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Los pájaros que sobrevuelan nuestras ciudades se informan unos a otros sobre dormideros comunales o lugares donde abunda la comida. No solo bailan juntos al amanecer, sino que están ansiosos por ofrecerse regalos. Cuidan de sus nidos mutuamente. Se defienden de peligros. Por su parte, las plantas urbanas se comunican entre sí. Alguna especie como la grama es capaz de resquebrajar el asfalto, abriendo paso a otras plantas. Estas frases están inspiradas en la presentación que la investigadora cultural Carmen Haro realizó en La ciudad y la invención (Intermediae, Madrid), ciclo que tuve la oportunidad de documentar mediante un thriller de ficción. El Proyecto Ecosistemas que coordinó Carmen desveló un Madrid repleto de vegetación que crece entre adoquines, muros y alcantarillados, una urbe tomada por la flora silvestre que filtra el agua, evita la erosión y atrae a insectos beneficiosos. No son malas hierbas, sino que configuran Zonas Amarillas Sensibles Sostenibles (ZASS), insinúa Carmen.
El libro Descampados de la arquitecta María Auxiliadora Gálvez Pérez, recién publicado por Ediciones Asimétricas, da un paso más: considera a las especies vegetales y animales verdaderos diseñadores urbanos. El ensayo desborda el “monocultivo humano” que ha guiado al urbanismo clásico. Los descampados son para Gálvez Pérez piezas urbanas claves. En ellos, lo más-que-humano –categoría en la que confluyen animales, aves y flora– se convierte en todo un agente diseñador de la ciudad que habitamos.
La vida de lo inorgánico. Descampados se cocinó a fuego lento, a lo largo de una década de paseos alrededor de la circunvalación M-40 que rodea Madrid. Caminatas, derivas, picnics, intervenciones coreográficas, gestos simples revestidos de potencia (tumbarse en los descampados, por ejemplo). El libro está tejido por cuerpos que se mueven, que trazan trayectorias, que tejen alianzas inusuales con la biodiversidad. Los descampados, piezas clave de regeneración urbana, devienen escenarios en los que convergen ciudades futuribles y otras que podrían haber existido. En un apartado titulado Inventario para una película, Gálvez Pérez enumera algunos elementos hallados en el caminar colectivo: olmos, flores almendros, amapolas, gorriones, urracas, jabalíes, una cementera que parece una nave espacial, un rebaño de ovejas, un picadero de caballos, jilgueros enjaulados por dueños que beben cervezas, street-golf entre torres eléctricas, chabolas entre cuatro torres, una ermita centenaria.
A diferencia de la definición de terrain vague de Ignasi de Solá-Morales, que prioriza la acción social humana que ocurre en espacios urbanos no edificados, Descampados destaca el papel de otras especies. Gálvez Pérez acaba convirtiendo lo más-que-humano en uno de los grandes leit motiv de su obra. La clave reside en “dejar espacio para que lo no humano diseñe” y “aprender cómo lo hace”. “Diseñar teniendo en cuenta el soporte a otras especies –escribe la arquitecta– es entender que la vida se desenvuelve sin nosotros en el centro”. Los descampados no son ya vacíos urbanos, sino territorios donde florece la sinergia interespecies.
María Auxiliadora Gálvez Pérez, respondiendo por mail a algunas preguntas, justifica por qué lo más-que-humano es un poderoso agente de diseño. “La materia inorgánica pasa a ser viva. Los ciclos vitales y las áreas difusas entre lo construido y lo silvestre; entre lo mineral, lo vegetal y lo animal están en los descampados más presentes. En ellos se puede observar mejor cómo el tiempo actúa convirtiendo unas categorías en otras. De esta fluidez emerge una ciudad distinta. Hay mestizaje. Es una urbe interespecies”. En la parte final de Descampados, la arquitecta desarrolla cómo sería esa ciudad interespecies. En un Madrid interespecies, los descampados compondrían una “red de biodiversidad” para regenerar la ciudad, conectándose con terrazas, balcones, azoteas, con el proyecto de Bosque Metropolitano y con polígonos industriales abandonados (como el de La Atayuela).
Un bestiario para el antropoceno. El Bestiario del antropoceno (Ediciones Menguantes, premio al Libro Mejor Editado en 2021), un atlas ilustrado de criaturas híbridas firmado por el antropólogo Nicolas Nova y Disnovation.org, dibuja una nueva esfera animal-vegetal. Emulando el formato de los bestiarios medievales, el libro recopila toda una serie de especies híbridas: robots humanoides, altavoces bluetooth con forma de roca, carne cultivada, prótesis para animales, orugas plastívoras, libélulas ciborg... Los autores consideran estos ejemplos “casos sintomáticos de la era postnatural tan cambiante en la que vivimos, el Antropoceno”. En algunos casos, las especies simplemente alteran su comportamiento, como es el caso del águila cazadrones. Tras observar que varios pájaros, entre ellos halcones y gansos, atacaban a estos objetos voladores, algunas personas “decidieron criar águilas y entrenarlas para capturar las máquinas y transportarlas al suelo intactas, en lugar de despedazarlas, reduciendo así la posibilidad de herir a viandantes”.
¿Qué tienen en común la grama resquebraja-asfalto y un escuadrón de águilas-captura-drones?, ¿cómo se podrían relacionar con una red pública de descampados destinados a la regeneración urbana?, ¿qué ciudad emana de la interacción del diseño humano y el más-que-humano? Las especies híbridas recogidas en el Bestiario del antropoceno dialogan con la definición que María Auxiliadora Gálvez Pérez hace de la ciudad como un Frankenstein multiespecie: “Un organismo de género fluido consciente de su posición en el planeta, alguien consciente del pulso vital y de las interrelaciones que lo atraviesan. El mundo animal-vegetal que vislumbramos en nuestras urbes durante el primer confinamiento de la pandemia podría ser la vibrante nueva monstruosidad descrita en Descampados. Nuestras ciudades pospandémicas bien podrían estar, como apunta Gálvez Pérez, atravesadas “por la vida impura, híbrida y sabia” de las otras especies.
Los pájaros que sobrevuelan nuestras ciudades se informan unos a otros sobre dormideros comunales o lugares donde abunda la comida. No solo bailan juntos al amanecer, sino que están ansiosos por ofrecerse regalos. Cuidan de sus nidos mutuamente. Se defienden de peligros. Por su parte, las plantas urbanas se...
Autor >
Bernardo Gutiérrez
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