urbanismo
Una arquitectura para mejorar la sociedad
Apuntes para la construcción de ciudades sostenibles
David García-Asenjo 5/10/2022
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Vivimos rodeados de arquitectura, nuestras relaciones sociales quedan condicionadas por la forma de las ciudades y de los edificios. Pero cuando la arquitectura es protagonista en el debate público o en los medios de comunicación en pocas ocasiones atiende a cómo influye en la vida de las personas. Será noticia el premio que ha recibido un arquitecto o un edificio, generalmente descontextualizados del contexto social o económico en el que se han producido. O se viralizará el último escándalo por sobrecostes, de los que habitualmente desaparecen las empresas constructoras que los han ejecutado y cobrado. La historia de la arquitectura se ha contado a través de las grandes figuras y sus obras más icónicas, en muchos casos sin un relato que nos señale cómo fueron encargadas y construidas. Es necesario entender que los principales cambios se han materializado en una serie de edificios que han transformado el modo de entender la arquitectura, tanto en su espacio interior como en su relación con la ciudad. Pero esas transformaciones han sido de verdad relevantes porque han establecido un caldo de cultivo que ha alimentado cambios en el modo de vivir de la sociedad.
Se puede tomar como ejemplo la arquitectura española que se incorporó a la modernidad con un par de décadas de retraso, tras la enorme brecha que supuso la Guerra Civil y el posterior aislamiento del país. La generación de arquitectos titulada tras la guerra fue capaz de proyectar unos estupendos edificios que estaban a la altura de los mejores del momento. Pero sería necesario destacar que esos pioneros de la modernidad fueron realmente relevantes porque lograron mejorar las condiciones de vida de gran parte de la sociedad a través de sus intervenciones en vivienda social. Consiguieron generar un espacio urbano que acogió el trasvase de población del campo a la ciudad. Es cierto que se pueden poner muchas pegas a estos bloques de viviendas y a su entorno urbanístico, por la falta de medios materiales y por las condiciones en las que se desarrollaba la vida de sus habitantes, en una dictadura que limitaba sus libertades y que proponía un sistema de propiedad inmobiliaria que beneficiaba a los estamentos de la sociedad que se hicieron con el poder tras la guerra. Pero en general han aguantado bien el paso del tiempo y si se han tomado las decisiones sociales y económicas adecuadas el espacio público que diseñaron en su momento ha creado un entorno amable y humano.
La generación de arquitectos titulada tras la guerra fue realmente relevante porque logró mejorar las condiciones de vida de gran parte de la sociedad
Porque la arquitectura tiene una necesaria función social que deriva de su capacidad de crear entornos construidos y de intervenir en los ya existentes para mejorar sus condiciones y adecuarlos a las necesidades de los ciudadanos. José Luis Fernández del Amo, uno de los arquitectos más destacados de esa generación y una figura a reivindicar, lo expresaba así: “Sólo hay una arquitectura: la que sirve al hombre. Pero tenemos el deber, la responsabilidad de hacer que ese hombre quiera vivir mejor. Que la arquitectura le asista en una auténtica superación: la casa, el taller, la escuela, la iglesia, la ciudad. Desde dentro y por fuera; desde el urbanismo a la interioridad”.
En una sociedad cambiante, la mirada de los arquitectos ante los problemas urbanos y espaciales se tiene que adaptar a las circunstancias en las que se proyecta. Dado que es una actividad que requiere de tiempo y de una notable inversión económica, tiene que ser capaz de anticipar las condiciones futuras para poder responder de modo eficaz y no volver a ser reformada pocos años después, con otro desembolso de dinero. Los factores que debe tener en cuenta una intervención en el siglo XXI son muy diferentes de los que se han contemplado a lo largo de la historia. Un espacio que a principios del siglo XX tenía que responder a un modo de vida y a una escala próxima, en el que la forma urbana podría ser el primer tema que resolver, no puede ser modificado en la actualidad sin considerar las cuestiones que derivan del consumo de energía y del cambio climático. Se ha podido comprobar recientemente en la reforma de la Puerta del Sol de Madrid, cuya renovación ha generado un debate que volvía a poner en primer plano cuestiones formales que pueden haber quedado superadas por el contexto de crisis energética actual. Un punto de la ciudad que ha sido reformado continuamente para responder a las necesidades del tráfico de vehículos, del transporte público o del uso social de su espacio, ha pasado a ser venerado como un lugar patrimonial que no soportaría nuevos elementos que solucionaran cuestiones relacionadas con el excesivo soleamiento que puede recibir en determinadas épocas del año. Parece que el debate se ha centrado en la ausencia de arbolado o vegetación, pero podrían plantearse otras alternativas para que no se convierta en una isla de calor que lo haga inhabitable durante épocas cada vez más largas del año. Existen propuestas experimentales, más cercanas a la intervención artística por su despliegue formal, que han tratado de resolver la atemperación de estos grandes espacios sin vegetación. Se entiende que si se quiere liberar la plaza de elementos extraños que la han ido colonizando la respuesta inmediata sea no volver a introducir nuevos objetos en ella, aunque en pocos meses vayan a instalarse árboles de navidad o elementos que anuncien alguna campaña publicitaria. Pero obviar los aspectos medioambientales de una intervención de esta importancia es equivalente a ignorar los aspectos económicos de los grandes proyectos que se realizaron antes de la crisis de 2008.
Existen propuestas experimentales, más cercanas a la intervención artística por su despliegue formal, que han tratado de resolver la atemperación de grandes espacios sin vegetación, como la Puerta del Sol
Al hablar de este caso se centra el debate en un lugar único de la ciudad, como si su correcta resolución beneficiara al conjunto de los ciudadanos. Es necesario pensar en la totalidad de la ciudad, entender que es prioritario trabajar para que mejoren las condiciones en las calles y plazas que son usadas diariamente por la población. Hay que diseñar y modificar o rehabilitar el espacio urbano para que sea inclusivo y pueda ser usado por capas de la población que actualmente tienen dificultades para disfrutarlo. Estamos en una sociedad en la que el porcentaje de personas mayores va en aumento, y sus problemas de movilidad tienen que considerarse a la hora de proyectar y transformar las calles y parques. La mirada desde la perspectiva de género puede aportar claves para que las soluciones no repitan modelos del pasado, sino que generen nuevas herramientas válidas para las personas que usan el espacio público. Se suele trivializar este asunto, como si las cuestiones de género fueran un tema menor. El crecimiento de las ciudades en las últimas décadas se ha diseñado sin tener en cuenta las tareas vinculadas a los cuidados, soportados principalmente por mujeres. La ubicación de guarderías, colegios, centros de día y residencias para mayores en un modelo urbano disperso implica un gran tiempo de desplazamiento desde los lugares de trabajo. Y no se generan espacios de relación que permitan actividades al aire libre desvinculadas del consumo. Todas estas cuestiones van mucho más allá del cliché con el que se suele tratar el tema y como se puede apreciar tiene una gran influencia en el modo de vida de muchas personas, tradicionalmente silenciadas.
Parte de esta transformación tendrá que venir acompañada de una reducción del espacio destinado para el tráfico rodado. Durante la desescalada tras el confinamiento se intervino de forma temporal en la vía pública para aumentar el tamaño de las aceras y así permitir la distancia entre las personas que hiciera los paseos seguros. Parecía que se iba a iniciar un proceso para rediseñar la ciudad y la hiciera más amable con el peatón. Mediante estrategias de ocupación temporal de las calles se permitía crear espacio libre en tramas urbanas en las que es escaso. Y se comenzaba un proceso de renaturalización de las calles. Se pudo apreciar la radical transformación que el automóvil impuso a las ciudades en la forma actual de las mismas. Se eliminaron bulevares y se redujo el tamaño de las aceras. Muchos de los espacios libres se convirtieron en plazas duras para alojar bajo ellas los aparcamientos necesarios para una sociedad motorizada. Todo esto se asumió como una evolución inaplazable y muchas de las que hoy consideramos plazas inhóspitas eran estudiadas en las escuelas de arquitectura como los mejores ejemplos del trabajo que podían proyectar los arquitectos.
Ahora nos corresponde volver a transformar estos espacios para intentar aumentar la vegetación en las calles, el método más eficaz para crear sombra. Si se evita que la radiación solar llegue tanto al asfalto de la calzada o al hormigón y al granito de las aceras se consigue también que el interior de las viviendas esté protegido de este calor. Y si en lugar de un mini alcorque se pone una banda de tierra que además permita que se filtre el agua también hará que el suelo alcance menos temperatura. No solo se calentará menos, sino que además reflejará el calor más rápido y no lo irá soltando en las primeras horas de la noche. Una calle arbolada funcionará como un regulador térmico, y aportará muchos más beneficios. El más inmediato remite a los sentidos, ya que es mucho más agradable pasear por ella. La vegetación contribuye a mitigar los efectos de la contaminación de los vehículos. Existen estudios que aseguran que la gente que vive en zonas arboladas tiene menos riesgos de sufrir depresión y otras enfermedades mentales. Para conseguir que la vegetación arraigue es necesario tiempo, y personal que la cuide, lo que nos recuerda que la arquitectura y el urbanismo no se acaban cuando se corta la cinta el día de la inauguración, sino que ahí empieza su vida.
Existen estudios que aseguran que la gente que vive en zonas arboladas tiene menos riesgos de sufrir depresión y otras enfermedades mentales
Es preciso proyectar no solo para la fotografía del edificio recién terminado, sino también teniendo en cuenta el mantenimiento que va a tener y cómo van a evolucionar los materiales e instalaciones con los que se construye. El tiempo hace que los ciudadanos se apropien del lugar y articulen su vida en torno a él. Será poco habitual que un arquitecto renuncie a un encargo para no modificar un espacio que funciona, pero la actuación de Lacaton y Vassal en la Plaza Léon Aucoc de Burdeos puede marcar una forma de comportarse. Ante la posibilidad de reformar un pequeño parque, optaron por dejarlo tal cual lo encontraron, con ligeras reparaciones. No construir como una forma de ejercer la arquitectura. Al cabo del tiempo se alteró la armonía de este espacio con la instalación sin ningún cuidado de una valla metálica que encierra una zona de juegos infantil.
Proyectar arquitectura con perspectiva de género también es mejorar los lugares en los que muchos de nuestros mayores pasan sus últimos años de vida. La primera etapa de la pandemia nos puso frente al espejo de las condiciones en las que estamos permitiendo que se les trate. Una de las prioridades de la sociedad, y de los arquitectos como profesionales que podemos repensar el espacio, es el rediseño de los modelos tradicionales de residencia, que se han mostrado inhumanos en muchos casos. Se deben plantear espacios que potencien la autonomía del usuario, adaptándose a su evolución a lo largo de los años. Y tienen que evitar una imagen que se asemeja más a la de la arquitectura hospitalaria o sanitaria que a la doméstica que realmente le debería corresponder. Ya existen muchas propuestas que buscan que desde cada lugar de estos edificios se vea el azul del cielo.
Además, se comienzan a plantear intervenciones con un carácter más urbano. Existen estudios que señalan que las personas mayores quieren seguir viviendo en su vivienda. Debido a las características del modelo inmobiliario español, que primaba la propiedad sobre el alquiler, en una gran mayoría de los casos esa vivienda ya está pagada. Así que además de adaptar el interior de las viviendas a las nuevas necesidades, estas intervenciones se pueden proyectar a la escala de un barrio completo. Se pueden rehabilitar los bloques de viviendas de los años 50 y 60 que proyectaron los pioneros de la arquitectura moderna en España. Gran parte de su población ya se ha jubilado, pero si sigue habitando esos edificios se consigue mantener la vida del entorno y se generan oportunidades de trabajo vinculadas a sus cuidados. Al mismo tiempo se puede incorporar gente más joven a las viviendas que se han ido quedando vacías. Se instalan ascensores, se adaptan las viviendas y también los portales para hacerlos accesibles y seguros. Se plantean servicios comunes para todo el barrio, desde centros asistenciales a comedores y espacios libres para permitir puntos de reunión entre los habitantes. Esto permite el envejecimiento activo, se mejoran las condiciones de una comunidad que ya tiene sus relaciones sociales y que siente el barrio como propio. Y permite que haya una mezcla de edades que hacen que el espacio público está ocupado a distintas horas por distintos usuarios y favorece así su uso, al no aparecer como algo ajeno a los vecinos.
Toda la arquitectura es política, y habitualmente se ha situado al lado del poder, tanto económico como político. Se ha plegado a sus dinámicas y ha olvidado el que debiera ser su principal fin. Se puede poner el calificativo de política a una práctica arquitectónica, pero si sus objetivos son asentar la posición del profesional dentro el sistema establecido, sin cuestionar sus dinámicas, no tendrá el propósito transformador que se le podría exigir y el adjetivo político estará vacío de contenido. “Aquel que fuera a ser arquitecto y no se considere capaz de poner su actividad al servicio de los demás con un sentido comunitario de la sociedad que se dedique al libre comercio de sus aficiones”. Esta afirmación de José Luis Fernández del Amo podría encabezar el código deontológico que desde 2015 suscribieron los colegios de arquitectos. Si la arquitectura es capaz de mejorar la ciudad sobre la que actúa habrá cumplido con su cometido.
Se ha aprobado en el Congreso por amplia mayoría la Ley de Calidad de la Arquitectura, que tiene como objetivo que muchas de las reflexiones que se han planteado pasen a ser centrales en la actuación de las administraciones públicas a la hora de promover nuevas intervenciones. Se busca crear edificios que sean respetuosos con el medio ambiente a lo largo de toda su vida, flexibles para adaptarse a los nuevos usos que puedan albergar. Se pretende fomentar la rehabilitación del patrimonio existente y así favorecer la regeneración urbana, acorde a las nuevas necesidades ambientales y energéticas. Y pretende que se pueda entender que la arquitectura puede contribuir de forma decisiva al bienestar y a la mejora de la calidad de vida si interviene en el entorno físico con estos criterios como objetivo prioritario. Esta es nuestra pequeña contribución a la divulgación de las ventajas que puede aportar una arquitectura de calidad.
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