en sus países natales, pero con poca relevancia en el entramado internacional. Fotografías y videos en los que el artista aparece haciendo el cretino mientras escuchamos desde la ventana del palacio el graznido de las gaviotas venecianas. En otro espacio vemos un homenaje a Herman Nitsch, que tanta paz lleva como descanso deja. Enormes salas decoradas con sus lienzos salpicados de pintura roja. En un video aparece vestido con una túnica tirando cubos de sangre falsa sobre lienzos. Rodeado de un público que imita la cara de sobrecogimiento del artista, que ahora se sube a una escalera, dispuesto a lanzar más chorretones aleatorios sobre el lienzo. Hay días que parece que hemos superado este capítulo tan aburrido de la historia del arte, y otros, en los que seguimos secuestrados por la luz cegadora del creador divino. Pero siempre tendrán un huequito en el corazón de Venecia.
Como avisaba, aún podemos descender más. Ni más ni menos que 89 pabellones quedan englobados en esa categoría de “Not only biennale”. Y lo que hay aquí es un tutti frutti en el que, con suerte, podrás ver diez u once propuestas de calidad. Lo demás es un impulso sostenido por un grupo de oportunistas, gente con mocasines de Gucci y empresarios aprovechados que quieren colocar su producto a los adinerados turistas de Bienal. “La mayor muestra de arte no comercial del mundo” tiene que pasar a denominarse “El mayor negocio de arte no comercial del mundo”.
La Bienal se adapta, también, al escenario bélico post-covid y pre-crisis europeo. Hace dos años, Marco Baravalle publicaba un certero análisis acerca de cómo afectaban las medidas de austeridad a este evento: “El vergonzoso grupo de agencias de alquiler de espacios establecidas en Venecia y disfrazadas de instituciones culturales probablemente sobrevivirán a través de una reducción drástica del precio de la mano de obra en espera de mejores tiempos”. Baravalle clamaba por un decrecimiento de la Bienal. Al que no vendría mal acompañar de un decrecimiento de la hipocresía de este sistema artístico internacional.
Miles, millones de bromas (teredo navalis) devorando Venecia. Empiezan comiendo los briccole, los postes de roble que marcan los canales de navegación de la laguna. Después, las góndolas varadas bajo los puentes. Los puentes mismos. El primero, el de Calatrava. Se unirán entonces a las lapas...
Autor >
Juan José Santos Mateo
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