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Hasta en eso miente, pues como nos recordó Juan Ramón el mes pasado, las primeras flores son de abril y son muchas y muy bonitas y muy variadas. Mayo es el mes de los tópicos y de las cursilerías, que propician la literatura para incautos y desvalidos. Es un mes contradictorio, confuso, violento, desagradablemente sorprendente y desangelado. Empezando por el nombre, con esas dos vocales abiertas y redondas, que tanto prometen, y esa fricativa desleída en medio, que todo lo estropea, muy lejos de la fuerza cruenta de marzo y de la inocencia infantil del mes de abril y a una distancia sideral de la virilidad hispánica de la j de junio. No puede arrancar mejor, con la Fiesta del Trabajo. Pero, a continuación, muy en su ser, pierde los estribos, conmemorando la nefasta tradición popular de la contrarrevolución francesa, gloriosa y reivindicativa, que nos llevaría al impresentable Fernando VII y al exilio de Goya. Y después sigue creciendo, por sus fueros, es el mes de las sorpresas permanentes, con sus tormentas imprevistas y arrasadoras, sus diluvios universales para canónigos y sus calores desbocados de verano, que sacan humo de los huesos y chamuscan las buenas ideas. Y, en casos extremos, se habla de “nieve en mayo”, que ya es el colmo. Es el mes de los adjetivos vacíos y de las migrañas impertinentes, con las primeras moscas molestas, que reclaman el socorrido matamoscas. Es un mal ensayo del mes siguiente, que ese sí que es la apoteosis del Sol, grande, espléndido y maravilloso. Es el mes de las citas de la sentimentalidad superficial y de las obligadas citas de amor de las antologías. Nuestro romancero anónimo le concede el alto honor de una mención especial:
“Por mayo era por mayo,
cuando face la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor.
Cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor.
Cuando los enamorados
van a servir al amor”.
Mayo nos abruma con la multiplicidad de sus signos, con el engreimiento de sus metáforas y con el candor de sus mentiras. Es excesivo en todo, en sus tópicos celestiales, en su propaganda floral, en su hipocresía manifiesta, en su prepotencia antigua y avasalladora, en su impudor de museo, en su floristería de pueblo, en su duración de campeonato. Empalaga con tantos adjetivos, como si no tuviera sustancia. Durante siglos ha dominado al mundo con sus engaños, como un tirano que no tuviera que justificar sus errores. Se ha arrogado la representatividad de la primavera, ha monopolizado el bienestar en la tierra. Pagano y cristiano, a partes iguales, pasa por la paletada de San Isidro labrador, que nos ofreció el mal ejemplo de dejar que sus esclavos le labraran sus tierras, mientras él se dedicaba a sus misticismos celestiales, un patrono digno de imitación, en vísperas de la siega. Es un hito en nuestras vidas, que nos gustaría olvidar. Es una diana de malos recuerdos adversos.
Hasta en eso miente, pues como nos recordó Juan Ramón el mes pasado, las primeras flores son de abril y son muchas y muy bonitas y muy variadas. Mayo es el mes de los tópicos y de las cursilerías, que propician la literatura para incautos y desvalidos. Es un mes contradictorio, confuso, violento,...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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