OLA DE CALOR (II)
Primer verano
Los puntos de información son personas que te indican que estás en España. La pulsera de España, el polo con una bandera de España y la correa del perro con la bandera de, por supuesto, España
Gerardo Tecé 3/08/2022
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Primer verano como padre. Esto hace que, cuando los termómetros marcan 42 grados en plena ola de calor para el resto de la población, la sensación ambiental del cuidador primerizo de un bebé en pleno agosto sea de –acércale el juguete, llénale el biberón, cógelo en brazos, devuélvelo al carrito, vuelve a cogerlo en brazos que ha dejado claro que carrito no quiere, huele a caca, cámbiale el pañal, paséalo en brazos que creo que tiene sueño, pues parece que sueño no tiene, hazle lo de levantarlo para que parezca que vuela como un avión, vuelve a acercarle el juguete, joder, cada vez lo lanza más lejos, lo del avión otra vez– aproximadamente 65 grados. A la sombra.
Cuando crezca, en mitad del repaso de fotos de aquel primer verano en el que recorrimos juntos la costa de Andalucía –mira, este es tu primer baño en la playa de Zahora, papá déjame ya y dame la tablet, niño espérate que sólo quedan doscientas quince fotos– le reconoceré que no todos aquellos juegos me divertían tantísimo, por mucho que lo pareciese. Le contaré que el cucú –se esconde tras un cojín– trás –saca la cabeza– agotaba a partir de la vez número un millón, pero que, como él disfrutaba la vez un millón tanto como la cien mil, la diez mil, la mil, la cien, la diez y la una, yo seguía celebrando ese final ya conocido de su cara apareciendo con el mismo entusiasmo que le pondría a un gol del Sevilla contra el Madrid en la Champions. Le confesaré que, aunque era una maravilla de la naturaleza verlo concentrar su atención en los dibujos del libro de animales –el león, el cocodrilo, el oso, el elefante, el tiburón–, mientras él vivía un momento mágico yo pensaba que ojalá nunca en su vida se cruzase ni con un tiburón, ni con un elefante, ni con osos, ni cocodrilos, ni tigres, ni demás especies potencialmente mortales protagonistas de los libros favoritos de sus potenciales alimentos. Seré sincero y le contaré que aquellas primeras olas de la playa juntos que le disfracé de gran tsunami –cuidado que viene, que viene– eran en realidad el último aliento del océano, la orilla refrescándose levemente con un agüilla que llegaba con tan poca fuerza como las gotas finales del pipí. Le reconoceré que, después del décimo tsunami, estaba deseando soltarlo un rato para poder darme un chapuzón real, refrescarme más allá de la linde de la orilla y nadar en olas de verdad, de las que no son las últimas gotas, sino la llegada al váter con la vejiga llena. Le diré que mantener un cubo en la cabeza era muy sencillo, que de excitante, más allá de ver su cara de sorpresa, no había nada. Y que el movimiento de brazos de funambulista era un truco barato para que pensase que su padre era Houdini.
Después del arranque de sinceridad, le diré que aquel primer verano, sin embargo, descubrimos juntos un juego que a los dos nos encantaba. Uno en el que, ni él ni yo, fingíamos a partir de la vez número un millón. Mirar a la gente pasar. Sentados en un paseo marítimo. Él saludando con una mano aún incapaz de trazar correctamente la trayectoria que marca el código social del “hola” y sonriendo sin prejuicio a todo homo-sapiens-sapiens que pasaba. Yo, imaginándome sus vidas. Hola –saludo mal trazado y sonrisa adorable– tipo con pinta de narcotraficante de los años 80 que se forró metiendo hachís al por mayor por las costas de Cádiz y que ahora vive de las rentas que le dan el par de restaurantes con los que blanqueó todo aquello. Hola –saludo mal trazado y sonrisa adorable– chica con una lágrima tatuada en la cara que no hay que ser Sherlock Holmes para intuir que vives una vida con bastantes curvas, quizá en lo sentimental, quizá en lo familiar, en lo laboral ni de coña, nadie se tatúa una lágrima en la cara porque no aprobó unas oposiciones o porque la tumbaron en aquella entrevista de trabajo, tiene que ser en lo familiar o en lo sentimental o seguramente en los dos ámbitos, suele ir unido, porque si en casa las cosas son demasiado complicadas, esa complicación es una mochila que cargas el resto de tu vida. ¿Quizá simplemente le apetecía tatuarse una lágrima? No creo. ¡Hostia! ¿Y si no es una lágrima, sino un diamante y simplemente estamos ante una idiota que se llena el cuerpo de símbolos de poder, como una corona, un diamante, un símbolo del dólar, un número uno y una frase de autosuperación del puto Josef Ajram y se llama @TheQueenDiamond1 en Instagram?
Hola –saludo mal trazado y sonrisa adorable– punto de información. Los puntos de información son personas que te indican que estás en España. La pulsera de España, el polo con una bandera de España y la correa del perro con la bandera de, por supuesto, España. Caminan por la calle pagados por el ministerio y son muy útiles. Si alguna vez alguien se siente confundido o desorientado, ahí están los puntos de información para descartar que uno esté en Moldavia, Uruguay, Bélgica o Tailandia. Estoy claramente en España, piensa el desorientado, que gracias a ese punto de partida de saberse en España va reconstruyendo su vida hasta recordar la región, la ciudad, quiénes son sus amigos y familiares y, finalmente, la dirección donde vive, pudiendo volver a casa sano y salvo. Se han evitado muchas desapariciones gracias a estas personas. Hola –saludo mal trazado y sonrisa adorable– señora mayor que sí se da cuenta de que estás haciendo el intento de saludar, no sé si por un superpoder innato en estas mujeres o porque te esfuerzas más con ellas. Sabes que son tu target, tu público objetivo. Cuando ves a una señora mayor, echas el resto, no disimules. Creo que hasta consigue hacer bien la trayectoria de la mano. Es lógico. Con ellas triunfa nueve de cada diez veces. Así que probablemente esté estrenando su primer prejuicio: que le gusten más los homos-sapiens-sapiens-mujeres-mayores de 65 años que el resto de homos-sapiens-sapiens. Cómo se llama. Le digo su nombre. Qué simpático. Gracias. Sí, nueve meses. Él saca su mejor sonrisa y todos sus encantos: el cucú-tras, el bailecito con epicentro en el culo, más sonrisas, más holas bien trazados. Creemos que está intentando pegar un pelotazo, que sabe que alguna no tendrá herederos, pero sí mucha herencia. Lo hemos hablado y no nos queremos meter en sus negocios. Él sabrá. Ya tiene nueve meses y medio, es mayorcito. La señora se va asegurando que se lo llevaría con ella a casa. Él sonríe ante la propuesta, como diciendo que, si por él fuera, no hay problema. Creo que ni se despediría de mí. Si acaso, me miraría a lo lejos y me saludaría haciendo mal la trayectoria de la mano. Quizá pensando, tipo de cuarenta, con trabajo poco estable porque observa a la gente y se inventa historias, es decir, poco productivo. Estos nunca dejan buenas herencias, así que he hecho bien. No te fuiste. No te dejamos, le diré y le enseñaré la foto comiendo arena en un despiste que tuvimos, si es que aguanta hasta esa foto, que no lo creo. Espero que mantengamos el juego de mirar gente. A riesgo de hacer de él un tipo poco productivo.
Primer verano como padre. Esto hace que, cuando los termómetros marcan 42 grados en plena ola de calor para el resto de la población, la sensación ambiental del cuidador primerizo de un bebé en pleno agosto sea de –acércale el juguete, llénale el biberón, cógelo en brazos, devuélvelo al carrito, vuelve a cogerlo...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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