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Sol de medianoche fotografiado en Finlandia.
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Querida comunidad contextataria:
Una de las causas por las que me sigue costando contar por ahí que ahora trabajo en la redacción de un medio digital es que me preocupa seriamente que alguien se confunda y me tome por una periodista. No solo porque no lo soy, sino porque es un oficio que genera bastante rechazo, y, tristemente, no sin motivo.
Cuando una piensa en periodistas, lo que le suele venir a la mente son, quizá, esos reporteros de la prensa rosa acosando con preguntas impertinentes a la celebrity recién divorciada de turno, que trata de salvaguardar algo de su menoscabada dignidad luciendo un gesto hosco y unas grandes gafas de sol mientras aprieta el paso para refugiarse en el interior de su coche. O, tal vez, imagina una gran mesa iluminada por los focos del plató en la que varios todólogos se pisan unos a otros para dar su opinión sobre temas de los que, de hecho, lo desconocen casi todo. Para otros, la palabra periodista quizá evoque uno de esos textos sonrojantes en los que un pretendido experto sugiere o recomienda a su audiencia cosas completamente demenciales, como que el salario emocional y la renuncia a las conquistas sociales es lo que se lleva ahora, al tiempo que les regaña, si son jóvenes, por no haber abandonado todavía la casa paterna y comenzado un proyecto de vida pretendidamente adulto que incluya una hipoteca a interés variable, la compra de uno o dos vehículos para poder desplazarse hasta la oficina y la crianza de varios vástagos porque, ya se sabe, alguien nos tendrá que pagar las pensiones.
En resumen, la mala praxis periodística se ha convertido en un fenómeno tan ubicuo que ya ni siquiera nos escandaliza. Quizá nos genera algo de desazón o pura resignación, pero asumimos que es tan imposible de evitar como la llegada del insoslayable crepúsculo tras un largo día.
Cuando hace tres semanas se filtraron y publicaron los audios en los que Antonio García Ferreras, director de una cadena de televisión nacional que a su vez se halla integrada en el todopoderoso Grupo Planeta, aparecía mostrando una alegre camaradería y gran complicidad en el urdimiento de tramas periodísticas putrefactas con José Manuel Villarejo, a la sazón conocido ya como el comisario de las cloacas, yo imaginé para mis adentros que pasaría lo que pasa siempre, esto es: que no pasaría nada. Al fin y al cabo, ¿qué iba a pasar? Aun así, hice el experimento de sondear a parte de mi entorno no digital, a los que se informan habitualmente a través de los principales canales de televisión o la prensa escrita regional, y les pregunté si se habían enterado de algo. Todos conocían a Pablo Iglesias, a García Ferreras y al comisario Villarejo, sí, pero del escandalito les había llegado entre nada y muy poco, o, en caso de estar al tanto del tema, tampoco les había alcanzado la idea de que se tratase de algo muy grave. Y quizá tengan razón, porque en el fondo solo es uno más de los tantísimos chanchullos y corruptelas de los que nos llegan noticias casi a diario, y la gente al final se harta de intentar seguir el hilo de todas estas locuras, demasiado ocupados como están en sobrevivir al calor creciente –angustioso preludio de lo que nos espera en las próximas décadas– y tratando de pagar la hipoteca a treinta años –y sus correspondientes intereses variables, que el del banco les dijo que les salía mejor–, los plazos del coche que necesitan para sus desplazamientos hasta la oficina, la gasolina –que casi saldría más barato llenar el depósito con Moët & Chandon–, la ortodoncia del niño o la sandía que han decidido comprarse este verano porque un día es un día y a veces hay que darse un caprichito.
Así que no, pese a la indignación que sentí al escuchar a uno de los más célebres abanderados del periodismo patrio reconociendo sin complejos que no le importaba hundirle la vida al líder político de un partido de ideología progresista con gran capacidad para movilizar a las masas, mediante el burdo procedimiento de dar pábulo a la divulgación de acusaciones falsas en su contra, intuí que no pasaría nada. Imaginé que desde algunos medios de comunicación se comentaría un poco la jugada antes de dar paso al siguiente bloque sobre los crecientes precios de la energía, los incendios descontrolados, el –bastante probable– corte del suministro de gas ruso o los fallecimientos por golpes de calor de los trabajadores precarizados, pero eso sería todo.
Pero lo cierto es que ni la mala praxis periodística ni la llegada del ocaso al final del día son del todo inevitables. Es bien sabido que en las regiones polares, tanto en el hemisferio austral como en el boreal, se produce durante las fechas próximas al solsticio de verano el fenómeno del sol de medianoche. En el transcurso de ese breve período que dura apenas unas semanas, el cielo nocturno permanece iluminado por la luz tenue y dorada del sol que se mantiene en la línea del horizonte, negándose impertérrito a ocultarse del todo.
Aunque me avergüence contar en público que trabajo en un medio de comunicación por si alguien me toma por periodista, me siento bastante orgullosa de trabajar en CTXT, un medio que se esfuerza cada día por remedar ese extraño fenómeno polar del tozudo sol nocturno. Un medio que no se rinde a las inevitabilidades periodísticas a las que estamos tan acostumbrados, y que seguirá intentando poner el foco en todas las historias que tienen que ser contadas, le pese a quien le pese.
Gracias, querida suscriptora y querido suscriptor, por formar parte de esto y hacerlo posible con tu aportación económica. Te deseo una grata temporada estival y un feliz descanso en compañía de los tuyos. Nosotros estaremos por aquí, haciendo escándalo de todo lo escandaloso. Un abrazo,
Adriana.
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Una de las causas por las que me sigue costando contar por ahí que ahora trabajo en la redacción de un medio digital es que me preocupa seriamente que alguien se confunda y me tome por una periodista. No solo porque no lo soy, sino porque es un oficio que genera...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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