LA VIDA EN IDEALISTA (IV)
Las puertas abiertas
Todo es relativo en esta vida, y ningún lugar puede ser abierto del todo
Elena de Sus 23/08/2022
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Viví en una casa con la puerta abierta. No era como en esos pueblos donde las puertas de las casas familiares se dejan abiertas por costumbre. Fue en una gran ciudad, y la puerta no estaba abierta a propósito, pero era de tan mala calidad que no podía cumplir su función de forma efectiva. Se rompía, la rompían, no cerraba bien.
En la casa solo había estudiantes, la mayoría internacionales. No tenía ascensor. Nada de gran valor económico dentro. Más habitaciones de las que serían razonables, y, probablemente, legales. El alquiler parecía un negocio muy rentable.
Había muchas visitas. Una vez vino una mujer búlgara que leía con solemnidad nuestro futuro en las cartas, hasta que anunciaba que sus energías estaban exhaustas. Predijo una ruptura, lo que despertó gran indignación, aunque terminó sucediendo. Una vez vino un hippy escocés, andaba descalzo, había viajado por el mundo y había pensado muchas cosas. Una vez vino un universitario inglés que jugaba al rugby, también había viajado, pero no iba descalzo y no había pensado muchas cosas. Una vez vino un napolitano que aseguraba que, si no habías estado en su tierra, no sabías lo que era de verdad una pizza, y parecía dispuesto a luchar por esa idea.
Una vez vino un vagabundo. Fue subiendo con todos sus bártulos por las escaleras, todos lo vimos subir hasta el cuarto piso y a nadie le llamó la atención, pensamos que sería un amigo de alguien. Al no encontrar más que barullo, el visitante se fue por donde vino.
Una vez vino un hombre borracho y en el silencio de la noche se metió en la cama de una chica y ella lo echó a gritos, y llamó a la policía y la policía vino y lo buscaron por la calle y ahí fue cuando concluimos que, a pesar de todo, teníamos un problema con la puerta.
En el escalón delante de la puerta, por cierto, se sentaba habitualmente un hombre mayor con barbas que pedía dinero. “No entiendo por qué sigue viniendo, si nunca le damos”, dijo una vez una compañera, y nadie respondió nada, y yo tampoco.
En esa ciudad los conductores de los autobuses no cobraban por los billetes, había una tarjeta para el transporte, pero a nadie le importaba si la pasabas o no. Una vez le dijimos esto a un lugareño, sin más, como de pasada, y lo negó de manera tajante, fue como si alguien te asegurara que el cielo es obviamente verde.
Era un lugar terrible en muchos aspectos, pero tenía muchas puertas abiertas. No era una ciudad bonita.
Las iglesias suelen estar abiertas, pero solo las feas, o las que son discretas. Las iglesias bonitas o famosas están cerradas salvo que pagues o vayas a misa. Puedes fingir ir a misa, pero estás yendo a misa igualmente.
Las bibliotecas también suelen estar abiertas, aunque no todas. En la María Zambrano, por ejemplo, hay un torno por el que debes pasar el carné de la Universidad Complutense.
En Forocoches se han empezado a fijar en la gente que va a las bibliotecas a pasar el día, a estar al fresco sin más. Lo cual indica que los forococheros también están frecuentando las bibliotecas en estos tiempos.
Durante el confinamiento cerraron las bibliotecas. Un famoso tuitero de atletismo dejó de publicar, y sus seguidores se preguntaron qué ocurría. El Diario AS descubrió que se trataba de un hombre sin hogar, y con la biblioteca cerrada, no podía acceder a Twitter.
Otro sitio que suele estar abierto son los parques, incluso los que son bonitos. En julio coincidieron dos noticias: que Madrid cerraba los parques por la ola de calor y que París abría los parques durante la noche por la ola de calor.
Pero todo es relativo en esta vida, y ningún lugar puede ser abierto del todo. En el libro La apuesta perdida, Cristina Barrial y Pepe del Amo sugieren que las casas de apuestas son un espacio relativamente seguro para la población migrante, que, aunque las frecuenta, no puede estar del todo tranquila en las calles, donde la policía y otros agentes les vigilan, y no tiene recursos para consumir o reunirse en otros lugares.
Viví en una casa con la puerta abierta. No era como en esos pueblos donde las puertas de las casas familiares se dejan abiertas por costumbre. Fue en una gran ciudad, y la puerta no estaba abierta a propósito, pero era de tan mala calidad que no podía cumplir su función de forma efectiva. Se rompía, la rompían,...
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Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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