ALMA COLCHONERA
Carta abierta a Gil Marín
Recibir una distinción de tu equipo por tus 25 años de abonado es algo que ocurre una vez en la vida y, aunque sólo sea por eso, uno debería poder sentirse especial. No fue mi caso, por desgracia
Ennio Sotanaz 12/10/2022
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Estimado consejero delegado del Club Atlético de Madrid:
El pasado fin de semana, citado por el Club, acudí al estadio Metropolitano para lo que debía ser la entrega de una insignia de plata que conmemorara mis veinticinco años como abonado del equipo. Es difícil explicarle a alguien ajeno al sentimiento colchonero lo que esto significaba para mí, pero entiendo que no debería ser un problema para el máximo dirigente de esa institución que ha vertebrado la vida de un montón de personas como yo.
Recibir una distinción de tu equipo es algo que ocurre una vez en la vida y, aunque sólo sea por eso, uno debería poder sentirse especial. No fue mi caso, por desgracia. Especial fue probablemente lo único que no me sentí.
El acto no fue un acto. El evento no fue un evento. Lo que yo viví, lo que vivimos muchos, fue una experiencia agridulce, que pasadas las horas se ha consolidado como un recuerdo amargo, triste y francamente desolador. Lo que imaginaba como uno de los mejores días de mi vida ha pasado a ser, en el mejor de los casos, otro más. Tal vez algo peor, porque no hay nada más horrible que la resaca que dejan los sueños rotos.
Si el objetivo del Club era pasear personas por las dependencias del estadio, debo felicitarles por ello. La gestión de la masa fue impecable desde un punto de vista disciplinar y tengo la sensación de que no debió haber desperfectos significativos. Eso sí, por el camino no recibimos una sonrisa, ni una palabra reconfortante, ni una mísera mentira que pudiésemos interpretar como un gesto de cariño.
Ni usted, ni el presidente, ni nadie de los que suelen representar públicamente al Atlético de Madrid estuvieron allí para verlo. Supongo que tendrán cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con gente que lleva veinticinco años pagando de forma ininterrumpida el abono de la institución que dirigen. Permítame por ello que me tomé la libertad de describir algunos detalles de mi experiencia.
Acudí a la hora y el lugar concertado para toparme con la misma cola que podría haber encontrado en un evento gratuito organizado por el Ayuntamiento. La ilusión era tan alta que resistí el impulso de darme la vuelta y aguanté estoico a que un amable señor pasase una pistola por encima del código de barras de mi carné de abonado. Lo que no sabía es que ese gesto iba a ser toda la interacción que tendría con el Atlético de Madrid. A partir de ese momento, nadie más me dirigió la palabra, salvo para reprenderme o indicarme con celo castrense que no me separase de la manada.
Intuyo que será muy confuso explicar a mis nietos que la insignia que conmemora mis veinticinco años de fidelidad al Atleti fue entregada por un muchacho anónimo. El momento fue tan emocionante como recoger una pegatina publicitaria en el stand de una feria de ganado. El tipo cogió una caja cualquiera de entre las muchas que tenía a su espalda y me la dio como si fuese un paquete de chuches o una toalla de promoción. Dentro de la caja, a pesar del tamaño generoso que tenía, lo único que encontré, además de la insignia, fue una bufanda del Atleti, tan impersonal como todo lo que me rodeaba. Una bufanda que no tenía nada de especial y en la que no aparecía efeméride o mensaje alguno. Una bufanda que no se distinguía mucho de cualquier otra.
El momento estelar de la tarde llegó a continuación. Como un adolescente a las puertas de un photocall, tuve que esperar varios minutos para poder hacerme una foto rápida con Camacho; un tipo encantador, de verdad que lo fue, que en mi recuerdo aparece como futbolista del Málaga. A pocos metros de allí estaba Luis Pereira, persona a la que tengo la suerte de conocer y a la que quise saludar. Me lo impidió un desagradable señor con traje y malas pulgas, que me trató como si él fuese un capataz y yo un reo que pretendiese abandonar mi puesto en la cadena de montaje.
Por no extenderme mucho más, me quedaré con un último detalle que quizá resuma todo el acto a modo de metáfora. Después de dejarnos ver esas zonas privilegiadas del estadio a las que sólo se accede teniendo mucho dinero (o siendo muy amigo del que lo tiene), después de ver dónde pasan los descansos de los partidos todos esos tipos que ayer no estaban allí y después de admirar la fascinante máquina de cortar jamón que hay en la zona de palcos o los muchos tiradores de cerveza que se suceden junto a las áreas restringidas, una mujer me dio un papel explicándome que podía cambiarlo por una cerveza. Eso sí, tendría que hacerlo una vez que abandonase el estadio. Allí, en la calle, en un puesto improvisado junto a una camioneta que vendía salchichas, entregué el papel pidiendo una cerveza sin alcohol. No, me dijo el amable muchacho que me atendió. Si es sin alcohol tendrá que abonar un suplemento de dos euros.
Creo que es fácil entender el tipo de recuerdo que voy a guardar de un día que debería haber sido especial y que no lo fue. No es la primera vez en mi vida que me enamoro de alguien que me ignora o me desprecia, pero es sin duda la vez que más me va a doler. Y aunque mi amor por el Atleti, o por la idea de Atleti que tengo instalada en mi cabeza, es difícil que se muera, no puedo ocultar que ha quedado muy dañado.
Es evidente que no volveré a cumplir veinticinco años de socio y que nada podrá hacer que viva ese día que ya no viviré. El motivo de esta carta no es, por tanto, intentar cambiar el pasado o reparar lo irreparable. Ni siquiera se trata de mostrar un enfado evidente, que sé a ciencia cierta que será completamente inútil. El único motivo, créame, es intentar evitar que otros tantos aficionados anónimos como yo tengan que pasar por una experiencia tan desagradable. Decía Antoine de Saint-Exupéry que amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección. Le invito humildemente a que reflexione sobre ello.
Atentamente, Ennio Sotanaz.
Estimado consejero delegado del Club Atlético de Madrid:
El pasado fin de semana, citado por el Club, acudí al estadio Metropolitano para lo que debía ser la entrega de una insignia de plata que conmemorara mis veinticinco años como abonado del equipo. Es difícil explicarle a alguien ajeno al sentimiento...
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