HISTORIAS DE RESILIENCIA
Bordar el presente y la memoria, el duelo cíclico de Latinoamérica se vuelca en el Reina Sofía
Las guerras y las dictaduras son el 'leitmotiv' de las realidades latinoamericanas. En un afán de resistencia, la creación de material gráfico y artístico para protestar, reivindicar, buscar a un ser querido o recordar recorre su geografía
Sol Acuña 1/08/2022
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“La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo. [...] El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca”, reflexionaba el mítico reportero Ryszard Kapuściński. Las guerras y las dictaduras son el leitmotiv de las realidades latinoamericanas. En un afán de resistencia, la creación de material gráfico y artístico para protestar, reivindicar, buscar a un ser querido o recordar recorre su geografía como charcos de sangre aún calientes. Así, la muestra Giro Gráfico. Como en el muro la hiedra expone en el Museo de Arte Reina Sofía las contestaciones gráficas a las estelas de violencias crónicas del continente desde los años 60 hasta el presente. Entre ellas, el bordado.
El caso salvadoreño
“¡Cómo se impresionó el padre jesuita español Segundo Montes de ver la forma de vida que teníamos en Colomoncagua cuando estábamos refugiados! Era como un Estado chiquitito en territorio hondureño, porque ahí había todas las estructuras de un país”, explica Virgilio del Cid. Don Virgilio, como le llaman cariñosamente, mece en la hamaca su cuerpo de más de 80 años mientras relata en primera persona acerca de los nueve años que estuvo refugiado en Honduras durante la guerra civil salvadoreña (1981-1992).
Según datos de ACNUR, en el año 1984 había en Centroamérica y México cerca de 245.000 refugiados salvadoreños a causa del conflicto armado. Mesa Grande, Colomoncagua y La Virtud fueron los campamentos de refugiados custodiados por ACNUR en Honduras. Pese a la miseria, sus habitantes lograron poner en marcha un modelo de vida comunal, autogestionado y autosuficiente. Al inicio, la desnutrición y el analfabetismo estaban a la orden del día, pero poco a poco los refugiados transformaron su propia realidad. “Cuando el ACNUR dio todo el asistencialismo, entonces nos quedó el espacio para estudiar. La gente se dedicó a aprender a producir y todo se repartía equitativamente”, narra Don Virgilio.
En los refugios la gente asistía obligatoriamente a la escuela. “La educación era popular y al mismo tiempo democrática, porque no era una enseñanza impositiva sino una enseñanza participativa”, explica Don Virgilio. Además, todo el mundo asistía a talleres de formación que abarcaban desde la zapatería, la hojalatería, la cocina, la sastrería o la lutería. Entre ellos, con fines políticos, se encontraba el taller de bordado.
Todo el mundo asistía a talleres de formación que abarcaban desde la zapatería, la hojalatería, la cocina, la sastrería o la lutería
“Los militares hondureños no dejaban que los trabajadores humanitarios extranjeros sacaran material testimonial de los campamentos y nosotros necesitábamos que el mundo exterior supiera lo que estábamos viviendo, ahí fue cuando surgió el taller”, recuerda Teresa Cruz. Desde los 12 años Teresa fue maestra popular y bordadora en el campamento de Mesa Verde donde vivió cinco años. Hoy se dedica a recuperar la memoria histórica y a difundir el “arte noble” del bordado. Los tejidos, cargados de vivencias en primera persona de la guerra, se entregaron a extranjeros a escondidas de los militares hondureños. “El taller tenía dos ejes: contar la represión que estábamos viviendo en El Salvador y narrar cómo nos organizamos en los campamentos”, señala.
La muestra es el fruto de una investigación de cinco años de la Red de Conceptualismos del Sur (RedCSur), que se autodefine como una “trama afectiva y activista que, desde un posicionamiento global Sur-Sur, busca actuar en el campo de disputas epistemológicas, artísticas y políticas del presente”. Para la Red “investigar es en sí un acto político” y gracias a una amplia visión de la definición de “gráfica”, incluye fotografías, cartografía, pinturas, fanzines, camisetas o pancartas. “Estábamos muy felices de estrenar la exposición, pero es brutal, porque lo que se ve es violencia, maltrato y ejercicios de poder”, explica Sol Henaro, curadora de colecciones documentales del Centro de documentación Arkheia ubicado en la Ciudad de México.
México, un bordado por cada víctima
El pasado 17 de mayo, un día antes de la inauguración de la exposición, varios medios publicaron que México había superado la cifra de 100.000 personas desaparecidas desde el inicio de los registros en 1964. En su mayoría estas desapariciones han ocurrido desde la guerra contra el narcotráfico que el expresidente Felipe Calderón lanzó en el año 2006. La cifra de asesinatos supera los 350.000, según datos oficiales. En este contexto nace el colectivo Fuentes Rojas, un movimiento social mexicano.
Inicialmente teñían fuentes públicas de rojo sangre para denunciar las violaciones de derechos humanos que ocurren en su país, pero luego se trasladaron a la práctica colectiva del bordado. La iniciativa se llama Bordando por la paz y la memoria. Una víctima, un pañuelo. “Queríamos presentar a las víctimas y visibilizar esta crisis humanitaria, de justicia y de verdad que vivimos en México”, afirma Tania Olea, cofundadora del colectivo.
Comenzaron a bordar en un parque de Coyoacán en 2011 con el fin de “interpelar a la sociedad y crear un gran memorial ciudadano”. Así, todos los domingos se juntaban mujeres, hombres y niños a bordar. “De pronto se convirtió en un espacio para hablar, llorar y seguir haciendo este trabajo de activación de la memoria. Ocurre una suerte de milagro de mirarnos en el otro y de donar este tiempo a quien estamos bordando”, expresa Tania. La práctica comunitaria se ha extendido a otras ciudades de México y sus pañuelos han viajado por el mundo. En 2019, Fuentes Rojas envió al Reina Sofía 200 pañuelos bordados en hilo rojo para los asesinatos, hilo verde para los desaparecidos, e hilo morado para los feminicidios.
En 2019, Fuentes Rojas envió al Reina Sofía 200 pañuelos bordados en hilo rojo para los asesinatos, verde para los desaparecidos y morado para los feminicidios
Los pañuelos funcionan como un conteo no oficial de la violencia cotidiana. En algunos aparece el número de la víctima junto a una cifra mucho mayor que indica el total de muertos de ese momento. “Cada domingo veíamos como la cifra de asesinados se acrecentaba de forma exponencial, contrastando con la labor del bordado que es una tarea que requiere esmero y tiempo”, ilustra Tania.
La Demora
Los bordados forman parte de un capítulo de la exposición denominado La demora, en referencia a “una forma dilatada de producir imágenes que pone en tensión una idea de acción política determinada por la urgencia y la inmediatez”, según se explica en el libro Giro Gráfico, editado para la muestra. Para Teresa, esa espera era una de las principales fuentes de angustia para los refugiados. “Escuchamos que había campamentos históricos como el Sáhara o Palestina que en aquel entonces llevaban más de 20 años y nos moríamos de tristeza de pensar que podíamos quedarnos tanto tiempo ahí”. Así que al cumplir los 18 y todavía en plena guerra, volvió a su tierra. “El campamento fue una escuela de vida, pero en El Salvador se estaba destruyendo todo y nuestra responsabilidad era volverlo a construir con lo que habíamos aprendido en el refugio”, añade.
En el caso de El Salvador, las mantas guardan historias del pasado y se encontraban diseminadas por el mundo en manos de aquellos representantes de organizaciones humanitarias que visitaron los campos de refugiados en la década de los 80. No obstante, en México, los bordados siguen sucediendo de forma colectiva a lo largo del país a medida que los asesinatos y las desapariciones continúan.
En San Salvador, la labor del Museo de la Imagen y la Palabra (MUPI), capitaneado por un incansable luchador por la memoria salvadoreña, Carlos Henríquez Consalvi, se recuperaron bordados de México, España, Italia, Alemania, Costa Rica y Estados Unidos. Su representación se llamó ‘Bordadoras de memorias’. Además, el MUPI logró recuperar fotografías realizadas por Steve Cagan y Ulf Baumgärtner.
Gracias a esa labor investigativa, imágenes y bordados interactúan en los muros del museo Reina Sofía junto a otras narrativas de sucesos de violencia, como los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos de Ayotzinapa; las víctimas de agresiones raciales reivindicadas en el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos; o las huellas de migrantes desaparecidos en la ruta hacia el norte. “Tenemos muchos ejemplos en las últimas décadas de cómo las gramáticas visuales han permitido una especie de contrainformación sobre lo que se está viviendo”, apunta Henaro. La práctica del bordado recorre América Latina de Norte a Sur. En la exhibición hay presencia de bordados hechos por colectivos feministas, como La Voz de la Mujer, conformado por migrantes bolivianas en Argentina, así como bordados zapatistas y brasileños.
El papel de las mujeres
Consalvi incide en la importancia femenina en el desarrollo de las “comunidades utópicas” de los refugios. “El papel de la mujer asumió un rol protagónico y creativo bordando en códices de memoria histórica las denuncias ante la violación de sus derechos”, explica. Por ello los bordados remiten a una mezcla de escenas visual y texto donde se representan operativos militares contra la población civil, sus propias definiciones del exilio y un recurrente deseo de alcanzar la paz para poder volver a sus comunidades. “Eran lienzos etnográficos de la vida comunitaria o heraldos de esperanza que anunciaban otras utopías”, expresa Consalvi. En ese sentido, la exposición comprende la práctica artística “como una herramienta de transformación social y de ejercicio de voz, denuncia y de deseo por un mejor mundo”, matiza Henaro.
La muestra recorre algunos de los momentos más traumáticos de la historia política y social desde los años 60 hasta el presente y exhibe más de 600 casos de violencia militar, estatal o coyuntural de la situación del continente. Teresa nunca se imaginó que el trabajo manual de las mujeres refugiadas iba a llegar, más de treinta años después, a los muros de uno de los museos de arte más prestigiosos del mundo: “Eso es hacerle justicia al bordado y al momento histórico que vivimos”. Así, bajo la idea de temporalidad arraigada en Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, Giro Gráfico. Como el muro la hiedra, se desentiende de la tiempo lineal para desplegarse como un tiempo espiralado: “Lo que crece en los muros muta de color señalando al tiempo que vivimos: las cosas no pasaron, sino que nos siguen pasando, atravesando y conmoviendo”.
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Giro Gráfico. Como en el muro la hiedra se inauguró el pasado 18 de mayo y se exhibirá hasta el 13 de octubre de este año en el Museo Reina Sofía. El subtítulo de la exposición alude a un verso de la canción Volver a los diecisiete de la cantautora chilena, Violeta Parra. La hiedra, al igual que la gráfica, crece una y otra vez en los muros en una historia de violencia sin principio ni final. La exposición es fruto del trabajo colaborativo de 30 investigadores y la participación de diversos colectivos y artistas anónimos o reconocidos como Julio Le Parc o Luis Felipe Noé.
“La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo. [...] El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca”, reflexionaba el mítico reportero Ryszard Kapuściński. Las guerras y las...
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