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Aunque pueda parecer poco ejemplarizante, me sirve de desahogo confesar que me encuentro confundido. Tampoco hoy revelaré mis años, pero aseguro que tengo bastantes como para andarme con estos lamentos, aunque haya motivos.
Ya sabíamos que los dueños y beneficiados del tinglado social se revolverían si veían peligrar de verdad su posición, pero era más difícil suponer que con sólo tocarles la uña de un dedo reaccionarían como lo han hecho, con todos los instrumentos a su alcance: los medios de comunicación, la judicatura, siempre al lado de los poderosos, la política y el impulso para la vuelta de una formación de ultraderecha o fascista, da igual el nombre, pero la referencia para identificarlos es el comportamiento fascista.
Los poderosos, no los que están en el gobierno un tiempo, sino los que de verdad tienen el poder, en general los más acaudalados, agitan conciencias para que su clientela critique sin cesar cualquier intento de transformación progresista, de corrección de las desigualdades y de reparto de la riqueza.
De una manera u otra esto ha ocurrido siempre que a los agraciados en una sociedad injusta les tocan un pelo. No suele ocurrir porque la mayor parte de las veces solo se produce alternancia del poder político – no económico ni social– y eso no transforma nada.
A mí lo que me confunde, es el comportamiento de la izquierda. Digo izquierda referida a las fuerzas políticas, que pretenden acabar con el tinglado de la antigua farsa para construir una sociedad más justa. Los partidos de izquierda responden como lo han hecho siempre: con la autocrítica. Se critican unos a otros porque no hacen autocrítica. También se critican porque la derecha extrema y la extrema derecha les critica y más que eso, les gana terreno en el favor público. Si lo hacen será por algo, reflexionan. Ironías aparte, no hay mayor imbecilidad que la autocrítica política expresada en público. Esta tiene dos orígenes. El primero, el pecado original y sus consecuencias para todos los hombres: “Por mi culpa, por mi gran culpa”. El segundo es la autocrítica impuesta por el estalinismo, que consistía en obligar a sus oponentes en el partido a retractarse de sus posiciones como paso previo para su eliminación total.
No digo que uno mismo no deba someter a crítica sus actos u opiniones. Yo, por ejemplo, he tardado la tira en redactar esta carta porque he escrito y borrado continuamente frases que no me convencían o de las que dudaba. Incluso, he borrado todo y empezado de nuevo. Pero autocriticarse en una lucha cainita y pública es algo así como anunciar a bombo y platillo la clave de tu cuenta bancaria. Y ni esta, ni sus propios defectos y errores los hacen públicos la derecha, la extrema derecha, los ricos y demás.
La otra debilidad de la izquierda es la de dar marcha atrás en sus posiciones, asustarse de su radicalidad, cuando en realidad no es tal. Todo para tranquilizar… no sé a quién. Creo que a los medios de comunicación, en poder de los ricos, o a los ricos mismos, que, como es natural, les jode que les suban los impuestos, tengan que pagar como es debido a sus trabajadores y cosas así de razonables. También, para no escandalizar a los diputados de derechas o incluso de extrema derecha. Podría ser también que retroceden en sus posiciones o descafeínan sus proyectos para no asustar a los ciudadanos de a pie. No caen en la cuenta de que todo lo que conocemos los ciudadanos de a pie de estas cosas nos las dan a conocer los medios de comunicación. La gran mayoría de la gente no hemos visto en persona a los políticos o gobernantes, solo sabemos de ellos y de su actuación lo que nos cuentan los medios. Y estos, como la televisión o la radio, en poder mayoritariamente de los ricos, cuentan lo que cuentan y callan lo que callan. Eso hace especialmente necesario el desempeño de un medio independiente y libre como CTXT y por ello yo estoy vinculado a él. Si no existiera habría que crearlo.
España está revuelta y el mundo más. El escritor germano más popular de entreguerras, Stefan Zweig, escribe en sus memorias: “Obedeciendo una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época”. Lo decía entre otras cosas para descargar su conciencia, a cuenta de los orígenes del partido nazi, cuyo peligro no supo valorar. Más allá de esto, la frase parece una obviedad, pero no lo es, cuando observamos lo que pasa a nuestro alrededor sin que la mayoría se percate de su alcance. Voy a poner un ejemplo, Suecia, que mantenía una neutralidad a ultranza en la belicosa Europa desde el fin de las guerras napoleónicas, ha decidido acabar con ello de un plumazo e ingresar en la OTAN. Ni en la Segunda Guerra Mundial, con toda Europa atacada por la Alemania hitleriana, con todos los demás países escandinavos y bálticos invadidos por los nazis, se le ocurrió a Suecia romper su neutralidad. Este es un acontecimiento histórico de una gravedad extrema y de alcance desconocido. Y no los numerosos “partidos del siglo”, que anuncian de vez en cuando las televisiones o las radios cuando 22 menores de 35 años en pantalón corto se disputan una pelota en un prado rodeado de chillones. Yo me divierto con el espectáculo, pero no dejo de reconocer que esto tiene la misma importancia que el juego de las canicas.
Aunque pueda parecer poco ejemplarizante, me sirve de desahogo confesar que me encuentro confundido. Tampoco hoy revelaré mis años, pero aseguro que tengo bastantes como para andarme con estos lamentos, aunque haya motivos.
Ya sabíamos que los dueños y beneficiados del tinglado social se revolverían si...
Autor >
Emilio de la Peña
Es periodista especializado en economía.
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