Negro sobre negro III
Ian Manook, el ‘noir’ viajero
De la misma forma que Chandler es Marlowe y Los Ángeles, Manoukian-Manook es Yeruldegger y Mongolia
Xosé Manuel Pereiro 23/10/2022
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A finales del siglo XIX, las aventuras del trampero Old Shatterhand y su hermano de sangre, el apache Winnetou, en el Oeste de Estados Unidos escritas por Karl May inundaban Alemania y no solo Alemania (en España, a mediados del XX). Se calcula que llegó a vender 200 millones de ejemplares de estos y de otros libros de aventuras exóticas. En los mismos años y con éxito similar, el italiano Emilio Salgari narraba las aventuras anticolonialistas avant la lettre del pirata Sandokán en los mares de Malasia, o del Corsario Negro en el Caribe. May no pisó las llanuras por las que cabalgaban sus personajes –ni ningún otro de los escenarios lejanos de sus libros– hasta varios años después de haberlas descrito. Y en sus escasas travesías marítimas, Salgari nunca salió del más bien tranquilo Adriático.
El detective que ha catapultado a Ian Manook a la élite de los escritores de novela negra, protagonista de Muertes en la estepa, Tiempos salvajes y La muerte nómada se llama Yeruldelgger Khaltar Guichyguinnkhan (gracias sean dadas al copy-paste: el nombre de otro de sus personajes es Chagdarsüren Djügderdemidiin Bilegr aka Madame Sue) y es policía en Ulan Bator. Es decir, el escenario de sus novelas es Mongolia. Manook ni es mongol ni se llama así. Es un francés de origen armenio –considera que su patria es la diáspora– como revela su apellido, Manoukian. Pero al contrario que el alemán o el italiano, Patrick Manoukian (Meudon, Île de France, 1949) es un trotamundos. A los 15 años, cuando sus padres se pudieron permitir tener coche, los acompañaba de vacaciones por España y Portugal. Con apenas 20, se fue con su hermano menor a lo que sería un viaje de 15 días a Escocia. Pero allí se enteraron de que había entrado en ignición el volcán Eldfell en Islandia, y para allí se fueron para unirse a un grupo de voluntarios. Después, el hermano pequeño se volvió, pero Patrick se subió a bordo de un barco que hacía la ruta de Islandia a Terranova, pasando por Groenlandia, y se quedó un tiempo en Canadá. Bajó por los Estados Unidos hasta Florida y allí se embarcó, pero para trabajar entre Miami y Belice. Finalmente, se quedó un año en Brasil. Calcula que, a pie o haciendo dedo, en más de dos años llegó a recorrer 40.000 kilómetros, la longitud del ecuador terrestre. “Esta experiencia lo cambió todo: mi comportamiento, mi visión del mundo, de los hombres, de las mujeres, de la relación entre los pueblos, de la cultura”, confesó en 2019 a Le Temps.
El padre se tomó como un reto escribir dos libros al año, bajo un nombre diferente, y con estilos distintos
Hay otra diferencia fundamental con los autores que he usado como referencia. May y Salgari escribieron y publicaron como posesos para salir de la pobreza –sin conseguirlo del todo–. Patrick Manoukian había estudiado Derecho y Ciencias Políticas en la Sorbona, era un experimentado periodista de viajes que había fundado una agencia de comunicación especializada en el sector, Manook, y una editorial de literatura infanto-juvenil. Había escrito guiones de cómic y algún ensayo, pero de narrativa, solo intentos en sus ratos libres. Su única lectora era su hija Zoe, residente en Argentina. Un día, Zoe se cansó y amenazó con no leer ninguno más de sus borradores hasta que no le enviase el texto completo y acabado. El padre se tomó como un reto escribir dos libros al año, bajo un nombre diferente, y con estilos distintos. El primero, Yeruldelgger (aquí, Muertes en la estepa, Salamandra) lo publicó en 2011, con 62 años, y obtuvo 16 premios.
Desde entonces, para cumplir con Zoe, o porque como aseguró a Laura Hernández en El País, “a los 70 no se construye obra ni carrera, se escribe por placer”, Manoukian es una catarata. Otra trilogía negra ambientada en Islandia (también como Manook), una estadounidense (como Roy Braverman), está por completar otra brasileña (Jacques Haret)… Y hay más novelas, y más pseudónimos (Paul Eyghar). Pero de la misma forma que Chandler es Marlowe y Los Ángeles, y Himes, es Coffin Ed Johnson y Grave Digger Jones y Harlem, Manoukian-Manook es Yeruldegger (aquí explica cómo se pronuncia, sólo el nombre) y Mongolia.
La historia de los mongoles es lo que en música se llama un one-hit-wonder. Mongolia es un país que, como le resumió Manoukian a Enric González en 2019, salió de la nada y ha vuelto a la nada. Con Gengis Khan a la cabeza llegaron a las puertas de Europa, y por el camino, o de regreso, se cargaron a 40 millones de personas, el 10% de lo que entonces era el total de la población mundial. Ahora es una nación de poco más de tres millones de habitantes, aplastada entre Rusia y China, y expoliada en sus recursos por todos los capitalismos posibles, con la inestimable e indispensable colaboración de sus élites, no mucho menos despiadadas que sus antecesores. “Somos el imperio que hirvió vivos en setenta calderos gigantes a todos los mandos de ejército de un hermano de sangre. El pueblo que, por venganza, masacró a un millón de inocentes para aterrorizar a los supervivientes a los que se iba a esclavizar. La república que, hace apenas cincuenta años, quemaba a sus disidentes en las calderas de las locomotoras. Tú y yo pertenecemos a esa Mongolia”, le dice a Yeruldegger su suegro, un antiguo disidente convertido en empresario mafioso.
La Mongolia actual está condenada a eliminar o prostituir sus tradiciones, empezando por su esencia nómada. Los pastores son atraídos por el gobierno a la capital, Ulan Bator –a su extrarradio–, porque cuanta mayor sea la población, mayores serán las ayudas internacionales. En Muertes en la estepa se describe cómo los desarraigados tienen que vivir, como en otras ciudades del helado Este, en las alcantarillas, al abrigo de las canalizaciones subterráneas de agua caliente: “Posó una mano sobre el hombro de la mujer, en señal de agradecimiento, y vislumbró en sus ojos ya envejecidos por la edad y la miseria toda la tristeza de las estepas perdidas y las cabalgatas interrumpidas. Aquellos ancianos habían sido nómadas orgullosos y libres, embriagados por el perfume de las inmensas llanuras. Sintió una opresión en el pecho al pensar que aquellos niños no tendrían como recuerdos de infancia más que la pestilencia y la oscuridad del túnel”.
La Mongolia actual está condenada a eliminar o prostituir sus tradiciones, empezando por su esencia nómada
Yeruldegger tiene trazos del clásico arquetipo de policía –violento, justiciero, con un trauma a cuestas– pero es un nostálgico de la tradición, que se mosquea cuando alguien entra en una yurta –la tienda de campaña tradicional, aunque esté instalada en un arrabal– con el pie incorrecto, o sin saludar como se debe –“sujeta tus perros”–. También echa mano del chamanismo y de las enseñanzas que recibió de niño en un monasterio shaolin (sí, como los de Kung Fu). “¿Tú crees en estas cosas?”, le pregunta una testigo. “Creo en los vínculos que nos unen”, le responde. También en la cocina tradicional mongola: desde el té salado con mantequilla al boodog, la marmota entera asada con piedras calientes en su interior.
Las tres novelas de Yeruldelgger (al autor ha dicho que no habrá más), y sobre todo la primera, adolecen de cierto manierismo en los diálogos. Los adolescentes son redichos hasta el dolor. Una anciana cocinera nómada describe una violación –que no vio– como si optase a publicar el relato en la colección La sonrisa vertical. Los personajes son malos tirando a muy malos o buenos (y amantes de la tradición). Pero como en May-Salgari, las tramas son un carrusel imparable de emociones y aventuras. El dúo germano-italiano eran unos auténticos chapuzas –dicho con todo el cariño– en la estructura de sus novelas. Manook también confiesa que no se documenta, que solo ordena memorias de sus viajes. Arranca con una imagen que ha cultivado en su pensamiento durante años –en la primera, un triciclo infantil enterrado (con su dueña); en la segunda, un jinete nómada con su caballo, aplastados ambos por una hembra de yak caída del cielo– y sigue, guiado por sus recuerdos de gentes, momentos y lugares. “Escribo sin ningún plan, sin la más mínima trama y sin documentación previa. Sin volver la vista atrás y no vuelvo a trabajar mi texto hasta que mi historia haya terminado. Como no tengo ningún plan y me gusta mi primer borrador, no tiro nada”, le confesó a Leonore Sulser en Le Temps.
Al contrario de su personaje, o de su método de escritura, Manoukian-Manook no es conservador en ningún aspecto. La última de las novelas de la trilogía, La muerte nómada, la más lograda, dura y descarnada de las tres, es thriller internacional e intercontinental, y un alegato contra la depredación que las compañías mineras, y otras más friendlys como United Colours Of Benetton, ocasionan en el país de los mongoles. Tampoco una reflexión sobre Macron que hizo en 2020 era precisamente contemporizadora: “Pone sin vergüenza a un matón a la cabeza de la policía y permite a esta policía comportamientos de matones. Esta es la razón por la que no cede ni cederá ante ninguna huelga. Porque a él no le importa. No le importas, no le importa el país, no le importan la miseria y la pobreza [...] solo piensa en la fortuna personal que cada acción contra el bien público le garantiza. Y se irá dejando un país agotado y sin sangre, demasiado sonado para defenderse del sistema financiero ultraliberal más violento que se pueda imaginar. Dejará caer a todos”. Las elites de su país deben de estar cruzando los dedos para que no elija Francia como escenario de sus próximas novelas.
A finales del siglo XIX, las aventuras del trampero Old Shatterhand y su hermano de sangre, el apache Winnetou, en el Oeste de Estados Unidos escritas por Karl May inundaban Alemania y no solo Alemania (en España, a mediados del XX). Se calcula que llegó a vender 200 millones de ejemplares de estos y de otros...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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