El INFORME DE LA MINORÍA
El comodín anarquista
Las apelaciones al anarquismo resuelven de manera falaz un conflicto que el socialismo español se niega a afrontar: la imposibilidad de que España sea una verdadera democracia mientras siga siendo una monarquía
Xandru Fernández 24/09/2022
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Ni republicanos ni monárquicos: anarquistas. Es lo que son los españoles según la exministra Carmen Calvo, a cuyas muchas virtudes tenemos que añadir ahora una insólita visión de rayos X reveladora de identidades nacionales. Lo dijo en la radio, ese lugar donde a altas horas de la noche conversan ex altos cargos del gobierno sobre todo aquello que creíamos que sabían cuando no hablaban de ello (ahora sabemos que tampoco saben de eso). Y lo dijo con ese tono entre chulesco y doctrinario que es marca de fábrica de los notables del PSOE desde los tiempos de Alfonso Guerra: para qué vas a decirlo como una persona normal pudiendo decirlo como si llevaras encima media docena de jotabés con cocacola. Como a esas horas no hay personal de guardia en las cátedras de lógica, nadie advirtió a la exministra de que las esencias nacionales, en caso de que existan, tienen que ser, por definición, esenciales, renuentes a dejarse condicionar por la experiencia, por lo que no tiene mucho sentido decir, como ella dijo, que a los españoles los define su condición anarquista y, a la vez, que esta procede de sus malas experiencias con las repúblicas y las monarquías (de diez años en el primer caso y de quinientos, aproximadamente, en el segundo, pero que vivan las comparaciones arriesgadas). Paradoja inextricable, prima hermana de la “república coronada” de Guerra o del “republicano de corazón, pero monárquico de razón” de Pérez-Reverte. Otro milagro del régimen del 78, que no solo alumbró una épica y una estética sino también, ya lo ven, una semántica.
Al anarquismo se llega desencantado de casa o no se llega: esa es la actitud que desde que tengo uso de razón han alentado los intelectuales y artistas de la familia socialista. De hecho, la fantasía hedonista que aquí pasa por anarquismo es un producto manufacturado en las décadas de los setenta y ochenta por influyentes pegaletras como Savater o Sánchez Dragó y contestado, desde ópticas muy diferentes, por Agustín García Calvo y Carlos Díaz, que se dieron perfecta cuenta de lo que se estaba fabricando: un anarquismo de plexiglás para uso y disfrute de las clases más o menos cultivadas, incompatible con la tradición política y sindical del anarquismo español que por esas mismas fechas estaba siendo reducido a cenizas.
La familia socialista sigue fiel a los principios felipistas de que a quien hay que disciplinar es al contingente de asalariados
El anarquismo es el oso domesticado de la política española: se lo saca a hacer un truco de vez en cuando, a ponerse sobre dos patas para que todos admiremos lo letal que podría llegar a ser, pero en seguida se lo devuelve a la jaula, donde se lo deja a solas con sus recuerdos de un pasado glorioso. En ocasiones propicias (y esta tertulia radiofónica debió de ser de esas), el anarquismo es el comodín que resuelve de manera falaz un conflicto que el socialismo español se niega a afrontar: la imposibilidad de que España sea una verdadera democracia mientras siga siendo una monarquía. La invocación del anarquismo es un artificio retórico cuya función es la misma que la del rey como garantía de estabilidad: no lo toques, no sea que se caiga ese castillo de naipes que nos hemos dado entre todos. Si algún día llegáramos a creernos que la gente que vive en España es de naturaleza ordenada, seria, eficaz y reflexiva, cabría que nos preguntáramos por qué esa gente no puede decidir quién quiere que sea el jefe del Estado. En consecuencia, si por alguna razón estamos cómodos con que todo siga como está, nos conviene insistir en que el llamado pueblo español es una masa de individuos caprichosos, indisciplinados, narcisistas y volubles, que nunca podrán construir nada salvo que se lo den todo atado y bien atado.
Esa imagen del anarquismo no se compadece en absoluto con su presencia histórica ni con la fuerza de su legado. Al contrario: sabemos que la difusión del anarquismo fue mayor, durante el siglo XIX y principios del XX, en aquellas áreas de Europa donde el Estado era poco eficaz y, por el contrario, las formas de solidaridad tradicional aún funcionaban a pesar de la industrialización y del inoperante aparato estatal. Nada que ver con individualismos genéticos, egoísmos tribales y otras fantasías hobbesianas cuya utilidad última sigue siendo legitimar la autoridad estatal y, en última instancia, la del rey.
Cada vez que uno oye esos regüeldos dinásticos se acuerda de aquel salvoconducto que, según Ángel Ganivet, deseaban llevar encima todos los españoles: uno que les autorizara a hacer lo que les diera la gana. Ganivet parecía suponer que, en el reverso del salvoconducto, iban escritos con tinta invisible los anhelos más íntimos de ese pueblo español que nos hemos imaginado entre todos, a saber: obedecer a un rey, a un espadón, ser súbdito. En otras palabras: no se nos puede dejar solos.
Cabría esperar un poco de coherencia por parte de Calvo y el resto de abonados al cliché del individualismo insolidario incapaz de conducirse de manera responsable. Que lo proyectaran también sobre el mito del libre mercado y apelaran a la regulación estatal como garantía final de que las ansias depredadoras de unos pocos no conducirán a la economía global al desastre. Pero no hay tal cosa: en materia de dogmas, la familia socialista sigue fiel a los principios felipistas de que a quien hay que disciplinar es al contingente de asalariados, convertido por obra y gracia de la pereza mental y el cinismo intelectual en una patulea de indocumentados a los que más les vale no hacerse ilusiones sobre su régimen de libertades. No se les puede dejar solos.
Ni republicanos ni monárquicos: anarquistas. Es lo que son los españoles según la exministra Carmen Calvo, a cuyas muchas virtudes tenemos que añadir ahora una insólita visión de rayos X reveladora de identidades nacionales. Lo dijo en la radio, ese lugar donde a altas horas de la noche conversan ex altos cargos...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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