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¿Se querían? No lo sé. Me temo que eso no se puede determinar desde lejos. Yo solo las escuchaba gritar.
Gritaba la madre a la hija, la hija a la madre, gritaba la abuela, aunque, para cuando yo llegué, sus gritos ya eran ininteligibles. ¿Cómo era ella antes? Todo un personaje, por lo que me dijeron, pero tampoco me dijeron mucho. En aquel entonces ya vivía prácticamente postrada, gritando cosas que nadie entendía. ¿Podría haber sido de otra forma? La verdad es que nunca lo vamos a saber.
Gritaba el novio de la hija, bueno, los novios. Hubo varios, tenían voces distintas, pero decían más o menos lo mismo. Gritaba el perro también. Ladraba con furia cada vez que alguien pasaba por delante de su puerta. “¿Lo has visto?”, me preguntó Laura una vez. “No, ¿por qué?”. “Es un Yorkshire”.
Me sorprendí mucho durante medio segundo.
A mis compañeras les molestaba todo ese ruido, a mí no. No sé por qué. Supongo que hay una cantidad limitada de cosas que pueden molestarte a la vez, y mi cupo ya estaba cubierto en esa época.
Las escuchaba, sobre todo, a través de la ventana que daba al patio interior. Por ahí me llegaban todo tipo de sonidos humanos. Lo de la gente follando parece lo más interesante, pero en realidad es lo de menos. Igual que las historias de gente que llega a urgencias con objetos varios metidos por el culo son lo más vistoso, pero de lo menos interesante que te puede contar una enfermera.
El caso es que en el piso de los gritos todo iba a peor, primero muy despacio, luego cada vez más rápido. Iba a peor la enfermedad de la abuela pero también la relación entre la madre y la hija, y entre la hija y el último novio, que a veces se ponía a golpear y tirar cosas. Dejé de escuchar a la señora de acento sudamericano que cuidaba a la abuela algunas mañanas, la única de allí que nunca gritaba. Los estallidos eran cada vez más frecuentes. Se desencadenaban por los celos, el cansancio, los fallos de internet o una inoportuna falta de papel higiénico.
Juanfran, el portero, me lo contó un día, no recuerdo en qué contexto. El piso pertenecía al nieto del promotor del inmueble, construido en 1941. Era el mayor propietario, tenía otros ocho pisos más en el edificio, lo que le daba un gran poder en la comunidad, aunque no vivía ahí. Lo describió: me dijo que era un hombre muy gordo y fofo. Juanfran, me temo, no es nada bodypositive. Él tiene los bíceps como Popeye a pesar de que se alimenta de pizza precocinada a deshoras y cantidades absurdas de café. Los influencers del fitness y sus seguidores se tirarían de los pelos si lo vieran.
Juanfran sentía una gran animadversión por este propietario porque había propuesto echarle. Finalmente, la propuesta no había salido adelante. Muchos de los propietarios sí que residían en el edificio, y resultaba francamente difícil imaginar cómo vivirían sin portero.
En fin, volviendo al piso de los gritos, el alquiler era barato, pues la abuela tenía un contrato de renta antigua de por vida. Pagaban como un tercio de lo que pagábamos nosotras. Estas condiciones se terminarían cuando falleciese la señora, cosa que, según indicaba nuestro sentido del oído, no tardaría mucho en suceder.
¿A qué se dedicaban? La madre atendía a la abuela, la hija encadenaba trabajos en tiendas. En el resto de los pisos vivían políticos, psiquiatras, ingenieros, estudiantes de Medicina. También gente que no se dedicaba a nada en particular, personas decadentes que nunca acababan de serlo. Y a mis compañeras les molestaban mucho los ladridos del perro.
La abuela falleció antes de la pandemia. Vinieron y se la llevaron al hospital y ya no sé cuánto tiempo pasó ahí.
Juanfran dice que el propietario les ofreció a sus descendientes un alquiler más caro, pero asequible. Que él piensa que podrían haberse quedado, que fueron torpes. No lo sé.
Cuando se acabaron los gritos, empezaron las obras.
¿Se querían? No lo sé. Me temo que eso no se puede determinar desde lejos. Yo solo las escuchaba gritar.
Gritaba la madre a la hija, la hija a la madre, gritaba la abuela, aunque, para cuando yo llegué, sus gritos ya eran ininteligibles. ¿Cómo era ella antes? Todo un personaje, por lo que me dijeron,...
Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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