MUJERES RURALES (III)
“Empecé a trabajar en el campo con 14 años. Con 37 y tres hijos nos fuimos a Guadalajara y mi vida mejoró”
Cuando Mercedes Culebras nació, su pueblo rondaba los 500 habitantes. Hoy, 86 años después, ve desde Guadalajara cómo ese número se ha reducido hasta 29, y reconoce que ya no le apetece ir como antes
Diego Delgado 29/07/2022
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“España vaciada”, “despoblación”, “éxodo rural”... La exposición continua a expresiones de este tipo nos puede hacer olvidar que, en realidad, se trata de personas. Que más allá de las palabras hay seres humanos que se ven obligados a abandonar sus vidas, familias que se alejan, amistades que se rompen y formas de vida que se pierden. Mercedes Culebras (86) nació en un Alcohujate que rondaba los 500 habitantes; cuando se marchó, a mediados de los 70, la población caía en picado y, según el INE, se redujo hasta 76 personas en 1981. Contenta con su vida en Guadalajara, echar la vista atrás supone recordar una realidad mucho más dura, pero feliz. Una realidad que está desapareciendo.
Empezamos con una breve presentación. ¿Quién eres y cómo llegaste a Alcohujate?
Me llamo Mercedes Culebras y nací en Alcohujate en 1935. Mi vida, después de mi niñez, era ir al campo. Fui al colegio hasta los 14 años y luego, a partir de ahí, a trabajar en el campo. Después me casé, y como mi marido también era agricultor en el pueblo, continué haciendo las faenas del campo que cada época requería.
Cuando tuve a mis hijos peleaba con ellos y con las tareas de la agricultura. También cuidaba de mis padres, que eran muy mayores.
Ya con 37 años y mis tres hijos, decidimos venirnos a Guadalajara y empezó otra etapa de mi vida. Ahí ya era mi marido el que trabajaba y yo me quedaba en casa, pude dejar las tareas del campo, que eran muy duras. Desde que nos vinimos a Guadalajara mi vida cambió para mejor.
El trabajo allí es muy duro, pero también hay muchas cosas buenas: la relación con los vecinos, con los amigos, teníamos reuniones... estábamos muy unidos, mucho
¿Qué es Alcohujate para ti?
Mi marido y yo compramos una casa en Alcohujate y hemos disfrutado de ella muchísimo con nuestros hijos y, sobre todo, con nuestros nietos. Ellos han disfrutado muchísimo. Hemos ido manteniendo la casa como hemos podido y nos venía muy bien, cuando mi marido tenía vacaciones, irnos al pueblo. Yo me iba allí con mis nietos y éramos felices.
Mi marido en el pueblo era feliz, cuando se jubiló ponía huerto y nos íbamos a vivir allí de mayo a octubre. Felices de estar en el pueblo. El trabajo allí es muy duro, pero también hay muchas cosas buenas: la relación con los vecinos, con los amigos, teníamos reuniones, nos juntábamos en las matanzas, cuando había vacaciones de verano estábamos todos allí “al fresco” y teníamos unas tertulias estupendas… Estábamos muy unidos, mucho. Si uno necesitaba de algo ahí estaba el otro para ayudarle. Eso era estupendo. Cuando me vine a Guadalajara, lo que más echaba de menos era no poder decir “voy a casa de mi vecina a esto”, o “voy a casa de un familiar a aquello”, lo echaba muchísimo en falta. La camaradería que había en el pueblo, aquí no era así. Yo me llevo muy bien con todos mis vecinos de Guadalajara, pero no es igual.
Has vivido en el pueblo desde el año 1935, así que has experimentado todo el descenso brutal de población en unas pocas décadas. ¿Cómo influyó en la vida en Alcohujate?
En los tiempos en que yo era joven había mucha juventud en el pueblo. Hacíamos grupos de los más pequeños, los medianos y los más mayores. Llegaba el jueves lardero y esos grupos hacíamos tortilla, teníamos una gran fiesta, la gente se disfrazaba… lo pasábamos muy bien.
También en los quintos, cuando los jóvenes del pueblo cantaban canciones a las chicas que les gustaban. Era muy bonito porque las personas de cada quinta estaban muy unidas. El Día de la Cruz de Mayo se cantaban los mayos a todas las chicas del pueblo, a todas. En cuanto había alguna fiesta nos reuníamos todos, cada uno con su grupo, pero todos éramos uno. Estábamos muy unidos.
Luego empezamos a venirnos todos a la capital y, de tanta juventud como había en Alcohujate, no quedaba nadie. Ahora mismo es una pena ir al pueblo, porque no hay casi nadie. En el verano nos juntamos todos, claro, y están todas las puertas abiertas, pero se acaba el verano y el pueblecillo se queda triste y solo.
La camaradería que había en el pueblo, aquí no era así. Yo me llevo muy bien con todos mis vecinos de Guadalajara, pero no es igual
¿Qué cambios se han notado en los servicios y los comercios del pueblo con la despoblación?
En el pueblo había dos tiendecillas que nos surtían de cosas básicas; el médico vivía en el pueblo de al lado, pero venía todos, todos los días a visitar a los enfermos; el pan lo amasábamos nosotras en las casas, luego llevábamos la masa al horno y la cocíamos, el hornero se ocupaba de avisarnos cuando nos tocaba amasar para nuestra hornada.
Aquello se acabó cuando empezó la gente a irse. Se acabó el horno y los horneros. Primero había una panadería, con un señor que hacía el pan y lo vendía, luego ese señor se fue y ya nos lo traían de los pueblos de al lado, porque allí ya no había nadie. Lo traían de Castejón o de Canalejas.
Las tiendas desaparecieron. Luego pusieron otra tiendecita unos años, era pequeña pero tenía las cosas imprescindibles, y enseguida se acabó también, porque en invierno no quedaba casi nadie y la cerraron. Se fue yendo todo. No quedaba gente y allí no tenía vida nadie.
Seguimos teniendo casa los que ya la teníamos y, bueno, todavía vamos. A mis nietos les encanta ir al pueblo y lo pasan bien, pero yo ya no tengo tantas ganas porque me faltan mis vecinos, mis amigos, una cuñada mía que era para mí como mi hermana y ya no tengo tantas ganas de ir. Voy cuando van mis hijos y mis nietos.
Delibes escribió, en El camino, que “las calles, las plazas y los edificios no hacían un pueblo. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia”, lo que él llama “un modo propio y peculiar de vivir”. ¿La despoblación está haciendo desaparecer los pueblos al quitarles su gente y sus formas de vida?
Sí, el pueblo lo hace la gente. Estábamos allí todos y cuando había fiestas, bodas o cualquier cosa nos juntábamos y le dábamos vida al pueblo. Había mucha unión. Somos las personas las que hacemos los pueblos. Ahora mismo mi pueblo está mucho más bonito: las calles están asfaltadas, las casas están mucho mejor que antes… pero no es el pueblo de entonces. Aquel pueblo era mucho más entrañable, mucho más bonito y mucho mejor que el que tenemos ahora. Esa vida de pueblo de antes, eso ha desaparecido. Igual que hemos desaparecido los habitantes, han ido desapareciendo las costumbres y las cosas tan bonitas que teníamos.
Ahora mismo mi pueblo está mucho más bonito, pero no es el pueblo de entonces. Aquel pueblo era mucho más entrañable y mucho mejor que el que tenemos ahora
Cuando va la gente de ciudad a pasar las vacaciones allí, ¿hay vida de pueblo otra vez? ¿Las personas que no viven allí se adaptan, o van con sus costumbres de la ciudad?
Yo creo que sí se recupera un poquito aquello, aunque sea diferente. Llega la fiesta y vuelven las peñas, por ejemplo. Yo creo que la gente no va allí como si fueran veraneantes, va gente que son del pueblo y tienen allí sus raíces y un poquito de eso se recupera. Luego, cuando termina el verano, cada uno se va a su sitio y todo sigue igual.
Si tuvieses la oportunidad de hablar con la persona que puede cambiar las políticas de gestión del medio rural, ¿qué le pedirías?
Pediría que hicieran más por los pueblos, que se ocuparan de que los vecinos tuvieran atención para mejorar su situación. Por ejemplo, hay casas que a lo mejor están muy deterioradas y las familias no pueden arreglarlas. Me gustaría que se les ayudara para que esas casas pudieran tener lo que tenían antes, porque aunque quieran recuperarlas, no pueden. Que tuvieran más miramientos para con los pueblos, que eso tomara auge y volvieran a ser los pueblos de antes, que tampoco es que se necesite mucho, solo voluntad de ayudar.
“España vaciada”, “despoblación”, “éxodo rural”... La exposición continua a expresiones de este tipo nos puede hacer olvidar que, en realidad, se trata de personas. Que más allá de las palabras hay seres humanos que se ven obligados a abandonar sus vidas, familias que se alejan, amistades que se rompen y formas...
Autor >
Diego Delgado
Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.
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